La Columna de Carla de La Lá
Amar a los enemigos, la idea más avanzada de la historia
Lo más inteligente, abstracto y civilizado que se ha dicho y lo que radicalmente nos separa del mono.
Jesucristo mantuvo controversias con miembros de algunas de las más importantes sectas religiosas del judaísmo, como los fariseos, a quienes acusó de hipocresía y de no cuidar lo más importante de la Torá: la caridad y la compasión. Les aseguraba que las meretrices les precederían en el Reino de Dios y pregonaba, contraviniendo ferozmente el orden y la jerarquía establecidos, un mensaje modernísimo e inclusivo donde abrazaba a los marginados, a los menesterosos y a los pecadores para ofrecerles un indiscutible y escandaloso upgrade.
Independientemente de la misión del Mesías para los creyentes y de la visión teológica de su figura, Jesucristo fue un insurgente y un brillantísimo reformista; la genialidad de su mensaje, jamás antes escuchado (ni sospechado), radicaba en la insistencia en la igualdad, en el amor incondicional y en la defensa de los derechos de todos los oprimidos: las mujeres, los pobres, los enfermos, los extranjeros, los niños y los enemigos, por supuesto. Porque, lo más inteligente, abstracto, civilizado y avanzado que se ha dicho jamás en todos los años de evolución antropológica, intelectual y filosófica, lo más punk y lo que radicalmente nos separa del mono, es esto:
“¡Ama a tus enemigos!”_Y lo dijo Él.
La inmensa mayoría de los estudiosos coinciden en señalar que la exigencia del amor a los enemigos fue una enseñanza genuina y representativa del Jesús histórico. Incluso los críticos más radicales de los textos sinópticos, como Rudolf Karl Bultmann y Herbert Braun, consideraron que el amor a los enemigos fue un mandato propio y característico de la predicación de Jesús, y una de las áreas en que Jesús radicalizó las demandas de la Torá.
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen.
Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más?
Mateo, 5
En contadas civilizaciones y corrientes filosóficas se verificó la existencia de consejos tendientes a cierta benevolencia con los enemigos. Sin embargo, la radicalidad de las palabras de Jesús—quien otorga al amor a los enemigos un carácter innegociable—distingue su mensaje de cuantos hubo antes.
En la Antigua Grecia, como en casi todo el mundo, regía un principio elemental de retribución, o la ética vulgar helenista de pagar con la misma moneda. Platón formuló en su Menón: “Hacer el bien a los amigos, hacer el mal a los enemigos”.
Por su singular doctrina y comportamiento, Jesús fue acusado de borracho y tragón, amigo de publicanos y prostitutas. Sus familiares lo tuvieron por enajenado pero su predicación transmitió el más válido y permanente mensaje de esperanza dirigido a toda la humanidad sin excepción, que proclamaba los derechos del Hombre y su liberación. Por ese motivo también, la ética de Jesús enfatiza el desapego a los bienes materiales, lo cual no significa ser comunista, sino que habla de un orden de prioridades enfocado a la espiritualidad.
Jesús denunciaba a las autoridades religiosas por utilizar a Dios y la religión para oprimir al pueblo e iba claramente contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del anti profeta. Su pasión y muerte fueron consecuencia directa de un choque frontal y absoluto con los poderes establecidos en su tiempo que se defendieron de sus enseñanzas y de su persona, pero no desde la maldad. Los sacerdotes, los escribas y los fariseos no se opusieron a Jesús porque fuera buena persona. Eran gentes normativas que pretendían ser fieles a la voluntad de Dios, que para ellos estaba definida en la ley de Moisés. Se preguntaban: ¿Es un profeta o un blasfemo que seduce al pueblo y lo aleja de la religión judía? La respuesta no era tan sencilla como nos puede parecer hoy.
Por su parte, las elites imperiales también se mostraban alarmadas ante su figura y su acción debido a los diversos alzamientos contra la ocupación romana encabezados por líderes locales; las noticias que les llegaban acerca de este maestro hablaban de la llegada de un «reino de Dios».
¿Fueron los judíos los que lo arrastraron a la cruz o más bien los romanos, que en aquel tiempo dominaban Palestina y lo consideraron subversivo? La moderna historiografía se inclina a considerar que fueron los romanos y no los judíos quienes condenaron al insurrecto y se basan en dos argumentos concretos: por un lado, que la crucifixión no era una pena judía, como la lapidación, por ejemplo. La crucifixión era una especialidad romana empleada contra los rebeldes políticos. De hecho, como título de la condenación de Jesús se estableció su demanda de convertirse en rey de los judíos. Además, cuando Palestina estaba ocupada por los romanos, las autoridades judías no tenían la potestad de imponer la pena capital. Si acaso podían hacerlo solo por blasfemia.
En cualquier caso, la lucha por el “Reino de Dios” de la que Jesús hablaba suponía una lucha en favor de la igualdad y la libertad, lo que le llevó al enfrentamiento con los responsables del despotismo dominante.
Por eso murió (para muchos resucitó) y cumplió su misión.
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