Restringido
La inmolación de Varsovia
75º Aniversario de la invasión de Polonia
«El Ejército Patriótico Polaco sacrificado por los intereses de Stalin en agosto-septiembre de 1944. «Varsovia está en su mayor parte en llamas. Incendiar las casas es el medio más fiable para liquidar los escondrijos de los insurgentes. Varsovia será castigada con una destrucción completa tras la supresión o el colapso del levantamiento (...) En unos pocos días...», comunicaba el gobernador general Hans Frank a Hitler el 5 de agosto de 1944, quinto día del levantamiento del clandestino Ejército Patriótico Polaco.
La sublevación de Varsovia culminaba la serie de reveses alemanes de aquel verano. Roma estaba en poder de los aliados y la Wehrmacht retrocedía hacia el norte de Italia; los angloamericanos habían vencido en Normandía y se acercaban a París; Hitler había sido herido en un atentado en su cuartel general de la Guarida del Lobo y la Gestapo estaba cribando a los militares alemanes sospechosos de traición; el Ejército soviético había abierto un inmenso boquete en las líneas alemanas del este, penetrando profundamente en los países bálticos y en Rumanía y Hungría, y el mariscal Rokossowski alcanzaba el Vístula frente a Varsovia, amenazando la presencia alemana en el Gobierno General, la primera conquista nazi en la II Guerra Mundial.
La pesadilla polaca
Hitler se había repartido Polonia con Stalin en el acuerdo germano-soviético de agosto de 1939, quedándose con dos tercios del territorio. La zona más próxima a Alemania había sido incorporada al III Reich y el resto, hasta el territorio correspondiente a los rusos, formaba un área denominada Gobierno General, donde mandaba un amigo de Hitler, Hans Frank, que había convertido sus dominios en una fuente de recursos agrícolas, mineros e industriales para el Reich y, también, les era útil a los nazis como discreto matadero industrial, donde funcionaban los más terribles campos de exterminio, como Auschwitz, donde se estaba asesinando a millones de judíos.
Pero Polonia, diezmada, esclavizada y explotada, también era una tierra indómita que, tras su derrota de 1939, no había dejado de luchar. En Londres funcionaba un Gobierno polaco en el exilio; en las Fuerzas Aéreas británicas volaban decenas de pilotos polacos que resultaron de lo más capaz y combativo, y en el Ejército de Reino Unido se había vertebrado una pequeña fuerza de infantería polaca, además de una brigada blindada y de otra de paracaidistas. En colaboración con la URSS funcionaba otro Gobierno polaco procomunista con sus propias unidades armadas que avanzaban junto con las fuerzas de Konstanty Rokossowski, un polaco que se contaba entre los mariscales de Stalin.
Más aún, en las tierras del Gobierno General actuaba el Ejército Patriótico Polaco (AK), comandado por el general Tadeus Komorowski, alias Bor, constituyendo una pesadilla para el ocupante alemán que no podía descuidar su espalda ni un momento. Y, el colmo, en Polonia hasta los judíos se habían levantado en 1943 y su gueto de Varsovia resistió hasta el último hombre durante un mes poniendo en jaque a las SS y causándoles muchas bajas.
Llegan los rusos
El vertiginoso avance soviético del verano de 1944, que infligió a la Wehrmacht probablemente su derrota más grave, llevó la lucha hasta el interior de Polonia. A finales de julio, el Primer Frente de Rusia Blanca, a las órdenes de Rokossowki, alcanzaba el Vístula. Las diversas agrupaciones del AK, con unos 30.000 hombres, apoyaron el avance soviético hasta que tropezaron con los intereses de Stalin. El dictador no quería que aquellas fuerzas se consolidaran y agrandaran pensando que serían un obstáculo en sus designios de convertir Polonia en un satélite de la URSS, de modo que el Ejército Rojo las desarmó, detuvo a sus oficiales e incorporó a sus hombres al Ejército comunista polaco.
Aparte de esas tropas, vertebradas en grandes unidades, el AK disponía de numerosos grupos guerrilleros en los bosques y de centenares de células urbanas adiestradas para la lucha callejera. En Varsovia, que contaba con un millón de habitantes, existían unos 600 de estos grupos clandestinos con efectivos de entre 30 y 50 hombres cada uno con armamento ligero y escaso, pero con un conocimiento magnífico de la ciudad y de sus recónditos sótanos y alcantarillas. Subordinado al mando de Bor Komorowski, mandaba las fuerzas del AK en Varsovia el general Antoni Chrusciel, alias Monter. Sus efectivos superaban los 30.000 efectivos, pero su armamento se limitaba a un millar de fusiles, 2.000 pistolas, 60 subfusiles, siete ametralladoras y 35 lanzagranadas.
