La columna de Carla de la Lá
Por sus mascarillas los conoceréis
¡Maldigo el día en que los hombres descubrieron el arte de la estampación textil!
No me ha gustado mucho este verano y no me identifico con la “nueva normalidad”. Lo digo porque conozco gente que está encantada… Yo no, a mí me gustaba mucho mi vida antes del Estado de alarma, los viajes, las fiestas, los impúdicos abrazos entre varios, el intercambio de besos, vasos y cigarrillos (mientras escribo me imagino, como Jim Morrison, babeando ácido lisérgico bajo la luz tenue de un after, al que nunca he asistido).
¿Qué quieren que les diga?… añoro la alegría que se respiraba en las calles locas de Madrid, la confianza, la falsa ilusión de control, que sí, que era un disparate, pero yo (como muchos) nací para improvisar lo más posible, y antinormativa (como pocos), no me acostumbro al bozal, ni a la mascarilla mental ni mucho menos a la física.
Hablando de mascarillas: ¡maldigo el día en que los Hombres descubrieron el Arte de la estampación textil!. Por si no tuviéramos información (desagradable) suficiente acerca de nosotros mismos y nuestros congéneres, es decir del género humano en la “vieja normalidad”, la nueva y sus obligatorias mascarillas nos otorgan aún más conocimiento del que ya teníamos de nuestros semejantes, sin pedirlo.
Como saben, lectores míos, que son sensibles e inteligentes, la estética es la fuente de información más importante e inequívoca de la que disponemos en este mundo. Solo los superficiales no juzgan por las apariencias, decía nuestro inagotable Wilde. Schopenhauer nos instaba a permanecer “atentos a los detalles sin importancia, donde el mezquino, el tonto y el malvado (y el hortera, esto es cosa mía) inevitablemente bajan la guardia...”.
Por eso hoy vamos a analizar las mascarillas y sus respectivos perfiles psicológicos, estableciendo como premisa que, ante todo, una persona con singularidad, con estilo puede ponerse lo que le dé la gana, como decía Nietzsche: “las normas, para la mayoría…”. Andrea Casiraghi apareció el otro día en un evento con un impecable traje de corbata, y mascarilla de camuflaje. ¡Guapísimo! Y aunque le colgaran sendas patatas pochas de las orejas.
¿Que qué significa “tener estilo”? Pues verán, una persona con estilo es una persona con gracia. Sencillamente. Pero, vamos al tomate:
_La mascarilla quirúrgica: en casa tenemos varias cajas, igual que en la Casa del Rey, pero no me gustan, raspan (me producen dermatitis), no favorecen absolutamente nada y, lo más importante, denotan anestesia moral, pereza y cierta pobreza de espíritu. Un recurso mezquino y funcionarial para cumplir con la normativa y ya.
_La mascarilla negra lisa: Elegante, sexy, sienta muy bien, especialmente a las rubias y más si está cortada con forma y no en modo acordeón como las quirúrgicas. Además, tiene el poder de liberarnos como emisores y como receptores de los potentes y comprometedores mensajes de las mascarillas estampadas que no todo el mundo sabe utilizar.
_La mascarilla blanca lisa: bien dibujada ofrece los mismos atributos que la negra pero añade uno, la imagen de profesionalidad, pulcritud, pureza… el otro día tuve el placer de charlar con el chef de uno de los restaurantes más bonitos y seguros de Madrid, Bodega de los secretos, llevaba una nívea mascarilla con la que parecía un ángel, una deidad. Lo difícil es mantenerla pulcra y la limpieza de la mascarilla blanca ha de ser proverbial, obsesiva-TOC.
_La mascarilla estampada: aquí hay de todo, como en el mismo infierno, desde la mascarilla de florecitas de Kate Middleton (le sienta fatal porque la lleva talla toddler o se ha inflado los mofletes con hialurónico, se lo preguntaré a la Doctora Fercasy), hasta las jipilonguis que lleva Victoria Federica con motivos como de “porrito en caños de meca” y mucho tino. La mezcla de estampados distintos mascarilla-vestido es una pauta muy Sara Jessica Parker y, en el otro extremo, tenemos a Matilde de Bélgica cuyas mascarillas estampadas se confeccionan directamente con la misma tela que sus vestidos, craso error, parece una mochila escolar con el estuche a juego.
_La mascarilla política: que les voy a decir que no sepan... banderita sí, banderita no (bostezo mortal)… La mascarilla política sólo tiene cierto interés cuando lo que se exhibe es contra natura, por ejemplo, cuando mi marido se vio obligado este verano a comprarse una mascarilla con la ikurriña en los montes vascos y a pasar su cumpleaños con ella puesta.
_La mascarilla del tonto: mascarilla de la bandera pirata, del tetris, los que llevan la foto de medio hocico de algún mamífero… estos me producen especial grima y desconcierto… y, para nota, los que llevan media cara serigrafiada con su propia sonrisa, su dentadura o su bigote.
_La mascarilla de logos: Di no a los logos, los logos, además de las mujeres despampanantes, son lo que une a Cristiano Ronaldo, Kiko Matamoros y Omar Montes; si existe un paraíso que Dios haya dispuesto en su infinita generosidad para los canis del mundo está entelado de logos de Vuitton, Gucci o Fendi. Y su infierno, naturalmente, de ositos de Tous.
_La mascarilla de la patología mental: ya saben, aquellos que llevan serigrafiada en la mascarilla la foto de su perro o la de sus dos hijos… la misma gente que pone en su perfil de RRSS una foto de su perro o de sus dos hijos… Personas a un milímetro de tomar una bazuca y tirotear a 400 niños en cualquier colegio, personas que se auto inmolan como los kamikazes de Al Qaeda.
_La mascarilla joya: inapropiada en tiempos de hambruna como estos; sin embargo, lejos de proyectar distinción, a mí me inspira algo extraño, machista y erótico-delictivo entre la prostitución de lujo en Abu Dabi y las pezoneras de lentejuelas de saldo.
_La mascarilla macarra: ya saben, el individuo que va por ahí con un tapabocas de calaveras o con dos tetas o esas atroces de dentaduras del payaso IT o las que muestran una nada apetecible lengua.
_La mascarilla cuqui: Se lo digo a los niños, mil veces antes un macarra que un cursi. He visto hasta mascarillas de escritoras famosas de las historia dibujaditas y coloreadas… en plan culturita reivindicativa feminista chuli (una monada, “por eso nos daría vergüenza llevarlas” dicen mis hijas). A menudo me cruzo en mi barrio con una señora que lleva a sus 4 hijos de ambos sexos vestidos de topitos rosas con la mascarilla a juego del capazo, de su falda y de su corazón… No quiero imaginar la suerte de esos chiquillos si le manchan de nocilla a su madre el sofá de capitoné de seda champagne.
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