Redes sociales

La desinformación en el Sahel, impulsora del terrorismo internacional y madre de los golpes de Estado

Francia, Rusia, terroristas y gobiernos autoritarios libran una guerra en el campo virtual del Sahel africano

A woman looks at a computer monitor back dropped by a real time cyber-attacks world map,
Ninguna región del mundo escapa a la desinformación.Vadim GhirdaAgencia AP

En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, la Oficina de Información de Guerra de Estados Unidos (OWI por sus siglas en inglés) creó el Proyecto Rumor, en un esfuerzo por frenar la proliferación de rumores falsos y desinformación en una sociedad donde la libertad de prensa ha sido su bandera. Sus resultados fueron relativos pese al extenso estudio que se realizó entonces en lo referente a la desinformación, pero una cosa quedó clara: setenta años después de aquella guerra letal, aún existe la desinformación; y resulta que está más extendida que nunca.

Las redes sociales, que no existían en 1940, ayudan incluso a la proliferación de la desinformación por encima de la difusión de informaciones veraces. Un estudio publicado en 2018 por tres investigadores del MIT demostró que la desinformación se comparte en la red social Twitter de manera más rápida, extensa y profunda que la información verdadera, y con una diferencia “significativa”. En 2024, tal y como se verá más adelante, no parece que esta tendencia haya cambiado. La desinformación abarca hoy además a todo el globo, a cada rincón que disponga de internet, a cada sujeto con dos ojos y dos oídos disponibles para ver y escuchar un vídeo que coincida con sus ideales y refuerce su opinión.

Ahora, aplicando una lupa al mapa, existe una región en el planeta cada vez más expuesta a los métodos de desinformación donde lo verdadero y lo falso se confunden a niveles capaces de generar golpes de Estado, fuertes cambios estructurales a nivel social e incluso acciones vinculadas al terrorismo internacional: el Sahel.

El Sahel está compuesto por nueve países que sirven de frontera entre el desierto del Sáhara y las selvas tropicales del continente africano. Se trata de una de las zonas más inestables del globo pese a su importante fuente de riquezas, y tres países en concreto captan la atención de gobiernos y medios de comunicación internacionales. Mali, Burkina Faso y Níger. Tres naciones gobernadas por sendas juntas militares que obtuvieron el poder mediante sucesivos golpes de Estado y que viven además atenazadas por la amenaza permanente del yihadismo armado. Las tres naciones, antiguas colonias francesas, han visto cómo sus medios de información pasaban en pocos años de periódicos, radios y televisiones francesas hacia medios locales, pero también hacia agentes de la información incrustados en los muros de las redes sociales y que tienen la capacidad de llegar a las esquinas más apartadas del mapa… allá donde no llegan los periodistas. Antes, no era sencillo para un tuareg de Kidal acceder a los canales de televisión franceses mientras pastoreaba su ganado; ahora, le basta un móvil con cobertura para tener todo el conocimiento disponible al alcance de la mano.

Donde países más ancianos como Estados Unidos han ejecutado programas para combatir la desinformación desde tan atrás como la Segunda Guerra Mundial, las naciones del Sahel todavía no poseen los mecanismos adecuados para combatir la desinformación de manera objetiva y fiable, en especial ahora, cuando son gobernados en su mayoría por gobiernos de corte autoritario que gustan de definir como desinformación cualquier crítica dirigida contra sus métodos de gobierno. Tampoco debe olvidarse que agentes externos a los países mencionados también se aprovechan de las redes sociales y de la escasez de recursos entre quienes combaten la desinformación, precisamente para llevar a cabo campañas de desinformación en favor de sus propios intereses. Francia sería en este aspecto la gran protagonista, igual que Rusia. Es decir: nadie escapa de la tentación de la desinformación.

Azil Momar Lô es un periodista senegalés que trabaja con la organización Africa Check, destinada a la verificación de información en el continente africano y, en su caso, con especial hincapié en África Occidental. Africa Check se demuestra como una alternativa independiente a la falta de soluciones impuestas a nivel de Estado y que funciona gracias a las donaciones del público, pero también gracias a donaciones de personalidades filántropas que valoran su trabajo. Disponen de una capacidad técnica y periodística (limitada) para verificar la información que circula por el espacio público y desarrollan además programas de sensibilización para los medios africanos en lo referente a la desinformación.

Azil no oculta que es sumamente difícil distinguir en la actualidad la desinformación de la información veraz, especialmente en Twitter. “Antes era más fácil [descubrir la desinformación] por las normas de certificación. Si una cuenta estaba certificada, esto quería decir que era creíble; ahora, la certificación se compra, no importa de quién sea la cuenta”. Si el estudio del MIT de 2018 señalaba que la desinformación se extendía en la red social a una velocidad mayor que la información verídica, sólo cabe suponer que las nuevas normas impuestas por Elon Musk facilitan aún más la desinformación. Por ejemplo, un estudio reciente de la asociación Newsguard señalaba que un 74% de la desinformación en la guerra entre Israel y Gaza proviene de cuentas certificadas de Twitter. No existen en la actualidad estudios similares que analicen la situación en el Sahel.

