La columna de Carla de La Lá
Tipos de chalados en redes sociales
En las RRSS los perfiles silenciosos, son los verdaderamente temibles y sus dueños, los seres más patológicos.
Cuando llevamos unos años en redes sociales es común y muy normal pensar, y que piensen de uno:
“Vale, me caes simpático, te aprecio muchísimo, tienes carisma, un estilazo, escribes muy bien, eres inteligente y lo reconozco, tienes razón en lo que dices... pero mira ¡no te aguanto más! Si todo eso que posteas constantemente lo posteara otra persona me encantaría, le pediría amistad, sería mi nueva ilusión... pero claro, lo dices tú, otra vez tú. ¡Qué asco de egocentrismo el tuyo que un día me sedujo por ser casi mayor que el mío!. Necesito no verte a todas horas en mis pantallas, en mi ordenador, en mi teléfono, en mi sofá, en mi cama, en el cuarto de baño...Te quiero, vales muchísimo pero desaparece un poquito, so pelma. Mátate ya”
En el mundo digital a unos les mueve la vanidad, a otros el miedo o simplemente la estupidez pero lo más divertido y lo mejor… son aquellos especímenes movidos, conducidos por la indignación. La indignación, esa energía pueril e irritativa que despierta la irracionalidad en masa... Para mí sólo hay un hecho indignante en este mundo: ir a borrar a un “amigo” y comprobar que ya te ha borrado a ti (y bloqueado).
Me resulta interesantísima la florida fauna que exhibimos mundialmente todos, todas, y todes en las redes sociales del siglo XXI, que comienza realmente tras el Estado de alarma, y que pugna por decapitar las relaciones humanas analógicas por completo. La mayor parte vivimos pendientes de los smartphones, comprando y trabajando por internet y nos relacionamos cada vez menos de manera “presencial” (esta palabra es aterradora precisamente porque señala la singularidad y extrañeza que produce hoy en día el modelo cara a cara).
A mí las redes me han dado mucho, y yo a ellas, ¿eh? Para un periodista, o escritor, son un paraíso sembrado de frutas exóticas al alcance de la mano. Serás admirado, amado, deseado, consentido, plagiado… Serás insultado, detestado, linchado, la gente se cansará de ti, como es normal… Por privado recibirás las más elevadas declaraciones de amor y las más inopinadas ofensas porque pese a toda esta impostación loquísima, son un soporte sincero hasta la impudicia, hasta lo temerario.
Yo, queridos (miren, odio decir yo) respeto y valoro la heterogeneidad, los que me conocen saben que soy liberalísima y que siempre estoy deseando escuchar argumentos que revisiten una por una mis convicciones e incluso las revienten. Mi deseo más intenso consiste en encontrar la verdad, por eso, mis mejores amigos no piensan como yo_pocos comparten mis escritos_ ni falta que hace.
Lo cierto es que por obra de las redes sociales cada vez tenemos menos control sobre quiénes somos y sobre lo que creemos. Y de ahí a las sociedades agresivas, polarizadas donde parece que no existen nada más que desavenencias.
Luego están las personas limitadas que fuera de la literalidad se desorientan porque no manejan el doble sentido ni mucho menos el humor, por lo que, en lo que dependa de ellos, castigarán cualquier clase de ironía, ambigüedad conductual o alteración del orden preestablecido y convencional, incluyendo la sintaxis, pero no tienen la culpa, criaturitas.
¿Y qué me dicen de los fanáticos? el fanatismo es un fallo del cerebro; yo por eso a los fanáticos los observo como el minerólogo que estudia desapasionadamente las características de una gema; sus rebuznos, me los tomo con todo el cariño y la comprensión que me permiten mi condición de persona adulta, sana y bien constituida. Estas formas de vida digitales defienden desde la máxima agresividad y la paranoia un asunto de su interés, ya sea la monarquía, la república, el futbol, el ecologismo, el veganismo, el feminismo… sin percatarse de que lo que realmente proyectan no son ideas (las ideas nunca agreden) sino sus propias heridas, de la índole y procedencia que sean, mientras se acaloran, maldicen, se retuercen y contienden. Eso y por supuesto un alma primitiva y tosca.
Las redes en muchos aspectos son dañinas porque están diseñadas para hacernos adictos a la vanagloria (vana-gloria), donde el número de megustas (mis amigos son mis likes) nos convierten en mascotas saltarinas intentando llamar la atención de un amo displicente que nos refuerza intermitentemente. En semejante contexto imaginen el sufrimiento que pueden alcanzar los envidiosos ¡no quiero ni imaginarlo! Para un envidioso, igual que para las personas compulsivas o los amantes celosos, las redes deberían estar prohibidas por la OMS.
Las redes son como todo. ¿Cuántos vasos de vino es bueno beberse a la semana? “El alcohol me ha dado más que me ha quitado” decía Churchill. ¿En qué momento dejan de ser ventajosas las redes y se convierten en un agujero negro por donde se cuela nuestro tiempo, nuestra vida, mientras intercambiamos gilipolleces? Y luego que esto es de pobres, ¿eh? los más ricos no sólo huyen del mundo digital sino que invierten dinero solamente en aquello que promueva en contacto humano.
Y finalmente los que no postean nada, los stalkers, los fantasmas o los espías. En las RRSS los perfiles silenciosos, son los verdaderamente temibles y sus dueños, los seres más patológicos.
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