Opinión

El show de Putin

Rusia ha desarrollado una sociedad orwelliana en la que lo blanco se dice negro y la servidumbre se ha convertido en sinónimo de libertad

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, durante una videoconferencia junto al Kremlin
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, durante una videoconferencia junto al KremlinAlexander AstafyevAgencia AP

La guerra actual entre Rusia y Ucrania es diferente a los miles de conflictos que se han sucedido entre naciones o imperios. Esta es una guerra que no fue iniciada por una disputa territorial (las fronteras entre ambos países han sido negociadas y acordadas), ni por otro conflicto en curso en el que una de las partes haya estado involucrada (una paz relativa en Europa del Este ha durado al menos desde 1991), no por odios o prejuicios religiosos (rusos y ucranianos pertenecen a la misma fe ortodoxa), sino por voluntad política y, lo que creo que es muy importante, por la propaganda. Además, diría que el conflicto actual es el primero causado por este instrumento per se.

Por propaganda me refiero a un proceso de lavado de cerebro que niega todos los puntos de referencia imaginables. En los viejos tiempos, nuestro mundo era un reino donde diferentes ideologías chocaban entre sí. Pero las ideologías eran más bien conjuntos coordinados de creencias e imperativos con posibilidades limitadas de ser adoptadas en un entorno político cambiante. Surgían y desaparecían, y sus fracasos eran fáciles de ver. La ideología comunista promulgó el internacionalismo y la solidaridad de los oprimidos, y fue derrotada al fracasar el experimento socialista en todos los países que la adoptaron.

La ideología fascista se basó en la idea de la superioridad integral de alguna nación derivada de su capacidad para crear un superhombre (Übermensch) apto para reprimir a los demás, y también fue derrotada en circunstancias históricas bien conocidas. Pero lo que los líderes de Rusia lograron hacer en los últimos años fue la creación de la sociedad orwelliana en la que lo blanco se dice negro y la servidumbre se convierte en sinónimo de libertad.

El Kremlin llamó a los ucranianos (decenas de miles de los cuales mueren en las actuales hostilidades) hermanos de los rusos, y el propio Putin escribió que rusos y ucranianos constituían «un solo pueblo». Con el Ejército ruso matando a los lugareños en las profundidades del territorio ucraniano, el ministro de Exteriores Sergei Lavrov insistió en que «Rusia nunca ha atacado a Ucrania», y el patriarca dijo que Rusia nunca inició ninguna guerra.

El mismo día, los funcionarios del Kremlin admitieron que Rusia no tiene nada que hablar con el presidente ucraniano Volodimir Zelenski, pero dijeron que Moscú no tiene intención de derrocar a su gobierno. Rusia repite que está luchando contra los «nazis» en Ucrania, pero defiende un concepto nazi puro del mundo ruso, unido por un «código genético». Dice que no está haciendo la guerra, pero la policía rusa detiene a decenas de activistas por consignas de «No a la guerra» y los tribunales rusos sancionan a los ciudadanos que protestan por la paz, porque están «desacreditando a las Fuerzas Armadas de Rusia». Lo que ha creado Putin no es una sociedad hiperideologizada, sino una sociedad basada en una fusión completa de verdad y mentira, donde la propaganda se transforma una en otra casi cada minuto.

Hablo de propaganda porque este proceso no puede llamarse «adoctrinamiento», como lo describen muchos comentaristas, porque no hay una «doctrina» a la que pueda vincularse. La propaganda de hoy tiene como objetivo crear admiración hacia un líder (Führer) o un fenómeno (el Estado) independientemente de lo que estén haciendo (si Hitler declarara a principios de la década de 1940 que los judíos son los amigos más queridos de los alemanes, podría enfrentar más dificultades que Putin, quien insistió en que los ucranianos deberían ser asesinados y derrotados meses después de que los llamara «hermanos»). La «gran idea» es algo absolutamente ajeno al mundo de la propaganda.

Pero el peligro de la propaganda no proviene sólo de su capacidad para producir guerras y conflictos entre los Estados. Divide también a las sociedades, matando la capacidad para cualquier tipo de representación crítica de la realidad. Durante 20 años, Putin ganó las elecciones presidenciales insistiendo en que derrotó a los «oligarcas» (el número de multimillonarios en dólares aumentó de cero a 102 durante su gobierno), restableció el «orden» (mientras que la policía y el poder judicial rusos se convirtieron en uno de los más corruptos del mundo) y «levantó a Rusia de sus rodillas» (se ha convertido en un Estado canalla mucho antes del asalto a Ucrania).

A diferencia de la Alemania nazi o la Unión Soviética, donde no hubo elecciones libres, Putin ganó las de Rusia cuatro veces, incluso cuando los ciudadanos pudieron votar por los opositores (sí, no eran demasiado creíbles, pero podrían haber sido votados como un signo de protesta). Hay otro tema: no solo se deja engañar a una gran parte de la sociedad, sino que esa gente que no lo es, empieza a tratar a la mayoría como tonta y opaca, luchando no tanto contra el gobierno como responsable de lo que está pasando, sino contra sus propios compatriotas. Esto crea un juego en el que el gobernante siempre gana, ya que puede cambiar su retórica a su antojo. La desnazificación en Alemania fue una tarea más fácil de lo que podría ser la desputinización en Rusia, porque en el caso de Rusia no hay una sola idea que deba ser condenada, y la sociedad no puede curarse fácilmente ya que está profundamente dividida, por lo que cualquier intento de mejorarla puede conducir a una «guerra civil fría». Ya no es una sociedad, sino solo una colección de personas que se odian y se desprecian entre sí.

El caso ruso es el más impresionante que se puede examinar, pero su importancia es enorme porque incluso en las sociedades más ricas y educadas pueden volverse propensas a campañas de propaganda, creando comunidades divididas y sembrando el odio. Igual que en el siglo XX fue la época en la que las ideologías chocaron, y los últimos cuarenta años presenciaron el resurgimiento de las disputas religiosas y étnicas, las próximas décadas pueden caracterizarse por los conflictos sociales e internacionales artificiales cuyas causasa son tan inusuales que nadie sería capaz de predecirlos como casi nadie podía esperar la invasión rusa en Ucrania.