Conflictos olvidados
Haití: el infierno de las mafias y los grupos de autodefensa ciudadana
Los desastres naturales, las bandas criminales y un Gobierno corrupto tan ineficaz como la propia misión de la ONU en el país condenan a los haitianos a la violencia y el hambre
Después de décadas de inestabilidad política, corrupción endémica y dictaduras férreas y asesinas que han dejado una sociedad rota, indefensa y dependiente de la ayuda internacional para poder sobrevivir, Haití continúa inmerso en una guerra abierta contra las bandas criminales y pandillas que, de facto, siguen siendo las dueñas de las calles y los destinos de los casi nueve millones de habitantes que moran en la isla caribeña, donde nadie está a salvo de la violencia indiscriminada, como, en 2021, demostró el asesinato del presidente Jovenel Moïse. Desde entonces, la situación es tan crítica que ni siquiera la misión de la ONU encabezada por Kenia para asistir a la policía haitiana en su lucha contra las organizaciones criminales ha conseguido devolver la estabilidad a la capital, Puerto Príncipe, cuyo 80% está en manos de las mafias.
Lejos queda el paraíso que Cristóbal Colón describió cuando, en 1492, sus naves arribaron a la que bautizó como isla La Española. Los nativos fueron exterminados y el paraíso de aguas azules se convirtió en una posesión de la Corona que fue pasando de manos hasta que, en julio de 1825 y después de más de cien años de revoluciones extremadamente sangrientas, el rey Carlos X de Francia reconoció su independencia a cambio de una indemnización millonaria que destrozó la economía del país desde el principio de su existencia, y afectó, para siempre, su desarrollo. La conocida como primera república del mundo liderada por personas de raza negra, en su mayoría descendientes de esclavos venidos del holocausto colonial europeo en África, sigue tan coja que, hoy, es el Estado más pobre del hemisferio occidental.
De 1957 a 1986, Haití estuvo bajo la mano de hierro del dictador François Duvalier, alias Papa Doc, que fue heredada por su hijo, Jean-Claude Duvalier, alias Baby Doc. Ambos regímenes destacaron por sus abusos, represión política y corrupción, hasta que Baby Doc tuvo que huir con las calles en llamas. En 1990, se celebraron las primeras elecciones libres en las que el candidato Jean-Bertrand Aristide arrasó. Sin embargo, un año después fue depuesto por un golpe militar. Entre 1994 y 2004, Estados Unidos ayudó a Aristide a retomar el país con el establecimiento de la Policía Nacional de Haití, pero este también fue derrocado tras encabezar un Gobierno tan corrupto y violento que requirió el establecimiento, durante trece años, de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH).
En 2010, el devastador terremoto que mató a unas 250.000 personas, y que no será el último desastre natural ya que Haití está sobre la falla entre las placas de América del Norte y el Caribe, además de encontrarse en el camino de los huracanes del Atlántico, dejó el país en una situación desesperada. La pobreza y la violencia aumentaron mientras sus supuestos protectores de la ONU estaban sumidos en la polémica de los abusos sexuales llevados a cabo por los pacificadores, a los que el Gobierno haitiano también acusó de haber sido responsables de la pandemia de cólera que mató a más de diez mil personas. El siguiente presidente, Michel Martelly, acabó renunciando al cargo en 2016 después de posponer las elecciones dos veces y gobernar por decreto durante más de un año. Su sucesor, Jovenel Moïse, fue elegido entre acusaciones de fraude electoral y acabó gobernando por decreto desde 2017 hasta su asesinato. Todavía no se sabe con seguridad quién lo ordenó, pero una investigación de The New York Times concluyó que el primer ministro y presidente interino, Ariel Henry, estuvo involucrado.
El 2023 ha sido otro año maldito para la isla controlada por las bandas. Solo entre enero y agosto se contabilizaron 2.439 asesinatos, mientras los secuestros, la extorsión y la violencia sexual siguen siendo el pan de cada día para la mayoría de la población. Por ello, grupos privados de ciudadanos han empezado a organizarse en milicias populares conocidas como Bwa Kale, las cuales muchos temen que acaben convirtiéndose en más bandas a las que temer y pagar tributo. Algo que demuestra que tanto el Gobierno como la misión de la ONU son incapaces de aportar una solución contra las más de 200 mafias que asolan la sociedad, a pesar de que casi todas operan desde Puerto Príncipe. Por ejemplo, en octubre de 2021, la coalición de nueve grupos de la capital conocida como G9 y liderada por el expolicía Jimmy Chérizier, alias Barbecue, bloquearon la terminal de combustible más grande de Haití y dejaron al 70% del país sin gasolina.
El control de los recursos por parte de las organizaciones alegales solo ha hecho aumentar la inseguridad alimentaria, las hambrunas y, con ellas, las enfermedades, con al menos 20.000 casos de cólera reportados en 2023. La ONU ha respondido con un nuevo Plan de Respuesta Humanitaria de 720 millones de dólares para los más de 3 millones de haitianos viviendo en la extrema pobreza, pero en un país donde la Ley la establece la filosofía de plata o plomo de los pandilleros armados como solados, es poco probable que el groso de la ayuda acabe llegando a buen puerto. En junio de 2023, la vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris, reafirmó su apoyo al país con el anuncio de una paupérrima ayuda de 50 millones y el despliegue de una fuerza multinacional para restablecer la seguridad. Un paso de buena voluntad, sin duda, pero que apenas detendrá la hemorragia de una sociedad completamente fracturada donde la vida convertida en pesadilla seguirá adelante mientras el mundo le dé la espalda, y los garantes de su seguridad, como las Naciones Unidas, continúen destacando por su endémica ineficiencia.
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