Egipto

Al Sisi consuma la farsa electoral

El general se asegura la reelección tras haber eliminado a los candidatos rivales. Su presidencia ha devuelto a Egipto la estabilidad a base de represión, pero la economía no remonta y la amenaza terrorista persiste

Varias personas caminan por una calle de El Cairo junto a un cartel con la imagen del presidente egipcio Al Sisi
Varias personas caminan por una calle de El Cairo junto a un cartel con la imagen del presidente egipcio Al Sisilarazon

El general se asegura la reelección tras haber eliminado a los candidatos rivales. Su presidencia ha devuelto a Egipto la estabilidad a base de represión, pero la economía no remonta y la amenaza terrorista persiste.

Presidiendo la emblemática plaza Tahrir, en el centro de El Cairo, una gran pantalla retransmite sin descanso imágenes del presidente egipcio, Abdelfata Al Sisi, para recordar algunos de los momentos más destacados de su primer mandato a los pocos transeúntes que se detienen a observar el despliegue propagandístico o a tomarse un «selfie» con el «rais». Cada vez más atrás quedan los años en los que Tahrir se erigió en epicentro y símbolo de la revolución que estalló en Egipto a principios de 2011 al grito de libertad y justicia social. Ayer la plaza seguía tomada por carteles que ensalzan al indiscutible líder del país, que a partir de hoy deberá batirse en unos comicios con resultados de sobra conocidos para arrancar su segundo mandato al frente de un país que controla con puño de hierro.

En total, unos 55 millones de egipcios están llamados a las urnas a lo largo de los tres días de votación (entre hoy y el miércoles) para escoger entre Al Sisi o el candidato de paja Musa Mustafá Musa, quien decidió presentarse a los comicios a última hora para evitar que Al Sisi fuera el único contendiente. A pesar de sus súplicas al electorado para llenar las urnas y legitimar así el proceso, pocos creen que el porcentaje de participación consiga ni siquiera acercarse al 47,5% de las últimas elecciones presidenciales, celebradas en 2014.

La apatía y el hastío de muchos votantes, la ausencia total de competencia y un polémico proceso electoral en el que todos los presidenciables previos a Mustafá Musa han sido apartados o forzados a retirarse son factores que no invitan a la participación. La mano dura exhibida por el régimen, incluso contra quienes no le representaban ningún desafío, fue sólo la última demostración de la extrema contundencia que ha adoptado durante los últimos cuatro años contra cualquiera que haya osado cuestionarle, dejando patente que, desde que asumió el poder, Al Sisi es el amo y señor de Egipto.

«Desde el derrocamiento del ex presidente Mohamed Mursi [Hermanos Musulmanes] se ha producido una caída gradual de la libertad de expresión en Egipto y hay muy poco espacio para la discrepancia», explica a LA RAZÓN Mirette Mabrouk, directora del programa egipcio en el centro Rafik Hariri para Oriente Medio, que añade: «En parte se debe al hecho de que el Gobierno se ha vuelto cada vez más paranoico y le resulta difícil diferenciar entre la oposición legítima y la sedición».

Como consecuencia de este miedo a perder el mando, los primeros años de Al Sisi se han caracterizado por una fuerte centralización y concentración del poder en manos del mismo «rais» y su círculo de confianza, que en gran medida procede también de las filas castrenses. «El presidente es militar, y como tal ha mantenido a su lado a personas que provienen de los aparatos de seguridad, lo que se ha reflejado directamente en su forma de gobernar», continúa Mabrouk. Una forma de gobernar autocrática que ha llevado a miles de personas de todo el espectro político a protagonizar desapariciones forzosas, terminar entre rejas, sufrir las torturas de la temida Policía o, en el peor de los casos, ser directamente ejecutados.

Para el miembro del Partido Socialdemócrata egipcio Samer Tamy, la dura represión practicada contra la oposición democrática se debe a la cultura política imperante en el país. «Hemos estado viviendo en esta situación casi durante los últimos 50 ó 60 años», calcula Tamy, quien considera que se trata de una cultura según la cual «sólo una persona y un partido están en lo cierto, son patriotas y saben lo que es mejor para la nación».

«La situación es peor que antes de la revolución, y cada día empeora más», se queja un vecino de El Cairo que prefiere el anonimato. «La última vez que pensé que existía una esperanza de ser escuchados fue durante la Revolución [de 2011]», añade una chica de 23 años que también prefiere no desvelar su nombre. «No queda ningún espacio para la libertad», suspira el primero.

Para el régimen, no obstante, la vulneración de derechos y libertades parece un sacrificio que el pueblo egipcio debe asumir si quiere recuperarse de la inestabilidad económica y de seguridad que trajo consigo el período revolucionario (2011-2013) que Al Sisi aplastó. Desde que asumió el mando, sin embargo, la economía –principal preocupación de los egipcios– no acaba de despegar, a pesar del programa de reformas que está ejecutando El Cairo desde que firmó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2016. El alto coste que están pagando las clases medias y bajas, que han visto cómo la inflación se disparaba por encima del 32% en 2017 mientras su poder adquisitivo se desplomaba, requiere que algunos de los buenos síntomas macroeconómicos se traduzcan pronto en mejoras.

«La economía está empezando a remontar», señala a LA RAZÓN El Mahdi, profesora de Economía en la Universidad de El Cairo, pero «deberían introducirse más cambios e impulsar más inversiones que generen nuevas mejoras». Asimismo, El Mahdi apunta que un clima económico saludable ayudaría a favorecer al vital sector turístico local, que ha observado impotente cómo los casi 15 millones de turistas recibidos en 2010 se reducían hasta los 5,5 millones en 2016, para luego ir remontando hasta acercarse a los ocho millones en 2017. «Si la economía funciona y hay seguridad política, el turismo volverá», confía El Mahdi.

Una de las pocas cartas de presentación que aún le quedan a Al Sisi es la sensación de control que ha conseguido instaurar en buena parte del país frente a la amenaza terrorista. Su éxito en este campo, no obstante, es también irregular. Y es que, si bien ha logrado rebajar el número de ataques respecto a los picos alcanzados en 2015, éstos han causado bajo su mandato una media de 26 muertes al mes. Pero el hecho de que la mayor parte de estos números se concentren en el Sinaí mientras el Canal de Suez y el valle y el delta del Nilo (donde reside el 95% de la población) están asegurados, explica que la bolsa de apoyo que aún retiene Al Sisi aplauda la estabilidad.

«Existen retos internos y externos que Al Sisi es capaz de afrontar», justifica a este periódico Hani Sami, un vecino de Alejandría que considera que «Al Sisi es el hombre indicado» para afrontar las «conspiraciones contra Egipto y su lucha contra el terrorismo». Para muchos otros, en cambio, estos motivos no justifican su deriva antidemocrática. «Ocurre igual que en la Rusia de Putin», sugiere un joven en condición de anonimato que explica: «Allí mucha gente admira y apoya al líder porque cree que es un hombre poderoso que hace que el país sea fuerte. Es la misma mentalidad que en Egipto, concluye, «donde Al Sisi no es sólo una figura popular, sino que además encarna al Ejército».