La Columna de Carla de La Lá
Varón, anciano y con sobrepeso
Esta navidad será el colofón perfecto para 2020: unas fiestas recelosas para un año traicionero.
Yo sé de gente que se va a poner las normas por montera esta nochebuena y va a montar un belén con vaca, mula, pastorcillos, reyes y estrella fugaz en compañía de niños y mayores, los que sean y me da mucha envidia, lo reconozco.
Hoy por esta, su columnista predilecta no habla otra cosa que la envidia, y como dice mi mejor amiga, la envidia sana no existe puesto que solo existe envidia de una clase: la cochina.
Mis hermanos y yo, con familia y mascotas a cuestas, teníamos la malsana costumbre de acudir en tropel a casa de mis padres a pasar las fiestas. Allí abandonábamos a nuestros hijos a sus cuidados (y a nosotros mismos) y nos regresábamos psicológicamente a una edad más fresca e irresponsable, dejando que fueran bajando los estreses de todo el año, hasta desaparecer entre sus cariños, consejos y egaños. Por supuesto, para mamá navidad llegó a ser tiempo de guerra, de tsunami... y cada enero terminaba las pascuas dándole vueltas a una sola idea: cómo hacer para que no volviéramos ninguno nunca más, sin herir nuestros sentimientos.
Miren por donde, este año la solución le ha llegado sin esfuerzo porque, igual que muchos de ustedes, imagino, no pasaré las fechas señaladas con mis mayores, como he venido haciendo desde que nací. Es una verdadera lástima y no termino de sentir navidad por ello, pero… son agentes de alto riesgo, la mascarilla no sería suficiente, ni creíble, pasado el primer brindis, y hemos de ser responsables, por seguridad.
¿Y cómo se han comportado ustedes este año? Es hora de hacer balance, no obstante, lo de menos serán nuestras buenas o malas obras, esta navidad no podremos sentarnos en el regazo de papá Noel en el centro comercial, y tampoco esperen que el epicúreo anciano se cuele por la chimenea de sus casas cargado de regalos bajo un tapabocas. Esta navidad será el colofón perfecto para 2020: unas fiestas recelosas para un año traicionero. ¿O deberíamos llamarlo catastrófico? El otro día leí en algún medio que llegamos a fin de año más solos, más tristes y más pobres, a lo que yo añadiría, por supuesto, más adictos y más gordos, aunque el artículo no estaba mal.
Cabe destacar que la comida es una de las pocas señas navideñas permitidas este año, de lo contrario el pueblo español se levantaría (no ver a los abuelos pase, pero ¿quedarnos sin langostinos?)
Queridos míos, ¿no les resulta ridícula y grotesca esta fiebre culinaria en que vivimos? Yo la encuentro un disparate: la furia gourmet me parece hortera, de pobre... como de los pueblos donde se pasaba hambre tradicionalmente y de repente se mataba un cerdo...
Es primitivo pensar tanto en el yantar, pero, qué quieren que les diga, esta navidad podemos desquitarnos de la frustración con la comida y la bebida, ¿no es cierto que bebían y bebían y volvían a beber?... Y díganme, ¿qué les parece más de Las Hurdes: el turrón duro o el turrón blando? En mi modesta opinión y exceptuando los polvorones de mi tierra, los de Felipe II, los dulces navideños son un ardid incuestionable; sí, una perversión culinaria imposible que sólo puede satisfacer a un depravado y que, año tras año, consumimos para contrarrestar la silenciosa ansiedad que representa tener delante a toda la familia. Y bien que la vamos a echar de menos este maldito año con toda su parafernalia: mi madre y sus frutas escarchadas multicolores. A mi padre le gustan los mazapanes, pero este año, alejada de mi casa natal no pienso comprarlos, con ese saborcillo y sobre todo esa textura tan… ¿Puerto Hurraco? Turrones tampoco creo que traiga ninguno porque no están tan ricos como engordan, mientras que Jijona nos traslada a un escenario de corrupción valenciana.... Y ¿quién en su sano juicio desearía tener cerca una peladilla? Las imagino rodando dentro de bocas de personas sin dientes...
Los polvorones Felipe II, en cambio, son blancas perlas, suaves copos de fina nieve, tamizados que se deshacen en la lengua como alas de mariposa y no contienen groseros trozos de almendras ni frutos secos, ni cosas tostadas, ni gaitas. Y ese inconfundible olor a navidad, a amor...
Tomen nota, señoras y señores, y si conocen otros similares pero mejores, compártanlo, por favor, en casa llevamos años buscando y haciendo catas ciegas y no hemos encontrado nada igual que los felipes.
Pero sigamos, ¿qué cenan, queridísimos, en las noches señaladas?
Nosotros como novedad, cenaremos en casa de un hermano en Madrid. Y no puedo asegurarles que sea desinteresado puesto que vende online las delicias más inimaginables: Salvat Gourmet. Pero basta, ¡no me conozco!, hablamos desmesuradamente de comida ¿no les parece? Y es de una superficialidad aborrecible y me da un poco de grima, como Julio Iglesias cuando habla de todas las mujeres con las que se ha acostado... Hablemos entonces de bebida…
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