Siempre ha sido un imprescindible en nuestro neceser, pero ahora con el confinamiento de por medio, ha adquirido una categoría superior. Hablamos de la máscara de pestañas y su poder por hacer sentir maquilladas sin (prácticamente) estarlo. El efecto que consigue en nuestra mirada, y en el rostro en general, es suficiente para vernos bellas y perfectas con solo una pasada. ¿Podemos vivir sin ella? Difícilmente, de ahí que estas últimas semanas se haya convertido en el producto más vendido, por encima del pintalabios o los polvos bronceadores.

El problema recae en que muchas veces este aliado se seca antes de tiempo generando multitud de grumos en nuestras pestañas y no entendemos el porqué. ¿Qué hemos hecho mal? ¿Es ese rímel en particular? ¿Debemos cambiar? Por fortuna, los expertos coinciden en que es algo mucho más sencillo y habitual, un gesto que repetimos a diario y que resulta el detonante de todo: sacar y meter el cepillo para intentar regular la dosis.

Este acto provoca que se introduzca más aire del necesario en la máscara, favoreciendo un proceso de secado acelerado y la aparición de grumos. Además, en esa fase de creación de grumos, la aplicación será más complicada y resultará difícil eliminar los bloques secos que se depositan en las pestañas, dejando un efecto apelmazado que no deseamos. Y no solo eso. “El aire que entra puede incluir bacterias que corrompan el producto, pudiendo afectar a la salud de nuestras pestañas”, ha afirmado Diana Suarez, directora técnica de RevitaLash Cosmetics.

¿Qué necesidad de cambiar algo que la propia máscara de pestañas ya realiza por sí sola? El bote juega un papel importante y está diseñado para trabajar con el cepillo, creando las dosis perfectas. “Dependerá del efecto deseado, pero si se quieren unas pestañas perfectas en una sola pasada, con sacar una vez el cepillo del bote tendremos suficiente para cubrir un ojo completo”, comenta David Deibis, Makeup Artist de Perricone MD.