Nueva Orleans
«Soy un bollito berlinés»
La frase «Ich bin ein Berliner» pronunciada por Kennedy hace medio siglo ha pasado a la antología de las proclamas. Pocos saben que incluía un serio error gramatical y que se trataba de un refrito
La frase «Ich bin ein Berliner» pronunciada por Kennedy hace medio siglo ha pasado a la antología de las proclamas
Veintidós meses después de que el Gobierno de la RDA, una nación satélite de la Unión Soviética, levantara el Muro de Berlín como símbolo paradigmático de la Guerra Fría, JFK decidió desplazarse a la zona occidental de la ciudad germana para indicar que Estados Unidos contendría cualquier intento de expansión del comunismo. La frase clave del discurso pronunciado el 26 de junio de 1963 fue, como es bien conocido, «Ich bin ein Berliner». De manera bien significativa, la expresión no sólo era incorrecta gramaticalmente sino que además constituía un refrito de un discurso previo de Kennedy.
El 4 de mayo de 1962, en el curso de una intervención ante un foro cívico de Nueva Orleans, Kennedy había afirmado que dos mil años antes la frase que se podía pronunciar con mayor orgullo era «Civis Romanus sum» (Soy ciudadano romano), pero que en 1962, esa frase no era otra que soy «ciudadano de los Estados Unidos». Kennedy había continuado señalando en esa ocasión que la parte mejor de esos ciudadanos se encontraba, por ejemplo, entre los soldados que formaban parte del contingente norteamericano acantonado en Berlín.
Esos militares eran, según Kennedy, «hijos y hermanos» de la gente que constituía el auditorio. La frase tuvo tanto éxito que los asesores de JFK pensaron en la conveniencia de reutilizarla con ocasión de la inminente visita presidencial a Berlín. El problema es que en ella se deslizó un error que rayaba con lo ridículo. De entrada, la expresión «Ich bin ein Berliner» –que pronunciaría finalmente Kennedy– no significa «Yo soy berlinés» sino «Yo soy un bollito relleno», típico, eso sí, de la ciudad alemana. De hecho, «Yo soy berlinés» habría sido en correcto alemán «Ich bin Berliner».
La causa del error no ha quedado establecida de manera indiscutible. Por ejemplo, Margaret Plischke, una traductora que trabajaba para el Departamento de Estado de Estados Unidos y que estaba ayudando a pulir su pronunciación alemana a JFK, atribuyó en 1997 el yerro a un funcionario antipático que no dejaba de quejarse de que hubieran interrumpido sus vacaciones para ayudar al inquilino de la Casa Blanca a luchar con su escasa capacidad para los idiomas.
En 2008, Ted Sorensen, asesor y biógrafo de Kennedy, se atribuiría, sin embargo, la autoría del error al introducir en el texto presidencial un «ein» que convirtió a JFK de berlinés en bollito relleno. Fuera como fuese, Kennedy –se conservan las notas autógrafas– intentó dominar la pronunciación ya con error incorporado. La razón por la que el fallo no tuvo mayor trascendencia no deja de ser reveladora.
Kennedy fue acompañado en la ocasión por Heinz Weber, un miembro de la misión americana en Berlín, encargado de traducirle. Cuando JFK afirmó en un alemán difícilmente identificable que era un bollito relleno, los berlineses acogieron la expresión con un silencio tan profundo que el presidente se preguntó sobre la oportunidad de esa frase.
Sin embargo, de manera inmediata, Weber tradujo el texto inglés y la frase alemana a la lengua de Goethe y, de manera entusiasta, cuatrocientos cincuenta mil personas prorrumpieron en aplausos y aclamaciones. Kennedy acababa de hacer historia con un discurso que molestaría no poco al Kremlin. Poco importaba que para ello hubiera recurrido, involuntariamente, eso sí, a un bollito relleno que además se repetía.
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