Como es lógico, las redes sociales son utilizadas en el Sahel esencialmente por ciudadanos jóvenes (conviene conocer que la media de edad de los tres países citados es de 15.6 años), por lo que las campañas de desinformación suelen estar dirigidas a los jóvenes. Azil indica que “la desinformación en el Sahel afecta directamente a la psicología de los jóvenes”, recalcando que existe un poderoso juego con sus emociones: “los nuevos dirigentes son presentados como héroes que han aparecido para liberar a los jóvenes de un problema, para traer un cambio con respecto a lo que se hacía anteriormente. El discurso suena correcto para los jóvenes porque juega con sus emociones, reconforta sus ideas y sostiene sus ideas políticas”. Esto es fácil de comprobar cuando uno navega por los perfiles de redes sociales que apoyan a las juntas militares. Son habituales las comparaciones de los nuevos dirigentes con héroes históricos como Thomas Sankara, y se repiten una y otra vez aspectos como la independencia efectiva respecto a Francia, la riqueza natural de la que disponen los países y el poder de sus líderes para concentrar a las masas. De nada sirve comprender que poseer un puñado de minas de oro o de uranio en exclusiva no suponen una garantía de riqueza a medio y largo plazo. Igualmente, es común acudir a personajes influyentes o cuentas relevantes en el espacio virtual para canalizar los mensajes que se desean propagar.

Una cuenta relevante del espacio virtual, creada hace poco más de un año en Twitter, sería @AESinfos. El nombre de la cuenta se basa en el acrónimo de la Alianza de Estados del Sahel, creada en septiembre de 2023 por Burkina Faso, Mali y Níger. Durante escasos meses, debido en parte a su tic azul, se pensó que se trataba de una cuenta oficial de la Alianza de Estados del Sahel. Esta cuenta en concreto se dedica a compartir información no verificada que beneficie siempre a las juntas militares en el poder, con especial atención a sus relaciones con Rusia, y cumple uno de los requisitos especificados por el periodista senegalés a la hora de identificar las cuentas destinadas a la desinformación: “cuando hay cuentas certificadas que se sostienen en exclusiva en lo referente a informaciones a favor de las juntas militares del Sahel, pienso que en estos casos que podemos hablar de una desinformación instalada con el objetivo de cambiar la situación o desestabilizar la situación política en la región”.

Es evidente que la desinformación no se encuentra en el Sahel en exclusiva del lado de las juntas militares, y Azil hace especialmente en la cuenta conocida como @GauthierPasquet, que vivió su “edad dorada” entre los años 2021 y 2022 y que sostenía una actitud claramente profrancesa en sus publicaciones. Dicha cuenta, que posteriormente se supo que estaba dirigida por un usuario de Costa de Marfil, llegó incluso a ofrecer falsa información a la prestigiosa revista francesa Jeune Afrique, información que fue dada por cierta por el equipo editorial y publicada como tal.

Los franceses, los rusos... pero también organizaciones terroristas que operan en el territorio, como pueden ser el JNIM (filial de Al Qaeda en la región) y el Estado Islámico del Fran Sáhara (EIGS). Este tipo de organizaciones también cuentan con sus propios medios de difusión virtuales, gracias a los cuales justifican su acción armada como una forma de liberación popular, igual que llevan a cabo campañas de reclutamiento por medio de redes sociales y páginas web específicas. En este punto, el yihadismo armado en el Sahel se vende, no sólo como una lucha religiosa, sino también social y política en una región donde las profundas desigualdades entre la clase dirigente y las clases populares llevan décadas pronunciadas por una brecha impresionante. La venganza y la justicia, o una supuesta justicia, pueden ser excusa suficiente para atraer a a nuevos jóvenes hacia las filas terroristas. También inflarán en la medida de lo posible los números de sus victorias en el campo de batalla, aunque las denominadas campañas de caos informativo pueden considerarse su especialidad.

Este "caos informativo" consiste esencialmente en bombardear a los usuarios con infinidad de publicaciones donde se señala a los ejércitos nacionales como percusores de matanzas, asesinatos, acciones caníbales, violaciones, etc., contra la población local. Aunque es cierto que los ejércitos del Sahel han cometido un número significativo campañas de castigo dirigidas en los últimos años contra la población civil, muchas de las denuncias realizadas por los grupos terroristas son falsas o imposibles de verificar; esto, si no son los propios terroristas quienes perpetran una masacre para luego atribuirla a los ejércitos nacionales, lo que también es una práctica común y que lleva la desinformación a un plano físico y brutal. A los muyahidines basta con vestirse con uniformes robados a los ejércitos nacionales en ataques anteriores, subirse en vehículos obtenidos de una manera similar, tirotear un pueblo, asesinar, fabricar huérfanos, marcharse por donde vinieron y dejar que las redes sociales hagan el resto del trabajo.

