Opinión
Lo que queda de Silvio
El desprecio de Berlusconi por las reglas y la confusión entre política y espectáculo llegó hasta la Casa Blanca
Con Silvio Berlusconi ha muerto uno de los políticos más deslumbrantes de Italia. Admirado y despreciado a partes iguales, el tres veces primer ministro de Italia, dueño del conglomerado Fininvest y expresidente del AC Milan deja un legado de controvertido. Inventó la televisión comercial y fue el precursor del populismo moderno. El «gran león» de la derecha italiana no va a rugir más. Silvio Berlusconi, adepto a las fiestas salvajes del bunga-bunga, terminó el lunes su último baile. Tanto en la pequeña pantalla como en su Villa Certosa, su residencia de Cerdeña, desplegó todos sus excesos, hasta el punto de convertirse en un personaje cinematográfico. Vi Silvio (y los otros) de Paolo Sorrentino en los cines Princesa de Madrid en 2018. En la sala estaba también Pedro Almodóvar con su pareja. Era el último pase de las 10:30 de la noche. El director manchego se marchó antes de que terminase la película. Yo, sin embargo, me quedé hasta el final. Soy incapaz de dejar algo a medias, aunque me resulte un suplicio. Pero entendí perfectamente que Almodóvar se levantase y se fuese. El director de la La Gran Belleza abusa del imaginario hipersexualizado de «las velinas» y sin darse cuenta aburre. No resulta sencillo retratar a alguien a quien no le han faltado apodos ni aventuras. El premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa le describió como «un caudillo democrático» dotado de una «extraordinaria intuición política». Para muchos ha sido la figura más importante de la historia italiana de los últimos treinta años. El icono de una época. Berlusconi «no daba lecciones de moral, que es lo que atraía a algunos italianos», escribe Giuliano da Empoli en «Le Figaro». La moral no fue su principal preocupación, y su vida pública estuvo salpicada de escándalos. Pero nada, desde sus affaires con menores hasta su condena por fraude fiscal, pudo hacer tambalear su determinación. «Este hombre es duro. Es realmente duro», dijo Giovanni Orsina, el autor de «Berlusconismo e Italia» a «The Guardian». En enero de 2022, seguía aspirando a la presidencia del Senado. También quiso convertirse en el presidente de la República. Y aunque su partido ha perdido mucha influencia desde los años 90, en favor de los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni (actualmente Forza Italia sólo cuenta con el 6% de los votos), ha transformado profundamente la vida política italiana y ha marcado un estilo de hacer política con ecos en otros países democráticos.
El desprecio de Berlusconi por las reglas y la confusión entre la política y el espectáculo -con los chistes verdes y turbios escándalos- ha llegado hasta la Casa Blanca. El expresidente estadounidense Donald Trump afronta ahora un oscuro horizonte judicial como en su día lo hizo Silvio Berlusconi. Al otro lado del Atlántico, su fiel aliado, Boris Johnson, lucha también por mantener a flote su legado después de que la comisión de privilegios de la Cámara de los Comunes haya concluido que el «expremier» mintió deliberadamente al Parlamento cuando negó que no se habían violado sus propias normas durante la pandemia. «Solo Napoleón hizo más que yo, pero yo soy definitivamente más alto» dijo Berlusconi. De alguna forma tiene razón. Italia sigue siendo un laboratorio a estudiar para comprender el futuro de nuestros sistemas democráticos y sus peligros.
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