Rescate

Marruecos busca a la desesperada a cientos de desaparecidos: "Estamos desbordados. Necesitamos ayuda"

Muchas poblaciones han quedado reducidas a escombros o han desaparecido. Algunos pueblos afectados están a 4.000 metros de altura y son de difícil acceso

En sus horas más difíciles, acaso las peores de su historia más reciente, Marruecos ha perdido la sonrisa y la alegría. De Tánger a Marrakech, del Rif al Atlas, el agreste y duro Atlas, de nuevo redentor de un pueblo entero, los marroquíes lloran en silencio a los más de 2.300 muertos y varios miles de heridos que, según la última actualización del Ministerio del Interior, dejó tras de sí el terremoto de escala 7 que sacudió el pasado viernes el suroeste del país.

Las cifras son apabullantes. El desglose dice que el temblor de tierra dejó 1.351 muertos en la provincia de Al Hauz, 492 muertos en la provincia de Tarudant, 201 muertos en la provincia de Chichaua y 17 en la prefectura de Marrakech. La dolorosa convicción de los marroquíes es que el balance de fallecidos y heridos seguirá elevándose en las próximas horas. Irremisiblemente. «El Estado marroquí está desbordado. Necesitamos ayuda. No hay medios suficientes para tratar de rescatar a las personas atrapadas con la velocidad que se necesitaría», lamenta a LA RAZÓN el director del digital «Morocco World News».

Los protagonistas a esta hora, en la tarde del sábado el rey Mohamed VI –frente a las dudas generadas por sus ausencias el monarca ha sabido ponerse con celeridad al mando– ordenó la movilización total de las tropas marroquíes, son las Fuerzas Armadas Reales, que se afanan por tratar de rescatar supervivientes en la zona más afectada por el terremoto, la provincia de Al Hauza, en el Alto Atlas.

Si la aldea de Ighil, a unos 70 kilómetros de Marrakech, quedó marcado para siempre en los mapas como el epicentro del seísmo sobre la superficie de la tierra, lo cierto es que la zona cero es una extensa región montañosa salpicada de pueblos de adobe y paja que se mimetizan con el áspero terreno donde sobreviven cotidianamente más de 60.000 personas. Su orografía, montañas que superan los 4.000 metros en algunos puntos, y la falta de infraestructuras, pues para llegar a muchos de estos lugares no hay carreteras, harán imposible la llegada a tiempo de las Fuerzas Armadas.

Porque muchas de estas poblaciones han quedado literalmente reducidas a escombros. Borradas de los mapas. «Marruecos necesitaría cientos de miles de dólares y muchos años para poder llevar carreteras y servicios básicos a esas zonas. Es inabarcable», explica a este periódico Rachid Bennani, vecino de la capital marroquí originario de Demnate, en las montañas del Atlas.

Y de la insuficiencia de los medios materiales de las autoridades marroquíes, a la solidaridad. Desde el sábado hay colas en los centros de transfusión sanguínea de las grandes ciudades marroquíes, con los militares dando ejemplo, y brigadas de voluntarios, desde socorristas hasta traductores, se organizan en Marrakech, convertida en campamento base de la solidaridad infinita de los marroquíes, para ayudar a las distintas expediciones de las Fuerzas Armadas por las rutas de montaña. Ayer las mezquitas de todo el país celebraban la oración del ausente en recuerdo de los miles de fallecidos.

Y de la solidaridad nacional a la internacional, porque el mundo se ha volcado en las últimas horas con Marruecos. Y entre los países que más pronto y con mayor intensidad han respondido a la tragedia de Marruecos está España. Así, un equipo de la Unidad Militar de Emergencia formado por al menos 65 miembros de las fuerzas armadas españolas se dirigía a la pequeña localidad de Talat N’Yaacoub, una de las más afectadas por el terremoto, para tratar de ayudar en las tareas de búsqueda y rescate de supervivientes. En camino venían bomberos y voluntarios de las comunidades autónomas.

Lejos de Marrakech, en la capital, un taxista responde con palabras medidas y tajantes: «Es la voluntad de Dios. Un aviso». La conversación termina ahí. No hay nada más que añadir. En los cafés, el otro epicentro de la sociedad marroquí, el ágora cotidiano de sus ciudades y pueblos, no se habla de otra cosa y las televisiones emiten sin interrupción imágenes de la destrucción desde el Alto Atlas ante la atenta y triste mirada de los marroquíes. Después de más de dos años de penurias económicas agravadas por la guerra en Ucrania y la sequía los marroquíes asimilan un nuevo revés. El turismo teme un nuevo golpe tras los dos años en blanco provocados por el coronavirus, y ayer los profesionales del sector recordaban que no hay que lamentar una sola víctima entre los visitantes.

«Es una desgracia como ninguna otra hemos vivido en tiempos recientes, pero la historia demuestra que el pueblo marroquí ha salido reforzado de la desgracia. Somos un pueblo resiliente que se muestra fortaleza en la necesidad. Nuestro Estado más que nuestro Gobierno, nuestra gente han tomado nota generación tras generación de las que se han producido. Esperemos que sea el caso también ahora», abunda a este medio el director del digital marroquí. Mientras, los vecinos de la medina de Marrakech, a unos metros de la plaza de Yamaa El Fna y la Kutubía, con un barrio judío o «mellah», especialmente dañado por el temblor de tierra, se afanaban ayer por limpiar de escombros las callejuelas. Pequeños grupos de jóvenes turistas trataban de sortear con sus maletas los restos de ladrillos y cemento buscando el camino más corto y seguro hacia sus «riads». No hay ganas de casi nada, pero, a trompicones, la vida se abre paso en la medina.