La Columna de Carla de la lá
El AMOR con mayúsculas y el enamoramiento
El verdadero Amor, ese sentimiento de hondura y apego en una pareja, no termina nunca. Otra cosa son las relaciones.
Excepto en el caso de mi marido, porque DE MI, solo se puede estar enamorado hasta las trancas, hipnotizado, hechizado, fascinado, seducido, atolondrado, deslumbrado, alucinado, exasperado y, en definitiva ¡Loco!… (para siempre), el enamoramiento no dura, y miren, menos mal, porque no nos permitiría llevar una vida donde desempeñemos nuestra cotidianidad de manera coherente.
Dice la sabiduría popular que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista y no es ninguna superficialidad, como nada lo es en la boca socarrona del tiempo.
El enamoramiento, ese estado de alteración emocional, ese dolor físico, esa fiebre que nos impide concentrarnos, dormir, comer, trabajar, pensar con claridad y hasta ¡ver!… esa fibromialgia, es un estado transitorio.
Amar de verdad a alguien, va mucho más allá de esta emoción lastimera y es un estado, el de amar, que llega, cuando lo hace, lentamente.
Enamorarse, que es infinitamente más fácil que amar, comienza con un proceso de idealización donde la química de nuestro organismo nos hacen sentir, por medio de un groserísimo sesgo positivo, como si esa persona, objeto de nuestra pasión, fuera lo mejor del universo: “Es una persona increíble, extraordinaria, viene del Olimpo a bautizarnos…”
Cada cual la construye, la diseña y la dibuja a su antojo, a la medida de sus necesidades y ensoñaciones y el resultado de esa fantasía puede no tener que ver mucho con la realidad de la persona… Cuando estás enamorado, la realidad no cuenta.
El chiste de esta forma de engaño o extravío es que generalmente desaparece tan pronto como generamos resistencias y la química de nuestro organismo se equilibra y se atempera. Entonces observamos a nuestra pareja perdidos y confusos.
-¡¡Has cambiado!! ¿Por qué has cambiado?
Y sufrimos, pero nos equivocamos otra vez porque la persona no ha cambiado, en todo caso lo hacemos nosotros y lo que ocurre es que comenzamos a abrir los ojos para conocerla.
Durante el enamoramiento, que es compulsivo, sentimos el impulso insoslayable de consumir a la otra persona de cualquier manera posible, cruda, incluso. Estar enamorado es disfrutar (pero sobre todo padecer) un anhelo constante, una necesidad intemperante y un síndrome de abstinencia.
Hay estudios que aseguran que el cerebro de una persona enamorada es similar al de una persona que ha consumido cocaína. La causante de este disparate es la dopamina, responsable de las clásicas, ridículas, infantiles y literarias locuras de amor. Ante el enamoramiento, el cerebro libera feniletilamina que también se encuentra en el chocolate, lo que explica el comportamiento abusivo e insensato de algunos ante este alimento.
Cuando amamos profundamente, por el contrario, el sentimiento no es de consumo compulsivo, ni es tan egoísta. El que ama respeta el espacio del otro y necesita el suyo, de hecho, es fácil olvidar lo mucho que amamos a nuestra pareja (porque lo hemos normalizado y ya no pensamos en ello) hasta que la vida nos obliga a recordar por medio de la pérdida…
Cuando estamos enamorados, igual que al consumir cocaína o chocolate, queremos tener más y más y por ello perseguimos construir una relación estable y comprometida. Cuando amamos de verdad, en cambio, ese objetivo prioritario se desvanece porque ya lo hemos alcanzado, lo que tiende a generar problemas, paradójicamente; sí, lo hemos conseguido, pero sentimos la necesidad de seguir avanzando.
Por eso, para mantener una relación duradera y de auténtico Amor, con mayúsculas, una cierta madurez es imprescindible, para comprender que lo que tenemos es todo lo que necesitamos, disfrutando del vínculo de manera indefinida.
El verdadero amor no idealiza (para posteriormente denigrar) al otro, más bien se acepta que no es perfecto y a pesar de que las mariposas en el estómago vuelan muy lejos, el amor permanece, cada vez más fuerte. El amor más allá del éxtasis del enamoramiento es inteligente, sincero y, como dice Corintios 13.8, “no tiene fecha de caducidad”. Según un estudio publicado en la revista científica Motivation and Emotion hace unos años, el enamoramiento hace que la concentración se vea muy reducida. En el estudio, se analizaban voluntarios muy enamorados y lo cierto es que mientras más lo estaban, más trabajo les costaba resolver ciertas tareas. Lo que no aseguran las conclusiones es si el enamoramiento hace que no tengamos un control cognitivo pleno o si quienes definitivamente no lo tienen.... En fin, ¿enamorarnos nos atonta o es que los tontos se enamoran más?
El verdadero Amor, ese sentimiento de hondura y apego en una pareja, no termina nunca. Otra cosa son las relaciones, las relaciones son las que no duran, las que funcionan habitualmente fatal, por la dureza de nuestro egocentrismo, nuestra ingratitud, nuestra falta de dominio propio y, claro, por nuestra estupidez.
El Amor con mayúsculas no se parece nada a Disney (Disney termina siempre cuando se casan, al final del enamoramiento, pero ahí empieza todo). Yo adoro la vida de pareja y el reto constante que supone, más difícil que una Ingeniería de Telecomunicaciones y cuatro oposiciones a Registrador, con muchas más gratificaciones, por supuesto.
Nos volvemos locos buscando a la persona ideal que cumpla con nuestra inocente check list; cuando nos enamoramos incluso intentamos cambiar al otro para que se asemeje aún más a nuestro ideal y no nos damos cuenta del único hecho crucial, estructural, en las relaciones bienfuncionantes: que no hay que buscar a la persona ideal. Para que la pareja desinteresada perdure, el objetivo es ser ideal.