Matteo Renzi

Los veinte días de vértigo que sepultaron a Salvini

La crisis italiana ha pasado del aparente caos a la formación de un Gobierno europeísta con un primer ministro bendecido por Trump.

El primer ministro italiano en funciones, Giuseppe Conte, continuará en el palacio Chigi
El primer ministro italiano en funciones, Giuseppe Conte, continuará en el palacio Chigilarazon

La crisis italiana ha pasado del aparente caos a la formación de un Gobierno europeísta con un primer ministro bendecido por Trump.

La gran derrota de Matteo Salvini comienza en realidad con una gran victoria. La noche del 26 de mayo, con el 34% de los votos en las elecciones europeas en el bolsillo, apareció en sus redes sociales con un mensaje y un decorado que resumen su ideario. En una habitación desordenada, como de eterno estudiante, se aglomeraban una fotografía de Putin, una gorra con el lema de Trump, un Cristo, un símbolo de los Carabinieri, un póster de Franco Baresi, recuerdos de su época de independentista padano y un cartel en el que se leía: «Primer partido en Italia. Gracias». Habían superado las expectativas. Nunca antes la Liga había llegado tan alto. Nunca el golpe fue tan fuerte. Esa noche, la del gran fracaso del Movimiento 5 Estrellas (M5E) –pasó del 33% en las generales al 17%– y la constatación de que el Partido Democrático (PD) no estaba para muchas alegrías, fue en realidad el inicio de su gran victoria.

Los tres partidos conocieron en ese mismo momento que el Gobierno del M5E y la Liga tenía las horas contadas. Solo quedaba por determinar quién sería el culpable de la ruptura, el dichoso relato. Como el trabajador que quiere forzar un despido, Salvini reclamó siempre más poder, con la esperanza de que el M5E se cansase, lo apartara y todos terminaran de nuevo en las urnas. Pero la jugada era tan clara que Beppe Grillo y los asesores del primer ministro, Giuseppe Conte, los verdaderos arquitectos de esta operación, también la vieron. Los «grillinos» empezaron a tomar distancias, a atacar las políticas de Salvini y a negarle cuestiones tan cruciales para su partido como una mayor autonomía a las regiones del norte.

Los barones de la Liga se rebelaron contra Conte, pidieron a Salvini elecciones y cuando éste ya parecía que aplazaría la decisión cometió el peor de los errores. El 9 de agosto, tras la ya famosa campaña en bañador, pidió una moción de censura contra Conte. La contraofensiva no se organizó entonces, estaba ya preparada y lista para ser activada. El distanciamiento del M5E con la Liga cruzó las fronteras italianas cuando los eurodiputados «grillinos», que en la legislatura anterior habían compartido grupo con los partidarios del Brexit de UKIP, votaron a favor de Ursula von Der Leyen como presidenta de la Comisión Europea. En ese momento ya se habló de una hipotética «coalición Ursula», que integraría a las fuerzas europeístas –PD y Forza Italia de Silvio Berlusconi– con el M5E. Tenía sentido que si el Movimiento 5 Estrellas no había conseguido rentabilizar su experiencia de Gobierno con los populistas y euroescépticos de la Liga, lo intentara ahora cambiando de nuevo el rumbo hacia posiciones moderadas. Sin embargo, en el partido se abrió una guerra interna entre los partidarios de volver a la estrategia antisistema y los más pragmáticos.

Davide Casaleggio, propietario de la plataforma digital que sirve como órgano de control del movimiento, y Luigi Di Maio eran partidarios de seguir con Salvini; mientras que Grillo y Conte optaban por un reequilibrio de fuerzas que sabían que contaría con todo el entramado institucional. El presidente de la República, Sergio Mattarella, no quería elecciones; desde el Vaticano empezaron a sonar voces que pedían abiertamente un Gobierno sin Salvini, con el que la tensión no ha podido ser más alta; y en los salones europeos el desmembramiento del Gobierno populista sería festejado. El M5E tenía que elegir entre susto o muerte, porque una alianza con el PD, al que han masacrado durante años, con el apoyo de todos los poderes fuertes, podría cavar su tumba. Pero eso sería más adelante, lo primero era salvarse de la muerte súbita que hubieran supuesto unas elecciones.

Los defensores de mantener el pacto con la Liga hans seguido presionando. Di Maio, que ve cómo el ascenso de Conte compromete su liderazgo, ha salido ahora con nuevas exigencias que vuelven a dejar el acuerdo con el PD en el aire. Sin embargo, Conte se ha blindado viéndose en las últimas horas con el Papa y Matarella. El discurso del primer ministro en el Senado de 20 de agosto lo había cambiado todo. La dirección socialdemócrata, que también desconfiaba de los posibles socios y de las ambiciones imprevisibles a nivel interno del ex primer ministro Matteo Renzi, reconoció que Conte tuvo una comparecencia valiente, que lo alejaba de la Liga y, por tanto, podían sentarse a negociar.

Berlusconi apostó por mantener firme al bloque derechista, que gana una elección tras otra en ayuntamientos y regiones, y se cayó de la «coalición Ursula». Una operación tan compleja nunca llega a cumplirse como estaba en el guión, pero el plan para devolver a Italia a la normalidad institucional salió adelante. Cuando aún se estaba fraguando, el tuit con el que Donald Trump dio su apoyo a Conte fue la última muestra de que todos los elementos estaban de su parte.

Suena a conspiración o complot maquiavélico, pero es que en Italia esto es la realidad. La duración media de los gobiernos desde la Segunda Guerra Mundial es de 342 días, por lo que los 445 que se ha prolongado el de Liga y M5E ya es más de lo habitual.