Asia Central
Regreso a las tinieblas en Afganistán
Los talibanes vuelven al poder tras la caótica retirada de Biden
Un regreso previsto a las tinieblas. Camino de los cinco meses de la llegada de los talibanes al poder en Afganistán, no se atisban novedades en el guion tras la reedición del emirato islámico 20 años después de que su precedente (1996-2001) fuera derrocado por las fuerzas de la Alianza Atlántica.
El fulgurante avance militar de los talibanes al tiempo que se producía el desmoronamiento irremisible del Estado nacido en 2004 –y, con ella, una incapaz tentativa de desarrollar un Estado de Derecho– sorprendió a propios y extraños. Y puso en evidencia las deficiencias de los cálculos de las inteligencias occidentales y, sobre todo, el profundo desconocimiento de la realidad del país de Asia Central tras dos décadas de presencia en el terreno y cooperación estrecha con las autoridades locales.
El triunfo talibán no puede explicarse sin el profundo arraigo del movimiento a lo largo y ancho del país durante todos estos años y del fracaso de la administración y ejército afganos, incapaces de plantar cara al grupo islamista radical. El 15 de agosto, algo más de dos semanas antes de que se cumpliera la fecha anunciada por la Administración Biden para la salida definitiva de las tropas de su país, los fundamentalistas sellaban la toma del poder.
Aunque las líneas ideológicas fundamentales de los talibanes no han variado en demasía, sus nuevos líderes han hecho uso de unas formas y una retórica más amables. Conocedores de la importancia de las redes sociales y los nuevos lenguajes de la comunicación global, los islamistas tratan de presentar una imagen sofisticada y benevolente dirigida a ganar adeptos entre su población y la comunidad internacional.
En cualquier caso, el Gobierno del nuevo emirato ha sido copado en exclusiva por miembros de la vieja guardia talibán, empezando por su líder, Mawlawi Hebatullah Akhunzada. En unos pocos meses, los fundamentalistas han vuelto a imponer su sistema de justicia y gobierno basado en la «sharía» o ley islámica. Con todo, el nuevo régimen no ha logrado el reconocimiento explícito de ningún Gobierno del mundo. Afganistán, sus gentes, se encuentran hoy aislados del mundo exterior. Entretanto, las nuevas autoridades reclamaban recientemente a la comunidad internacional 1.000 millones de dólares de manera inmediata para ayudar a la población afgana.
El fulgurante regreso de los talibanes no puede explicarse sin la retirada de las fuerzas de la OTAN, encabezadas por EE UU. Las imágenes de multitudes corriendo, víctimas de la desesperación, tras los aviones en marcha de la fuerza aérea estadounidense por la pista del aeropuerto internacional de Kabul constituyen la metáfora más cruda y elocuente de la huida occidental de Afganistán. La salida estadounidense anticipa, además, que el conjunto de Oriente Medio y Asia Central han dejado de ser prioridad para Biden, cuya preocupación principal pasa hoy fundamentalmente por China.
Las víctimas de la vuelta del emirato islámico están siendo muchas. En primer lugar, una incipiente tentativa democrática que contaba con apoyo fundamentalmente entre las nuevas generaciones urbanas. La represión a los medios de comunicación ejemplifica a la perfección cómo los talibanes han logrado arrasar con los espacios de libertad alcanzados las últimas dos décadas. Especialmente damnificadas se encuentran las mujeres, que vuelven a su situación de ciudadanas de segunda.Con la excepción de las empleadas del sector sanitario, no pueden las mujeres acudir a sus puestos de trabajo. Niñas y adolescentes tampoco pueden ir a la escuela.
Toda la población afgana, que atraviesa desde hace meses una auténtica tragedia humanitaria, es víctima directa de la penosa situación actual. La situación social no puede ser peor. El Estado afgano se encuentra en quiebra. Los funcionarios llevan meses sin percibir sus salarios. Por si fuera poco, la sequía se ha cebado con la producción agrícola. El 90% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y el porcentaje alcanzará el 97% en las próximas semanas si no se produce un milagro.
Desde que se confirmara el regreso triunfal de los fundamentalistas, Washington congeló activos por valor de 9.500 millones de dólares al banco central afgano. El FMI suspendió un fondo por valor de 370 millones de dólares destinado a combatir las consecuencias de la pandemia. Según datos de la OMS, únicamente el 17% de los centros sanitarios otrora financiados por el Banco Mundial funciona en estos momentos. Con todo, EE UU aseguraba recientemente que seguirá siendo el país que más dinero destina a ayuda para los afganos.
A pesar de que una parte creciente de la población afgana ha manifestado de manera valiente su rechazo al nuevo régimen, los talibanes lograron tempranamente aplastar cualquier tentativa de resistencia, como ocurriera en el valle del Panshir. La gran amenaza, con todo, para los talibanes la constituyen grupos yihadistas como la rama local de Daesh. Una de las grandes asignaturas pendientes del nuevo emirato es garantizar la seguridad, que fue uno de los reclamos de los talibanes en su regreso. El Estado Islámico –que ha golpeado duramente con una sucesión de atentados– y los talibanes libran una batalla de fondo por el poder.
Un Emirato de ideas y praxis fundamentalistas, una aguda crisis socioeconómica y aislamiento internacional. La tormenta perfecta. El escenario del país de Asia Central no admite motivos para el optimismo. El nuevo año comenzará como termina 2021 para el sufrido pueblo afgano.
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