África
“Las oenegés utilizan materiales de mala calidad para que nuestras casas se caigan, así vuelven todos los años”
Las infraestructuras africanas no son suficiente para evitar los destrozos de las inundaciones y de la subida del nivel del mar
A Masamba no le interesa el cambio climático. No entra en discusiones acerca de su veracidad, no es negacionista, ni lo contrario. Él es pescador y lo que le importa ahora es que las casas del barrio de pescadores de Saint-Louis (Senegal) no sufran una nueva acometida de olas. Asegura que, cuando su madre era pequeña, “ella tenía que coger un caballo para llegar hasta el mar”. Me lo dice sorbiendo el té en una de las casas en la línea de costa y ahora tenemos el mar tan cerca que casi nos salpica. Está tan cerca que la casa de Masamba no tiene puerta desde hace dos años, ni alfombras (el suelo es una alfombra de arena que ha invadido la casa centímetro a centímetro), ni muebles de madera, ni vidrio en las ventanas. La casa del vecino se derrumbó durante alguna tormenta. Sin puertas ni ventanas puede escucharse sin dificultades el trajín del exterior, cientos de niños jugando, cientos de pescadores remendando las redes, cientos de mujeres anunciando sus productos, miles de vidas al borde del agua porque “aquí nadie pasa el día en casa porque en casa no tienen nada con lo que entretenerse, ¿entiendes?, entonces la vida en este barrio siempre ocurre en la calle”.
Me lo dice Masamba. Señala unos bloques de piedra semienterrados en la playa o derrumbados sobre sí mismos y que pretenden frenar de alguna manera el impulso de las aguas, sin éxito: “compramos la piedra con dinero europeo pero, la verdad, pero yo creo que los obreros no pusieron bien los bloques. Eso o que no son suficientes”.
Capitales a pie de playa
¿Falta dinero o un uso mejor del dinero? Lo único innegable es que la segunda línea de playa en Saint Louis comienza a ser la primera. Y cuando escarbamos, encontramos un problema que afecta a un gran número de regiones africanas. Haya o no haya calentamiento global, dejando la polémica de lado y mirándolo como lo mira Masamba, nos disponemos a revisar la precaria situación que vive el continente frente a las inundaciones.
Partimos de la base de que más de veinte capitales africanas se encuentran ubicadas junto al mar y que juntas suman más de 35 millones de habitantes. Esto sería sin contar con otras poblaciones costeras como, sin ir más lejos, Saint Louis. La altura sobre el nivel del mar en algunas ciudades es razonable, con sólidos ejemplos como Rabat (75 m.s.n.m) o Monrovia (223 m.s.n.m), aunque la mayoría de las capitales costeras no gozan de estos números. Bissau (0 m.s.n.m), Mogadiscio (9 m.s.n.m) o Lomé (10 m.s.n.m) se ven afectadas, no ya por la impaciente subida del nivel de los mares, sino por otras catástrofes naturales que dañan igualmente la infraestructura y se cobran un número de vidas anónimo.
Merece la pena entender por qué tantas capitales africanas se encuentran situadas en la línea de costa, si el peligro es tan elevado. Pero es evidente: la mayoría fueron importantes puertos comerciales que utilizaron las potencias colonizadoras para llevar la materia prima a la metrópoli con una efectividad mayor. Incluso capitales nuevas como Bissau y Dakar (que sustituyen a las capitales coloniales de Bolama y Saint Louis) fueron durante el colonialismo importantes puertos de la región. Hoy África sigue dependiendo de la materia prima para su supervivencia y parece arriesgado separar la capital de los valiosos puertos.
