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La Unión Europea celebra con entusiasmo la victoria de Macron en Francia: “¡Bravo, presidente!”
La llegada de Marine Le Pen al Elíseo hubiese supuesto una crisis existencial sin precedentes para el futuro del club europeo
Se atribuye al escritor estadounidense Mark Twain la cita de que la Historia no se repite, pero sí rima. El club comunitario respira tranquilo después de que la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas se haya saldado con la nueva victoria de Emmanuel Macron frente a Marine Le Pen, en una reedición del primer duelo que tuvo lugar entre los dos aspirantes en 2017. El primero en felicitar al presidente francés ayer fue el presidente del Consejo Charles Michel que vía twitter dedicó un “caluroso bravo” a su compañero de filas de la familia liberal. “En este periodo de tormenta, necesitamos a una Europa sólida y una Francia totalmente comprometida para una Unión Europea más soberana y más estratégica. Podemos contar con Francia cinco años más”, se felicitó el político belga, sin ocultar su entusiasmo.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se expresó en términos similares. “Querido Emmanuel Macron, todas mis felicitaciones por vuestra reelección en la presidencia de la República. Me alegro de poder continuar nuestra excelentes cooperación. Juntos, haremos avanzar Francia y Europa”.
Desde 2015 algunas cosas han cambiado, pero no todas. Ese año, tras el trauma del Brexit y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el joven y ambicioso Emmanuel Macron se convirtió en la gran esperanza para combatir al populismo representado por Le Pen que incluso amenazaba con celebrar un referéndum para que Francia saliera del euro y del club comunitario. Sus mítines plagados de banderas europeas y su victoria era el revulsivo que Bruselas necesitaba después de meses de malas noticias y tras años de encadenar una crisis tras otra.
Todas las esperanzas estaban depositadas en el nuevo inquilino del Elíseo que desde hacía meses presentaba las mejores credenciales europeístas y que, durante la campaña a las elecciones, se había afanado en tejer las mejores relaciones posibles con la Alemania de Angela Merkel, después de que durante la época de Francois Hollande, el motor franco- alemán funcionara a ralentí.
Cinco años después, la capacidad de Macron de ilusionar quizás haya perdido fulgor tanto en su país como en Bruselas pero sin duda era el único candidato posible a ojos de las instituciones comunitarias, en un momento de máxima trascendencia para el futuro del club europeo con la guerra en Ucrania como gran foco de preocupación.
Marine Le Pen ha acudido a estas elecciones con una imagen dulcificada, pero que no ha sido suficiente para convencer a los franceses. La candidata del partido rebautizado como Reagrupamiento Nacional no sólo ha abandonado al antisemitismo del que hizo gala su progenitor Jean Marie- que ya se batió frente al conservador Jacques Chirac en 2002- sino que también ha atemperado su programa respecto al encaje de Francia en la UE. Le Pen ya no defiende la salida del club comunitario o del euro, simplemente quiere minar el proyecto de integración europea desde dentro para acometer una profunda reforma que otorgue progresivamente menos poderes a Bruselas y convierta a la Comisión Europea en un mero secretariado, sin poder ejecutivo real, que le deje a merced de los designios de la capitales.
El programa de Reagrupamiento Nacional aboga por copiar la estrategia de Viktor Orban en Hungría o Jaroslaw Kaczynski en Polonia: desobedecer aquellas sentencias del Tribunal de Justicia de la UE que contravengan los postulados del gobierno francés, lo que supone poner en jaque uno de los principales dogmas europeos que regula el funcionamiento del club. En cuanto al resto de instituciones internacionales, Le Pen también propugna que Francia salga del mando unificado de la OTAN, justo en un momento en el que la organización militar ha recobrado protagonismo ante la guerra en Ucrania. Su victoria hubiese ocasionado un terremoto no sólo en Francia sino en el conjunto del club comunitario, lo que hubiese supuesto una crisis existencial de mayor calado que todas las anteriores con consecuencias absolutamente imprevisibles.
Estos nuevos comicios han producido en un momento en el que la realidad parece haber dado la razón al actual inquilino del Elíseo que lleva postulando desde hace cinco años la necesidad de giro geoestratégico de la Unión Europea que le haga asumir un papel adulto y autónomo en la escena internacional tanto en el ámbito de la Defensa como en los sectores económicos vitales de este siglo. Un concepto, el de “autonomía estratégica” que no hace tanto tiempo causaba sarpullidos en Berlín, pero que ahora parece el único camino posible.
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