Ambos jefes, con información escasa sobre la situación en el frente, sobre las posiciones políticas aliadas y con enlaces intermitentes con su Gobierno en el exilio, llamaron a la acción a todas sus células para expulsar a los alemanes de las ciudades polacas aprovechando el desplome alemán, pero la coordinación fue deficiente y sólo en Varsovia estalló la revuelta el primero de agosto, que logró parte de los objetivos propuestos, consiguiendo importantes cantidades de alimentos, uniformes, munición y armas ligeras. Pero, pasada la inicial sorpresa, Berlín envió importantes fuerzas de las SS al mando del general Erich von den Bach a sofocar la revuelta.
Amarga decepción
Los guerrilleros del AK derrocharon eficacia, habilidad y heroísmo extraordinarios ante las heterogéneas fuerzas de las SS, superiores en número y dotadas de un armamento mil veces más potente, pero desorganizadas y poco capaces, por lo que la sublevación se prolongó por encima de toda expectativa.
Pero la empresa del AK estaba abocada al fracaso. Por un lado, un contraataque alemán rechazó a Rokossowski cerca de 100 kilómetros, por otro, en el campo político, la iniciativa de la AK no tuvo el apoyo esperado. Churchill trató de ayudar a los sublevados y les envió armas y municiones que fueron para el AK como el maná, pero era una empresa demasiado escasa y costosa, pues los bombarderos debían partir de Italia. A lo largo de dos meses, realizaron unas 400 misiones en las que perdieron 40 aviones y se perdió la mitad del material transportado. Washington no entendió la revuelta y optó por ceñirse al plan prioritario: vencer al III Reich sin distraer fuerzas de las operaciones en marcha, como la toma de París (el 25 de agosto) o la operación desafortunada de Arnheim (17 de septiembre), donde, por cierto, se empleó la brigada paracaidista polaca, que esperaba liberar Varsovia y resultó casi exterminada en Países Bajos...
Pero la gran responsabilidad del abandono de los polacos le corresponde a Stalin, cuyas fuerzas, cerca de Varsovia, hubieran podido suministrar cumplidamente por vía aérea a los sublevados, pero Stalin se negó a apoyar al AK prefiriendo que lo aniquilasen los alemanes. El general Guderian reconocería después de la guerra que la resistencia polaca había sido saboteada por Moscú.
Con honor, pero sin fruto
Y mientras el AK resistía contra toda esperanza, la aviación y la artillería alemanas pulverizaban Varsovia destruyendo más de 11.000 edificios. Barrios enteros fueron incendiados para desalojar a los guerrilleros y, aunque el avance nazi fue tan lento como costoso, a finales de septiembre terminó por conseguir su objetivo. Borg Komorowski tuvo que plantearse la rendición una vez perdida la esperanza de la ayuda soviéticas y de parte de sus posiciones, con la población civil hambrienta y sedienta y con sus combatientes reducidos a un tercio.
El 2 de octubre a las 20h., cesó el fuego. La resistencia había durado 63 días y la energía de los polacos logró un capitulación respaldada por la Convención de Ginebra, bajo cuyo amparo se entregaron 11.688 combatientes, mientras que unos 5.000 se disolvieron entre la población civil a la que se garantizó que no sufriría represalias, aunque al final no menos de 100.000 civiles terminaron trabajando como obra de mano esclava para los alemanes.
El coste humano fue tremendo: probablemente murieron unos 250.000 civiles, muchos de ellos asesinados a sangre fría por las SS, y no menos de 30.000 combatientes del AK. Los alemanes pagaron cara su victoria: unos 17.000 muertos y desaparecidos y no menos de 15.000 heridos. En las pérdidas alemanas deben contabilizarse, también, unas 1.400 misiones aéreas de bombardeo, la destrucción de 300 blindados y el consumo de una montaña de munición que Berlín podía haber empleado contra el Ejército Rojo. La epopeya de la sublevación de Varsovia encendió el orgullo polaco, pero a corto plazo sirvió de poco, pues Polonia quedó en manos comunistas cambiando la dictadura nazi por la soviética.
*Historiador y periodista
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