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La columna de Carla de La Lá

Lo que piensan todos los tontos

Los tontos no dudan pero afortunadamente para ellos, la mayor parte de sus congéneres también son bastante tontos.

Lo que piensan todos los tontos. archivo

En breve no podremos  denominar a las personas no disparatadamente “despejadas”, si no desde construcciones lingüísticas antieconómicas y eufémicas tipo maestre técnique de estolidez. Por lo tonto, ups, he de darme prisa y escribir y publicar esta columna (y ustedes, querides, leerla) antes de que se personen en mi casa dos hombres Balay (¿aún se puede decir “hombres”?) con sendas batas blancas con el escudo del Club de la Bondad en la pechera, orquestados por las severas (y obtusas) leyes del Régimen de la Indignación en el que vivimos.

Rebosante mi corazón y mi cabeza (el saber ocupa lugar ¿saben?) de majaderías escuchadas y leídas por todas partes, me dispongo a soltarlas aquí para ustedes, a modo de terapia. A lo largo de mi vida he llegado a algunas conclusiones, pocas, y una de ellas es que la mayoría de los tontos se parecen, piensan más o menos las mismas cosas y por lógica, se unen en grupos. Los tontos, ya lo sabrán amigues, pueden triunfar en las discusiones o debates (y en el Congreso) no por su argumentario, ni su dialéctica, sino precisamente por su falta de empatía, rigor y delicadeza, porque los tontos no dudan y porque, afortunadamente para ellos, la mayor parte de sus congéneres también son bastante tontos.

Pero vayamos al grano ¿Qué es lo que piensan los lerdis? ¿de qué memeces se compone su idiosincrasia?

Que ellos mismos son buenas personas: “Soy una bellísima persona”, este considerable aserto cabe perfectamente en la boca de un merluzo. Para ellos, dada su incapacidad para profundizar en el conocimiento del entorno, del alma y autoanalizarse, el no matar y no robar (mucho) son sinónimos de bondad.

Que la mayoría de la gente también es buena: La misma ensaladilla de temporada que tienen por chorlitera les conduce al siguiente dislate, que, quitando a Ana Julia Quezada y a José Bretón, todos somos muy buenos.

Que la estética es baladí: hablando con un taxista, me decía que la estética no significaba nada y que no servía para nada. ¡Qué ingenuo! El trayecto era corto y no tuve tiempo de explicarle cómo la estética había condicionado cada uno de sus pensamientos, sus sentimientos y sus acciones en la vida...

Que hablar del atuendo es insustancial: esos zoquetes que se indignan (desde el virtuosismo del tonto) cuando los periodistas hablamos de estilismos elegidos por los personajes públicos. No saben que la estética, lo visible, es la fuente de información más importante e inequívoca de la que disponemos en este mundo; para todos aquellos que se turban cuando hablamos de la imagen de las celebridades, les recomiendo desde el cariño y la maternidad, que no sean tan superficiales, y que, si lo son, que disimulen.

Que superficial es lo mismo que frívolo: vamos a ver, la frivolidad es una práctica muy saludable de on y off. La superficialidad, en cambio, no es una elección, las personas superficiales sencillamente no pueden profundizar por su falta de conocimiento, reflexión, seso... Por lo demás, son un latazo, aunque hablen de la pulsión de muerte de Lacan ya que nunca consiguen comunicar nada de interés, voluntariamente, quiero decir. Ahora bien, en la historia tenemos varios ejemplos de individuos tan conscientes que han sentido la necesidad de desdramatizar por medio del humor para sobrevivir. La seriedad no es sinónimo de madurez sino de escaso repertorio.

Que la ética funciona: es muy difícil echarles una mano, pero voy despacito; si no existe un bien o un mal que consideremos absolutos (lo que pasa en las sociedades relativistas como la nuestra) la ética no es más que una abstracción indefinible, con la que elevarnos criticando los renuncios de los demás, pero en ningún caso, nos puede hacer mejores, ¿mejores con arreglo a qué? Yo, como dice mi admirado Joel Maceiras, si no fuera creyente, me haría seguidora de Nietzsche, que, resumiendo muchísimo, opina de la ética no existe y que nos dejemos de mandangas y simplezas.

Que el ateísmo es muy racional: hay ateos tontos e inteligentes, por supuesto, como hay zotes cristianos y budistas… Sin embargo, aquí vamos a hablar de los ateos poco espabilaos, los que piensan que su ateísmo está sustentado en pruebas fehacientes o en la ciencia… No sé quién dijo “No puedo ser ateo, no tengo tanta fe”. Francis Collins, líder del Proyecto Genoma Humano y del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos durante más de una década, llegó a la fe cristiana maravillado por sus descubrimientos, hasta el punto de escribir un libro que les recomiendo (“Cómo habla Dios”). En su testimonio manifiesta que no es posible valerse de la ciencia para desbancar la creencia en Dios, y en particular de la teoría de la evolución o de los descubrimientos en genética, para refutar las religiones monoteístas o para fundamentar el ateísmo.

Que la belleza es algo físico: esto parece aburrido, metafísico, pero es la base de la mayoría de lo que nos mueve a los pobres humanos... Lo tuve claro después de conocer a decenas de dizque artistas (artista no es el que busca, es el que encuentra) o dizque bellos y bellas... Belleza es sinónimo de intensidad, de movimiento, de tensión. La Belleza es la vida misma que nos revela su poder y voluptuosidad. Entender la Belleza es entender la vida. Para los obtusos, por cierto, la belleza física es lo primero (esa belleza que consiste en hipertrofiar los órganos sexuales y las diferencias genéricas con vistas a la reproducción).

Que si algo sale de su corazón es bueno: las personas obtusas llaman al magnífico agujero negro de sus carencias intelectuales (corazón) y a su tendencia irrefrenable de actuar prescindiendo de la razón, la consideración, el respeto y la empatía (“mis sentimientos”). Y ¡ancha es Castilla!

Cambiando a temas verdaderamente importantes, mi madre me ha contado que el otro día escuchó a dos mujeres vulgares, sin llegar a ser soeces, diciendo que los que de verdad lo hacen bien bien, son los tontos.