Un peso importante de la desinformación se apoya en lo que el usuario quiere creer. Así, toda información que hable a favor de las juntas militares será considerada cierta por quienes simpatizan con ellas, y falsa por sus opositores; la misma dinámica se repetirá con la información que hable a favor de Francia en África. Este aspecto psicológico explica la facilidad con que se difunde la desinformación en Twitter. No son sólo los dictadores quienes acogen con desagrado las críticas contra su persona, porque los usuarios tampoco están dispuestos a aceptar las críticas amargas o las informaciones que hagan tambalear sus ideales. Cualquier usuario de redes sociales, inclusive un español, puede realizar un ejercicio de reflexión y de autocrítica para descubrir que pocos escapan a este tipo de dinámicas.

Azil concuerda en que la desinformación no procede necesariamente de cuentas o de individuos independientes. También puede encontrarse en el Sahel un tipo de desinformación política, a nivel institucional, que es servida como propagada por los gobiernos a través de los medios de comunicación convencionales y que encuentran su acogida entre los ciudadanos. El periodista senegalés pone de ejemplo la crisis diplomática sostenida entre Benín y Níger en el verano de 2024. En este caso, la junta militar nigerina acusaba a Benín de albergar bases militares francesas con el fin de atacar Níger, pero “en Africa Check hemos procurado verificar muchas veces esta información, sea por medio de vídeos o de imágenes que nos han sido presentadas, pero estas imágenes son siempre falsas o sacadas de contexto”. Este es un claro ejemplo de desinformación política que, insiste, también puede encontrarse del lado opuesto a las juntas.

Aunque la mayoría de los agentes de desinformación operan dentro de los territorios implicados, no debe de obviarse la posibilidad de contratar a “trolls” que operan desde la seguridad física y jurídica de terceros países. Este periodista pudo conocer que es posible contratar a individuos en Venezuela por media jornada, a cambio de un salario que no excede los 120 euros mensuales. Estos individuos, antes de servir para propagar la desinformación de forma directa, son utilizados para apoyarla por medio de likes y comentarios a favor. Un organismo con los medios económicos suficientes para contratar a un número elevado de trolls podría “popularizar” o “legitimar” en escaso tiempo una cuenta de desinformación que pronto poseerá un nivel de seguidores orgánico, animados en una primera instancia por esos seguidores falsos de apariencia real.

Pakistán o la India también son países donde se pueden contratar trolls con una facilidad asombrosa, pese a que medios como Google dispongan de programas internos de Inteligencia Artificial que identifican las acciones cometidas, irónicamente, por Inteligencia Artificial, o pese a que Twitter posea hoy la opción de “notas para la comunidad” que no suelen ser habituales en la desinformación referente al Sahel. Principalmente, por la dificultad que existe a la hora de verificar información que ocurre en lugares en extremo remotos y físicamente mal comunicados con el resto del globo. Este último punto es importante. Mientras otras zonas en conflicto como Oriente Medio o Ucrania disponen de miles de periodistas sobre el terreno que puedan desmentir la información falsa, no ocurre lo mismo en regiones de menor interés mediático y que apenas cuentan con un puñado de profesionales obligados a abarcar vertiginosas extensiones de terreno, a las que se suman las complejidades étnicas y culturales que hacen del continente africano el más diverso del planeta.

Pero nada de esto implica que esté todo perdido. Existen métodos para destapar la desinformación, incluso desde el sofá de casa, y Azil tiene algo que decir a este respecto. Utiliza su propia experiencia a modo de explicación: “A la hora de escribir un artículo, voy etapa por etapa, explicando con quienes he contactado, qué documento he consultado, los sitios de internet que he visitado para verificar y mi conclusión […]. Vas a dar al lector los procesos de verificación que has seguido y que pueden aclarar si la información es verdadera es falsa”. En lo referente a la desinformación que inunda Twitter, aclara que el usuario puede “observar si tiene posts que posean notas de la comunidad, que muestran si un tweet es falso… y si estas informaciones desmentidas son habituales en el tiempo. Igualmente, existen cuentas parodia o cuentas que copian a otras que son originales y merece la pena pararse a comprobar si corresponden a este tipo de cuenta”.

Aunque Azil lo tiene claro, como muchos otros periodistas honrados, al considerar que existe un extra de responsabilidad por parte de los medios de comunicación a este respecto, y que sería necesario establecer programas de formación para los medios y periodistas, ya sean presenciales o en línea, que demuestren a los lectores que hemos realizado un ejercicio de reflexión dentro de la profesión. Porque combatir la desinformación en un mundo donde cualquiera puede difundir noticias mediante un gesto tan sencillo como rozar una pantalla, es tarea de todos… pero es una tarea primordial para el sector periodístico. Aunque primero habría que dejar a un lado las emociones y aquello que queremos creer, para buscar en su lugar una verdad objetiva y probada. Un cambio de paradigma que no consiguió el Proyecto Rumor en 1942 pero que todavía podría encontrar una solución.