Datos moderados y destructivos
Las predicciones de los expertos no son apocalípticas pero tampoco alentadoras. No se trata de que mañana se vaya a inundar de pronto todo Abiyán que se encuentra a 18 metros sobre el nivel del mar, ni mucho menos, porque el mar ha ascendido 7 centímetros en los últimos 25 años (una cifra preocupante frente a los 14 centímetros de los dos siglos anteriores) y queda tiempo hasta que suba los 17,93 metros restantes. El primer problema al que se enfrentan las zonas costeras no serán las inundaciones permanentes que parece que ocurrirán dentro de unos cientos de años, sino el incremento de las inundaciones estacionales y los daños ocasionados por tormentas que ya se están haciendo notar en el continente.
Por eso no le importa a Masamba que exista o no el calentamiento global: sabe que la destrucción de los hogares africanos por las inundaciones han sido, son y serán rutina de su tierra. Un ejemplo reciente son las inundaciones pluviales del pasado mes de abril en la provincia de KwaZulu-Natal, Sudáfrica, que se cobraron más de 300 fallecidos en una semana.
En 2020 fueron señaladas tres zonas costeras en África que serán susceptibles a un incremento de las inundaciones estacionales durante los próximos cincuenta años: la costa Atlántica que recorre desde Mauritania hasta Guinea Conakry, el golfo de Guinea y Mozambique, y tiene sentido porque Saint Louis está a 30 kilómetros de la frontera mauritana. A las inundaciones se le añade la erosión de la costa, que ocurre con mucha más rapidez que la subida del agua (solo en Benín. la costa se erosiona a 4 metros por año), junto con las inundaciones fluviales que se producen en las desembocaduras de muchos ríos cercanos a las capitales. Y si ya hay problemas cuando se desbordan el Ebro y su caudal de 430 m³/s en Tarragona, pues imagínese uno cuando ocurre lo mismo con el Níger y sus devastadores 5.500 m³/s...
Un informe emitido por el Banco Mundial en marzo de 2019 estipuló en 3.800 millones de dólares las pérdidas que sufría la costa de África Occidental (una de las tres zonas más afectadas, ¿recuerdan?) a causa de las inundaciones, la erosión y la polución. En Costa de Marfil, el gasto provocado por la erosión se elevaba a un 4,9% de su PIB. No hace falta coger ejemplos para saber que muchas zonas pobladas de África tienen una infraestructura insuficiente para resistir a las catástrofes naturales, no ya cuando hablamos de complejos sistemas preventivos como los de Holanda o Nueva Orleans, sino cuando hablamos de los cimientos de los hogares como el de Masamba.
Hogares de corta duración
Ante la impotencia de la población para arreglar sus hogares o para pagar por sí mismos sistemas que prevengan las inundaciones, los funcionarios públicos y las oenegés denuncian que todos los años se repite el mismo proceso en determinadas zonas: construyen una casa nueva, vuelven las inundaciones, se derriba la casa, construyen una casa nueva, vuelven las inundaciones, se derriba la casa, etc. Es desalentador para algunos, incluido Masamba, que en el calor de la conversación afirma que “las oenegés utilizan materiales de mala calidad para que las casas se caigan y así vuelven todos los años”, y lo dice temiendo quedar como un desagradecido. No muerdas la mano que te da de comer pero Masamba parece cansado de que le den de comer, él quiere lanzarse a su mar sin preocupaciones y pescar los atunes a bocados pero sabiendo que deja a su mujer en una casa con ventanas y puerta. Al rato se desanima y parece convencerse de algo. Menciona más de 20 poblados que se han visto afectados al sur de Senegal, todo por las inundaciones que genera la mina de zircón de Niafrang tras eliminar la barrera natural de la costa.
Dijo a continuación algo desalentador, aunque fue impresionante de oír a duras penas sobre el barullo de los transeúntes: “el problema es que los africanos necesitamos ayuda en demasiados lugares y de demasiadas cosas, siempre necesitamos ayuda... que si es una inundación, una guerra, una hambruna, siempre andamos necesitando ayuda”. Añadió que “a la gente le aburren los que siempre andan pidiendo ayuda, como los mendigos” pero que él solo pedía dos cosas: “mantener mi orgullo y sacar peces suficientes para mantener a mi familia”.
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