Conflicto
Ucrania ya está en guerra
El Ejército de Kiev combate a los separatistas prorrusos que tomaron las provincias de Donetsk y Lugansk en 2014 tras la anexión de Crimea. El conflicto se ha cobrado la vida de 14.000 personas
La vida continúa para las personas que conviven con el conflicto, en el lado controlado por las fuerzas ucranianas y en los territorios ocupados de Donetsk y Lugansk controlados por los separatistas es pleno invierno, los días son cortos, el frío aumenta y hay pocas horas de luz. Un territorio, el de la zona este de Ucrania, partido en dos y dividido por la línea de contacto, tierra de nadie donde terminan los misiles de corto alcance de ambos bandos.
Los dos conviven con las señales de advertencia que indican el peligro de minas y devuelven a los ciudadanos a la realidad de una guerra abierta en la región. Se preparan para la peor, a pocas semanas de cumplirse ocho años de conflicto, viven bajo el rumor de la guerra, habituados al ruido de metralla. La tensión no ha disminuido desde que los separatistas tomaron las armas en abril de 2014, después de ocupar Crimea, apoyados por Moscú.
El rublo circula por los comercios ubicados en el lado controlado por los separatistas, Rusia entregó allí 100.000 pasaportes. La enseñanza del idioma ucraniano está prohibida, los niños asisten a colegios rusos, ven la televisión rusa y se comunican a través de las redes sociales rusas. El Gobierno ucraniano estima que 800.000 de sus ciudadanos viven en la línea de frente.
El acceso sanitario es limitado, es difícil encontrar medicamentos. Las clínicas ambulatorias rurales funcionan, pero los médicos sólo tienen herramientas básicas y, a menudo, se enfrentan a cortes de electricidad y agua. A las constantes interrupciones de atención médica se une la escasez de alimentos, agua potable y calefacción, pero también a la educación, servicios sociales y la falta de perspectivas laborales. En diciembre, Putin empezó a concentrar tropas en su frontera con Ucrania; hasta 100.000 militares y material bélico, avivando el fantasma de una guerra. Desde otoño, Estados Unidos ha estado equipando al Ejército ucraniano con misiles antitanque Javelin.
El Kremlin asegura que el despliegue militar en la frontera es la respuesta a las provocaciones ucranianas y acusa a Estados Unidos de trasladar misiles a las puertas de Rusia. Moscú dice tener pruebas de que mercenarios estadounidenses están trasladando armas químicas en tanques a la región del Donbás. Hasta ahora dichas pruebas no se han hecho públicas.
Por su parte, la OTAN ya advirtió que cualquier acción militar rusa «acarrearía un alto precio» y la Administración Biden dice tener preparado un paquete de sanciones sin precedentes. Washington también advirtió a Bielorrusia después del despliegue de tropas rusas en su territorio cercano a Ucrania. Todos los escenarios se han tenido en consideración, pero la imprevisibilidad del líder ruso sigue manteniendo en vilo a Ucrania y sus aliados.
Mientras sigue existiendo espacio para la diplomacia, un escenario bélico de ocupación rusa parece alejarse. La fuerte labor diplomática de las últimas semanas se tradujo en una reducción de las violaciones de cese al fuego en la región del Donbás; 5.845 en el mes de enero, comparada por las 14.655 altercados las cuatro semanas previas. La misión de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) sobre el terreno, encargada de contabilizar las agresiones en la zona de conflicto, sigue denunciando los daños a la propiedad pública, haciendo aún más complicada la vida para los civiles.
Las labores humanitarias de la OSCE a través de la reparación de tuberías de agua potable y aguas residuales, son constantes debido al daño que causan las ininterrumpidas escaramuzas. Cruz Roja Internacional, prevé ayudar hasta a 10.000 personas de ambos lados de la línea de contacto este invierno. La reconstrucción de techos y paredes, dañadas por los bombardeos, son constantes y necesarias cuando las temperaturas bajan a bajo cero.
Las numerosas treguas y declaraciones de alto al fuego generan esperanzas que siempre terminan en combates. La guerra se ha cobrado la vida de 14.000 personas, según Naciones Unidas. Entre 2014 y 2015, Rusia y Ucrania firmaron los Protocolos de Minsk, en ellos se contempla la devolución del Donbás a Ucrania. Al presidente ruso, Vladímir Putin, no le interesa una región que durante los últimos ocho años se ha visto fuertemente empobrecida por la guerra, la falta de oportunidades y con un alto porcentaje de jubilados; un gasto inasumible para las arcas rusas.
A diferencia de Crimea, donde Moscú mantiene una base naval estratégica. Putin estaría dispuesto a restituir el control del Donbás a Kiev, pero con la condición de que la región adopte una administración semiautónoma, algo que el líder ucraniano, Vladimir Zelenski, considera inaceptable. Durante los años de conflicto, el Kremlin ha llevado a cabo una combinación de acción militar, insurgencia patrocinada, guerra cibernética y desinformación, amenazado a Ucrania como Estado.
El contexto ucraniano no es nuevo, durante años, Putin ha aprovechando conflictos étnicos utilizando repetidamente a representantes locales, y luego a sus propias tropas, para tomar el control de facto de un territorio disidente de un ex Estado soviético. Maquillandolas de rebeliones locales, Moscú ha podido entrar en conflictos con una fachada de mediador en su papel de «pacificador», conflictos que el mismo Putin había avivado.
Las agresiones rusas han obligado a los ucranianos a declarar su identidad y posición con respecto a Rusia. Después de ocho años, la guerra ha dividido profundamente a la sociedad. En el escenario ideal de fin de la guerra y la llegada de la tan ansiada paz, llegará el turno de reconstruir una sociedad fragmentada.
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