España
La tragedia sin fin: ¿qué va a pasar ahora?
«Que pobre memoria es aquella que solo funciona hacia atrás», Lewis Carroll. Rescato esta cita a propósito de nuestra propia memoria occidental, porque hoy los sirios están sufriendo una tragedia consecuencia, en buena parte, de los errores occidentales. Casi quinientos mil muertos y millones de desplazados civiles a los países limítrofes y hacia Europa que, hasta ahora, ha sido incapaz de dar acogida a millones de familias sin protección alguna.
El drama sirio empezó en febrero de 2011 con modestas manifestaciones en apoyo de las protestas de Túnez, Libia y Egipto, durísimamente reprimidas por el régimen de Asad. Los Hermanos Musulmanes las aprovechan para intentar derribar un régimen sustentado por el partido laico BAAZ y por una minoría alauí próxima al chiismo, y muy mal visto por Israel y por Occidente al haberse convertido en refugio de los palestinos de Hamás y los libaneses de Hizbulá.
La primera vez que me enfrenté al problema como ministro fue en una reunión bilateral que mantuve con Hillary Clinton en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2012. Coincidíamos todos en la necesidad de formar un gobierno de unidad nacional y emprender una transición que desembocase en elecciones libres y justas. Las discrepancias se resumían en un punto: ¿Qué hacer con Bashar al Asad? ¿Podía estar Asad en la mesa de negociaciones o había que excluirlo por su historial criminal? Con la timidez del recién llegado, apunté que la paz solo es posible cuando se negocia con los enemigos, no cuando se habla con los aliados. Hillary fue rotunda «Don´t worry, Asad´s days are counted». De eso hace seis años y la cosa no ha hecho más que empeorar: mientras el destino de Asad sea la cuestión que resolver no habrá solución, porque él no está dispuesto a acabar como Saddam Husein o Gadafi.
Lo que es peor, hoy vivimos en un orden internacional menos civilizado que el de entonces. Como se puso de relieve hace un año en Múnich, el orden liberal internacional alumbrado después de la Segunda Guerra Mundial está siendo cuestionado en todas partes. Sergey Lavrov declaró que «fue concebido como un instrumento para asegurar el crecimiento de un club elitista de países y su dominio sobre todos los demás. Es claro que este orden no podía durar para siempre.» Javad Zarit, otro protagonista importante en la tragedia siria, habló de una transición en marcha hacia un orden global post occidental. John Ikenberry puso de relieve que el estado más poderoso del mundo ha empezado a sabotear el orden que él mismo creó. Un poder revisionista ha entrado en escena, pero se sienta en el Despacho Oval, el corazón del mundo libre. Tellerson, fue aún más claro: la promoción de los valores se ha convertido en demasiadas ocasiones en un obstáculo para la defensa de los intereses americanos. Así las cosas, nos encaminamos a un orden menos liberal, menos internacional y potencialmente más peligroso.
En este contexto, la tragedia siria solo puede empeorar. Trump lleva meses anunciando la retirada de sus tropas y acaba de anunciar que sólo volverá a intervenir si Damasco vuelva a utilizar armas químicas. Theresa May, dijo más clara: «El ataque no ha pretendido el cambio de régimen. Se ha limitado a advertir que no es admisible el uso de armas químicas». En idéntico sentido, Florence Parcy, portavoz del Ministerio de Defensa francés, ha recalcado que la intervención occidental no buscó en ningún momento la confrontación con Rusia y que se tuvo buen cuidado en comunicárselo antes de producirse. En román paladino: en nuestro campo ya nadie cuestiona la pervivencia del régimen y la oposición siria va a ser dejada a su suerte.
¿Qué va a pasar ahora? El régimen de Damasco se quedará con el control de la mayor parte del país, los distintos grupos de oposición, terroristas o no, deambularán por él de forma más o menos clandestina. Las Unidades de Protección Popular seguirán controlando el Kurdistán sirio bajo la vigilancia de Turquía; Rusia seguirá con sus bases en Latakia y Tartús y los occidentales seguiremos clamando por una congelación de las actividades militares y una solución política que permita al pueblo sirio expresarse sobre su futuro. Ginebra y, sobre todo, Astaná son los foros en los que ese clamor puede hacerse realidad.
Termino con España. Como me escribió Staffan de Mistura, Enviado Especial de Naciones Unidas para Siria: «España goza de un vínculo especial tanto histórico como cultural en el mundo árabe. Su sensibilidad instintiva hacia esta región clave del Mediterráneo puede resultar de gran utilidad para ayudar a resolver un problema en apariencia inabordable. Pocos países pueden apreciar mejor el singular mosaico cultural y social de Siria» (Edt. Planeta 2015. «Todos los Cielos Conducen a España»). Lo que entonces era cierto hoy también lo es, España puede colaborar a impulsar una misión casi imposible pero necesaria. Insha'Allah.
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