ONU
El candidato de consenso de Washington y Moscú
Oficialmente, las grandes potencias afirmaban que querían el mejor candidato para el puesto de secretario general de la ONU ante la necesidad de abordar de manera urgente las diferentes crisis internacionales. Sin embargo, a medida que los diferentes aspirantes tomaron posiciones, Rusia y Estados Unidos, países miembros con derecho a voto en el Consejo de Seguridad, empezaron a buscar argumentos que apuntalasen a un candidato que más tarde fuese a defender mejor sus intereses.
Fue entonces cuando el embajador de Rusia, Vitaly Churkin, empezó a poner de manifiesto que se necesitaba a un representante del grupo de Europa del Este, debido a la tradición rotatoria entre regiones para decidir jefe de la ONU. Desde Washington, se siguió muy de cerca este argumento, dada la influencia que todavía ejerce Moscú sobre ciertos países de esa zona. Así ocurrió con el secretario general saliente, el surcoreano Ban Ki Moon. Se utilizó como fundamento que se requería a un candidato de Asia, ya que antes habían estado al frente de la ONU el egipcio Butros Ghali (1992-1996), el peruano Javier Pérez de Cuéllar (1982-1991), el austríaco Kurt Waldheim (1972-1981), el birmano U Thant (1961-1971), el sueco Dag Hammarskjold (1953-1961) y el noruego Trygve Lie (1946-1952). Ban fue elegido por su perfil bajo después de las fricciones entre su predecesor, el ghanés Kofi Annan, y el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, tras la invasión de Irak en marzo de 2003.
Fue entonces cuando Estados Unidos hizo hincapié en la necesidad de poner al frente de la institución a una mujer. Su preferida era la jefa de la diplomacia de Argentina, Susana Malcorra, en la que confiaban para que defendiese sus intereses mejor que cualquier opción propuesta por Moscú. En cambio, a Reino Unido, con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, no le interesaba una candidata argentina por el conflicto de las Islas Malvinas.
En esta búsqueda se necesitaba a alguien que pudiese conseguir la aprobación de los quince miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que, según el procedimiento, se trasladase después a la Asamblea General. O, al menos, un candidato que superase los vetos de los miembros permanentes: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China. Fue entonces cuando empezó a sonar con más fuerza el nombre del ex presidente de Eslovenia Danilo Turk. Político del grupo de países de Europa del Este, menos hostil hacia Washington que cualquiera de las opciones de Moscú, como el ministro de Asuntos Exteriores de Serbia, Vuk Jeremic; el de Macedonia, Srgjan Kerim, o el de Eslovaquia, Miroslav Lajcak.
Aun así, Rusia también propuso nombres que cumpliesen con las insistencias de Washington de que se necesitaba una mujer al frente de la ONU, como la ministro de Asuntos Exteriores de Bulgaria, Irina Bokova, muy respaldada por Francia, también con derecho a veto en el Consejo de Seguridad. Sin embargo, la asistencia de Bokova y Lajcak a la escuela en Moscú alimentaron las bromas de que, en realidad, fueron al KGB. Ambas aspirantes nunca suscitaron sonrisa alguna en Washington, lo que hacía muy difícil conseguir el respaldo de Estados Unidos.
Mientras, en los últimos días, la búlgara Kristalina Georgieva, de 63 años, vicepresidenta de la Comisión Europea, se convirtió en la rival con más posibilidades. Respaldada por Alemania, su candidatura hizo preocuparse a la delegación portuguesa, que había trabajado en la candidatura de Antonio Guterres, una de las opciones preferidas por España.
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