Guerra del gas
Nord Stream 2, un arma de doble filo entre Berlín y Moscú
Alemania podría cancelar el gasoducto aún inactivo en caso de invasión de Ucrania, pero su economía depende del gas suministrado por Rusia
Los alemanes recurren al proverbio «la pelota está en el campo contrario» cuando terminan una tarea y se quedan a la espera de la respuesta del otro. Un refrán que curiosamente recordó hace unos días el representante de Rusia en Bruselas, Vladimir Chizhov, para referirse al futuro de Nord Stream 2, el gasoducto que llevará gas ruso a Alemania por el fondo del mar Báltico. «La pelota está en el campo de la autoridad reguladora alemana», aseguró el diplomático en la que fue la enésima recriminación hacia un proyecto que ya está finalizado, pero que, a falta de abrir la llave, se ha topado en la crisis de Ucrania con un nuevo obstáculo.
El gasoducto de 1.230 kilómetros ya está listo e incluso lleno de un gas que el mercado anhela auspiciado por una crisis de suministro sin precedentes. Más allá de las presiones de los grupos ecologistas o de las dificultades técnicas que acarrearon un proyecto de semejante dimensión, todas las trabas tuvieron y tienen un trasfondo político. Desde su origen en 2005 con el auspicio del ex canciller Gerhard Schröder, los más escépticos temían que con su puesta en marcha se diera rienda a una dependencia energética cada vez mayor de Rusia.
El líder ruso, Vladimir Putin, ha hecho de la nueva aorta energética otro medio de presión política que ha marcado desde sus inicios las relaciones entre el Kremlin y Berlín. Con la crisis de Ucrania, ha aumentado la presión que exige al Ejecutivo germano que ponga fin a este proyecto. No abrir el gasoducto sería una de las sanciones económicas que podrían imponerse en caso de una invasión rusa a Ucrania. Una posibilidad a la que Berlín se ha referido en los últimos días. Tras un largo período de reticencia, el canciller Olaf Scholz se inclinó finalmente hacia esta línea y agudizó su tono, al igual que su ministra de Exteriores, Annalena Bärbock, que ante el despliegue militar ruso no titubeó al amenazar a Rusia con «duras sanciones» si invade Ucrania.
Pero, ¿qué tiene que ver Nord Stream 2 con Ucrania? En realidad nada, porque el oleoducto no pasa por su territorio, pero las consecuencias las sufrirá en parte este país. Una razón que ha dividido a la Unión Europea. Algunos países ya han advertido que su apertura socavará a Ucrania, el Estado por el que tradicionalmente transita el gas, y aumentará la dependencia de Rusia. Ucrania perderá miles de millones de euros en tarifas de tránsito y además le dejará más vulnerable a los caprichos rusos, ya que el Kremlin podría cortar el suministro de energía a Ucrania con solo apretar un botón, mientras que ahora todavía se ve obligado a preservar el flujo por su territorio, para que se distribuya por el resto de Europa y, especialmente, por Alemania; un país sediento de un reemplazo energético por el aumento de la demanda pero, sobre todo, al cierre de la centrales nucleares y a la eliminación del carbón.
Solo un 5% del consumo de gas natural de Alemania proviene de su propia producción. El 11% restante de Noruega y el 21% de los Países Bajos. Nada comparado con el 67% que suministra Rusia. Alemania posee grandes instalaciones de almacenamiento de gas, en las que puede guardar alrededor de una cuarta parte del consumo anual. Sin embargo, algunas de estos contenedores pertenecen a la empresa estatal rusa Gazprom y no están bien surtidos. En el caso de un boicot ruso, el gas escaseará, lo que afectaría a buena parte de los hogares alemanes, ya que la mitad de ellos se calientan con gas. Su precio alcanza nuevos récords casi todos los días, por lo que los consumidores tienen que contar con costos de energía significativamente más altos.
Además, el precio no está determinado por la escasez real, sino también por el miedo a esta escasez o a la falta de voluntad de Rusia para entregar. Incluso los expertos no se atreven a predecir que pasará en las próximas semanas, por lo que será determinante si los implicados encuentran una solución pacífica al conflicto de Ucrania.
Mientras tanto, la situación ya se está dejando notar en Alemania donde los precios de la gasolina siguen altos lo que, sumado a unos elevados índices de inflación, ha dejado patente la necesidad de mantener constante las entregas gasísticas con Rusia. Algo que para el sector industrial no supondría un mayor problema, ya que, como asegura Kerstin Andreae, presidenta de la Asociación Federal de Industrias de Energía y Agua, «Rusia ya suministra la mayor parte y en continuo crecimiento del gas natural que consumimos», por lo que la línea tendría un impacto positivo en el nivel actual de precios, aunque sea a costa de mantener la dependencia energética.
El proyecto es contrario a los intereses de EE UU, que busca vender su gas y directamente afecta a Polonia, quien a su vez prefiere comprar gas estadounidense. La Casa Blanca ve en Nord Stream 2 el peligro de una creciente dependencia energética alemana y, al igual que Ucrania, evalúa el gasoducto como un «proyecto político» destinado a excluir a los países de tránsito de Europa del este del negocio del gas natural y hacerlos susceptibles de chantaje. Unas discusiones que se alargan desde hace años. Incluso Angela Merkel fue hasta el final de su Gobierno inquebrantable en su compromiso con el proyecto que incluye a las empresas Uniper Wintershall DEA, Royal Dutch Shell, Engie y OMV. También Schröder, amigo de Putin y cabildero de las empresas energéticas rusas, estuvo involucrado en el oleoducto y muchos en el SPD están comprometidos con él.
De ponerse en marcha, Nord Stream 2 canalizará hasta 55.000 millones de metros cúbicos de gas al año, suficiente para abastecer a 26 millones de hogares europeos. Detrás de este gasoducto está la empresa estatal rusa Gazprom como único propietario. Sin embargo, es cuestionable cuánto tiempo podrá mantener Putin su política. Se estima que dos millones de puestos de trabajo dependen del gas y, junto con las exportaciones de petróleo, suponen casi el 40% del presupuesto estatal. “Rusia no puede tener ningún interés en interrumpir las entregas”, dice Kerstin Andreae, porque “si no entregas, no obtienes dinero”. No obstante, Rusia ha demostrado que está dispuesta a pagar altos precios económicos por objetivos políticos.
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