Océano Índico
El marxista que tumbó a la clase política de Sri Lanka
Anura Kumara Dissanayake llega al poder en Sri Lanka con la promesa de acabar con la corrupción, bajar los impuestos y renegociar un préstamo de casi 3.000 millones de dólares con el FMI
Anura Kumara Dissanayake, quien en sus inicios se unió a un partido marxista-leninista con la ambición de derrocar al gobierno mediante la violencia, ha hecho historia al ser investido como noveno presidente de Sri Lanka tras un proceso electoral democrático. A sus 55 años ha logrado transformar la imagen de su partido, el Janatha Vimukthi Peramuna, alejándolo de su pasado insurgente y acercándolo a la corriente principal de la política nacional.
Su elección es particularmente significativa en un país donde el poder ha sido tradicionalmente dominado por un puñado de familias políticas dinásticas, y ademas refleja la frustración de una población que ha atravesado años de crisis económica y corrupción endémica. En medio de un riguroso régimen de austeridad y bajo la supervisión del Fondo Monetario Internacional (FMI), este inedito ascenso simboliza una ansiada demanda de cambio y la esperanza de un futuro más estable en un contexto crítico para la nación.
Nacido el 24 de noviembre de 1968 en el seno de una familia agrícola, Dissanayake estado comprometido con la política desde su adolescencia. Participó en movilizaciones estudiantiles contra un acuerdo con India que buscaba otorgar autonomía a la minoría tamil, un movimiento que desembocaría en una guerra civil prolongada. Al ingresar a la universidad, formo parte de la Unión de Estudiantes Socialistas, el brazo estudiantil del JVP, que había liderado una insurrección armada en 1971 antes de transitar hacia la política convencional. En 1987, el JVP reanudó su insurrección armada tras su prohibición, buscando derrocar al gobierno. Así, el joven Dissanayake se vio obligado a entrar en la clandestinidad durante la brutal represión estatal, que culminó con la muerte de su líder, Rohana Wijeweera, y la eliminación de muchos de sus principales cuadros. Este conflicto, marcado por una violencia extrema y miles de muertes, dejó una huella profunda en la memoria colectiva de la nación asiatica.
Ahora, este admirador del Che Guevara y de Fidel Castro ha logrado ascender de un modesto papel como diputado a la jefatura del país. A pesar de carecer de experiencia en el ejercicio del poder y con su partido, el Poder Popular Nacional (NPP), que cuenta con apenas tres escaños en el Parlamento, se ha convertido en un símbolo de renovación para una ciudadanía cansada del dominio de unas pocas familias nepotistas que han mantenido el control durante ocho décadas. A la cabeza de una coalición que incluye partidos de izquierda, sindicatos, miembros de la sociedad civil, grupos de mujeres y estudiantes, ha sabido canalizar la indignación de una población que ha sufrido las consecuencias de una crisis financiera sin precedentes en el último lustro.
Durante la campaña electoral, el carismatico líder se comprometió a abordar la difícil situación de los sectores más vulnerables y a combatir la corrupción de manera decidida. Su agenda incluye el fortalecimiento de la industria manufacturera, la agricultura y el sector de tecnologías de la información, con el objetivo de revitalizar la economía nacional. Aunque pretende mantener el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), su intención es renegociar ciertas condiciones para adaptarlas a las necesidades de su país. Sin embargo, Dissanayake enfrentará limitaciones significativas en su margen de maniobra financiera, dado su elevado nivel de endeudamiento. Se prevé que pasen años antes de que este Estado insular, que alguna vez fue considerado un modelo de desarrollo en el sur de Asia, logre recuperar su anterior estabilidad y prosperidad.
El colapso económico de Sri Lanka en 2022, marcado por la aguda escasez de alimentos, combustible y medicinas debido a la falta de divisas para importar productos esenciales, tiene raíces profundamente arraigadas en la política fiscal y económica del país. Años de impuestos excesivamente bajos, junto con déficits presupuestarios y comerciales elevados, llevaron a niveles de deuda insostenibles.
Esta situación se vio agravada por las perturbaciones globales provocadas por la pandemia de covid-19 y los errores de gestión del gobierno de Gotabaya Rajapaksa, quien asumió la presidencia a finales de 2019. Una administración excesivamente concentrada en el poder, la falta de órganos de supervisión independientes, y la existencia de una policía y un poder judicial sumisos facilitaron la mala gestión bajo Rajapaksa. Además, la administración de su hermano Mahinda, que gobernó de 2005 a 2015, también estuvo marcada por altos niveles de corruptela prácticamente sin control.
A medida que la economía se desmoronaba, un movimiento de protesta surgió en todo el país, exigiendo no solo la renuncia inmediata de Gotabaya y su familia, sino también la rendición de cuentas judicial por sus acciones. Los disidentes clamaban por una revisión radical del sistema político y reformas constitucionales para reforzar la democracia, reflejando así un profundo anhelo de cambio en la gobernanza del país.
Tras la dimisión de Gotabaya Rajapaksa en julio de 2022, el Parlamento eligió a Ranil Wickremesinghe como su sucesor, quien rápidamente se movió para estabilizar la economía del país. Este abordó las carencias más críticas y adoptó medidas de austeridad con el fin de equilibrar las cuentas en preparación para un rescate del FMI, que finalmente fue aprobado el año pasado.Con el respaldo del Banco Central y la influencia de factores cíclicos favorables, la inflación, que había alcanzado niveles históricos, disminuyó, los tipos de interés cayeron y las reservas de divisas comenzaron a recuperarse.
A pesar de la mejora en ciertos indicadores económicos, millones de ciudadanos siguen sintiendo el peso de la crisis, con tasas de pobreza que se han más que duplicado desde 2020. Las respuestas gubernamentales, incluido un nuevo sistema de transferencias monetarias destinado a mitigar la pobreza, han resultado insuficientes para abordar las necesidades de la población, especialmente de mujeres y jóvenes. Ante la falta de oportunidades, cientos de miles de srilankeses han optado por abandonar la isla en busca de empleo en el extranjero.
La magnitud de la crisis ha llevado a la población a aceptar ciertos sacrificios, pero muchos ceilandeses consideran que las nuevas políticas del gobierno han sido injustas en su enfoque. Las reformas fiscales, que incluyen incrementos en impuestos y precios de servicios públicos, han tenido un impacto desproporcionado en los hogares de bajos y medianos ingresos, mientras que las élites económicas y políticas, responsables de las decisiones que condujeron a la crisis, han quedado prácticamente indemnes.
Las decisiones cruciales continuaron siendo tomadas por un gobierno que incluyó a altos ministros que apoyaron políticas fallidas y que confiaba en la misma mayoría parlamentaria que les avaló en su momento. La falta de acciones concretas contra la presunta corrupción vinculada a la familia Rajapaksa y a algunos miembros del Partido Nacional Unido de Wickremesinghe exacerbó la percepción pública de injusticia y ha alimentado el brutal descontento social.
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