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Dimite el asesor de seguridad de Trump por sus conversaciones con Rusia
Las llamadas mantenidas tenían como objetivo fijar una fecha para que Trump y Putin se comunicaran
Michael Flynn ha dimitido después de que saliera a la luz que había mentido al vicepresidente, Mike Pence acerca de una conversación que había mantenido con el embajador ruso.
No hay día sin incendio en la Casa Blanca. El último escándalo, la dimisión del consejero de Seguridad Nacional, el general retirado Michael Flynn. Dimite porque ha mentido. Había conversado, antes de tomar posesión, con el embajador ruso en EE UU, Sergei I. Kilsyak. El militar jubilado aseguró a los servicios de inteligencia, a sus colegas en el Despacho Oval, e incluso al vicepresidente Mike Pence, que en el transcurso de aquellas charlas jamás comentaron asuntos relativos a las relaciones entre EE UU y Rusia. Pero los servicios secretos norteamericanos han demostrado lo contrario. No sólo repasó junto al hombre de Putin las medidas punitivas contra el expansionismo ruso en Ucrania. Flynn, plenamente instalado en un territorio próximo a la ilegalidad, prometió que su país levantaría las sanciones si Donald Trump alcanzaba la presidencia.
«The Washington Post» fue el primero en informar de que la ex fiscal general Sally Yates había avisado a la Casa Blanca de la existencia de transcripciones con las conversaciones de ambos. Según el rotativo, Yates informó a un consejero de Trump, Don McGahn. El material no sólo lo dejaba en un lugar pésimo delante de la opinión pública, también convertía al ex general en potencial víctima de chantajes, con las infaustas consecuencias que tendría para la seguridad nacional. A las pocas semanas, Yates fue relevada de su cargo después de negarse a hacer cumplir el veto contra la entrada en el país de los ciudadanos de siete países árabes con mayoría musulmana.
«Los rusos conocían el contenido de las llamadas», escribe Maggie Haberman en «The New York Times», «por lo tanto, si les interesaba conseguir algo, podrían haberle amenazado [a Flynn] con exponer sus mentiras». Flynn, entretanto, sorteó el chaparrón como mejor pudo, hasta que la noticia trascendió y la presión ya fue intolerable.
«Ofrezco mi dimisión», explica Flynn en un comunicado, «con el honor de haber servido a mi país y a los ciudadanos desde un puesto tan distinguido». El problema, más allá de la mentira, es que en su país existe una ley, la Ley Logan, que prohíbe que un ciudadano negocie por su cuenta los contenciosos que pueda tener EE UU con un Gobierno extranjero. «Lamentablemente», añade Flynn en la nota, «y debido a la velocidad de los acontecimientos, ofrecí de manera involuntaria una información incompleta al vicepresidente y otros cargos respecto a mis conversaciones telefónicas con el embajador ruso (...) Me he disculpado sinceramente con el presidente y el vicepresidente».
La Casa Blanca dijo que Flynn fue despedido después de que Trump, que fue informado del caso el 26 de enero, perdiese la confianza en él. Ahora otro militar, el teniente general jubilado Joseph K. Kellogg Jr., ocupará de forma provisional su cargo al frente de Seguridad Nacional. Lo hará mientras se decide si continúa o no de forma permanente. Las quinielas hablan también del general retirado David Petraeus, el mismo que en 2012 dimitió como director de la CIA tras admitir que transmitió información confidencial a su biógrafa y amante, Paula Broadwell. En 2015, fue condenado a dos años de cárcel, que quedaron en suspenso, y a pagar una multa de 100.000 dólares. Otro candidato, menos discutido, podría ser el vicealmirante retirado de la Armada Robert Harward.
Pero los problemas no terminan con la desaparición política de Flynn. La Casa Blanca sabía de los temores de la fiscal Yale y el FBI respecto a Flynn y sus llamadas. No sólo no le habría pedido explicaciones, sino que el mismo lunes, apenas siete horas antes de que dimitiera, Kellyanne Conway, consejera personal de Trump y antigua jefa de campaña, hoy famosa por su defensa de los llamados «hechos alternativos», aseguraba a NBC que el consejero de Seguridad Nacional gozaba de la «total confianza del presidente».
Tal y como explica David A. Graham en «Atlantic», el problema pasa ahora por dilucidar a quién informó McGahan. ¿Nadie advirtió que nada menos que su consejero de Seguridad Nacional había cambalacheado con los rusos antes de ocupar cargo alguno en la Administración? Y en el transcurso de este mes, ¿qué seguridad tiene la Casa Blanca de que Flynn no recibió presiones de Rusia? No sería extraño, a tenor de cómo acostumbran a comportarse unos servicios secretos herederos de la KGB. ¿Y por qué el Gobierno lo negó todo hasta el lunes por la tarde, cuando conocía el problema desde hacía semanas?
Mientras, Putin apenas ha dado acuse de recibo al castigo, ha evitado el contraataque, incluso, habló de un compás de espera hasta ver qué hacía la nueva Administración. La respuesta, de momento, dispararse en el pie.
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