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Conflicto en Sudán

Sudán revive la epidemia golpista en África: “Son dos señores de la guerra luchando por el poder”

Más de medio centenar de civiles han muerto y otros 600 han resultado heridos como consecuencia de los combates

Jartum despertó el sábado con el sonido de la artillería. La capital de Sudán se convirtió en cuestión de horas en el escenario principal de una batalla encarnizada por el poder entre dos líderes que hasta hace apenas unos meses compartían los mismos intereses: impedir que la sociedad civil tomara las riendas del país y encauzara la turbulenta transición a la democracia heredada de la revolución de 2019, que consiguió tumbar el régimen islamista de Omar Hasán al-Bashir con la estocada final de sus compañeros de armas. Pero los uniformados que permitieron su caída no iban a renunciar al poder tan fácilmente.

Los enfrentamientos comenzaron de madrugada en la base militar de Jartum, a orillas del Nilo Azul. Después se extendieron por el palacio presidencial, el aeropuerto y la sede de la televisión nacional. Los puntos calientes de cada golpe de Estado. A primera hora de la mañana del sábado, los aviones de combate y los helicópteros militares empezaban a sobrevolar el cielo de la capital. Nadie tenía claro quién estaba al mando. Más de 24 horas después, sigue sin estarlo. Los combates continúan en Jartum y se intensifican en otros puntos del país mientras la comunidad internacional redobla esfuerzos para detener el conflicto.

“La oscuridad total y el sonido de los disparos de vez en cuando dan mucho miedo, pero luego se respira cierta normalidad con los sonidos de las oraciones de Tahajjud [rezo voluntario nocturno del islam, la religión mayoritaria en Sudán] que salen de las mezquitas... es una mezcla extraña de sentimientos”, tuitea Hamid Khalafallah desde Jartum. Falta poco más de una semana para que acabe el mes sagrado de Ramadán en el país. “El fuego está siendo muy intenso, es como una lluvia de disparos”, relata otra usuaria de esta red social sin revelar su localización.

Hay víctimas civiles. Al menos 56 personas han muerto en las últimas 24 horas, según el último recuento del Comité de Médicos de Sudán. Otras 600 han resultado heridas. Las cifras aumentarán con toda probabilidad en las próximas horas. Los bandos han trasladado los combates al núcleo de las ciudades, mientras los tanques recorren los barrios residenciales y el sonido de los disparos retumba en los cristales. Los civiles están atrapados en mitad del fuego cruzado.

“Esto viene precedido por los debates sobre la reforma de las fuerzas de seguridad y por los islamistas, que alimentan la rivalidad entre las Fuerzas Armadas y las Fuerzas de Apoyo Rápido”, explica a este periódico Khalafallah, un profundo conocedor de la realidad política de su país.

Mohamed Osman, investigador de la División de África de Human Rights Watch (HRW), coincide. “El asunto principal de las negociaciones había sido la reforma de los órganos de seguridad. Los dos cuerpos tienen un amplio historial de abusos de los derechos humanos y no querían asumir responsabilidades en este nuevo periodo. Están intentando evitar la rendición de cuentas”, indica desde Berlín en conversación telefónica con LA RAZÓN.

Ambos hacen referencia al Ejército regular y las Fuerzas de Apoyo Rápido, un cuerpo paramilitar creado sobre los cimientos de las milicias Janjaweed para cometer una limpieza étnica contra los rebeldes de la región occidental de Darfur. Omar al-Bashir, que había armado a estas milicias, regularizó su situación como premio por su sangrienta hoja de servicios. Pero la desconfianza entre las filas de las Fuerzas Armadas aumentó conforme esta fuerza paramilitar iba ganando peso en la escena política sudanesa y se constituía de facto como un Ejército paralelo, ya sin el control férreo del autócrata.

Una transición mutilada

Los uniformados pilotaron en todo momento el proceso de transición tras la caída de al-Bashir, aunque amagaron con ceder una cuota de poder a representantes civiles tras alcanzar un acuerdo con las plataformas prodemocráticas. Pero en octubre de 2021, el jefe de las Fuerzas Armadas, el general Abdel Fattah al-Burhan, que había colocado como número dos del Consejo Soberano de Transición al líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, el teniente general Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti, dio un golpe de Estado y detuvo al entonces primer ministro, el diplomático Abdalla Hamdok.

El movimiento lampedusiano del Ejército no funcionó. Estallaron las protestas en las calles de Jartum –reprimidas con dureza por el Ejército con la colaboración de la fuerza paramilitar– y aumentaron las presiones de la comunidad internacional para encarrilar la transición hacia un Gobierno civil, con Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza. Por eso, 18 meses después de la asonada, las plataformas prodemocráticas y los representantes militares retomaron las negociaciones.

Las partes se abrieron en diciembre a integrar las Fuerzas de Apoyo Rápido en las Fuerzas Armadas, un paso necesario para unificar los cuerpos. Pero no quedaba claro quién debía supervisar el proceso ni en qué plazos debía de llevarse a cabo. Tampoco hubo acuerdo para decidir quién estaría al mando.

Intentona golpista

“En Sudán, muchos civiles dicen que se trata de un enfrentamiento entre los Kizan, los elementos islamistas del antiguo régimen de Omar al-Bashir que componen la cúpula del Ejército, y las Fuerzas de Apoyo Rápido”, recoge el analista Mat Nashed. “Los islamistas no aceptarían un escenario en el que su poder se agotara mientras creciera el poder de la fuerza paramilitar”.

Hemedti tampoco quiere ceder terreno. En las últimas semanas, el teniente general, que controla buena parte de los recursos mineros del país, ha cargado en público contra al-Burhan y ha acentuado su perfil anti islamista para tender puentes con los distintos movimientos políticos. Al mismo tiempo, repartía a sus cerca de 35.000 efectivos por las distintas bases militares del país para contrarrestar a las fuerzas del Ejército, mucho más numerosas, según las estimaciones. Eran los preparativos del golpe militar que comenzó en la madrugada del sábado y que puede conducir a Sudán hacia una nueva guerra civil.

“El movimiento de las Fuerzas de Apoyo Rápido es desesperado. Escogieron el momento indicado, con la esperanza de dar un último golpe en un ataque sorpresa”, escribe el especialista Mahmoud Salem. “Pero eso sólo puede funcionar si logran tomar el poder en las primeras 48 horas”. Aún está por ver si los hombres de al-Burhan reaccionan y apagan los focos de la insurgencia, que se han extendido por varias regiones del país. Salem sostiene que si los combates no terminan este domingo, las Fuerzas de Apoyo Rápido “están acabadas”. No tienen la capacidad logística suficiente para prolongar la ofensiva.

Intereses externos

“Es demasiado simplista describir esto como una pelea entre líderes rivales de distintas fuerzas de seguridad, aunque es el principal elemento aquí”, reconoce la analista Lauren Blanchard. Los generales, sin embargo, representan también una serie de intereses externos, y es que los países de la región están implicados de lleno en la crisis política de Sudán. El Egipto de Abdel Fattah El Sisi está del lado del Ejército, por eso no sorprendió que una división de soldados egipcios fuera capturada por los paramilitares en el aeropuerto capitalino de Merowe.

Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí cuentan con aliados en ambos bandos, pero “siempre se inclinarán hacia el lado del Ejército en el momento de la verdad, así ha sido durante los últimos seis meses”, apunta Salem. Washington y el resto de las cancillerías europeas están encabezando las negociaciones prodemocráticas, pero, en caso de choque directo, prefieren al Ejército, en parte como contrapeso de los intereses de Rusia, que mantiene relaciones fluidas con Hemedti. El grupo de mercenarios Wagner controla varias minas de oro en Sudán gracias al líder paramilitar y el Kremlin pretende tener acceso a sus puertos en el mar Rojo.

“Las potencias occidentales nunca respaldarán a las Fuerzas de Apoyo Rápido o a Hemedti dado su historial de limpieza étnica en Darfur, y especialmente después de que se expusiera su colaboración con Rusia”, subraya Salem. “Se trata de una milicia dirigida por un multimillonario traficante de personas con antecedentes de genocidio y contrabando de oro”. “Si bien ambos son criminales, no son lo mismo a los ojos del orden global”, sentencia.