“Black Lives Matter”
El jurado declara culpable al expolicía Derek Chauvin por la muerte de George Floyd
El ex agente es condenado por unanimidad por el caso de violencia policial que desató en EE UU los mayores disturbios raciales en medio siglo. La sentencia suma hasta 75 años de cárcel
Derek Chauvin, el ex agente de policía acusado de la muerte del afroamericano George Floyd el pasado mes de mayo en Mineápolis, EE UU, ha sido declarado culpable este martes de los tres cargos a los que se enfrentaba.
Los miembros del jurado decidieron de forma unánime que Chauvin es culpable de asesinato involuntario en segundo grado, penado con hasta 40 años de cárcel; de asesinato en tercer grado, con una condena máxima de 25 años; y de homicidio involuntario en segundo grado, que acarrea hasta 10 años de privación de libertad.
La suma de las tres condenas podría resultar en una sentencia de hasta 75 años de prisión. En los próximos días, el juez del histórico caso decidirá cuántos años de cárcel corresponden al policía.
Antes de conocer el veredicto, Estados Unidos cerró los ojos y tomó aire. La condena llegó a las 16:10 hora local de Minneapolis. Fue adoptada por los 12 miembros del jurado después de deliberar durante apenas diez horas. Un plazo no excesivo, dada la abrumadora trascendencia no sólo jurídica, sino también social y política, del caso. Uno que ha mantenido a Estados Unidos en carne viva durante once meses. Quizá el más mediático, y polémico, desde que en 1995 el legendario O.J. Simpson fue juzgado por asesinato. En aquella ocasión el país temía que una posible condena provocase la clase de incidentes traumáticos vividos tres años antes, tras la absolución de los agentes de policía de Los Ángeles juzgados por la detención de Rodney King, cuando Los Ángeles fue pasto de las protestas.
Cuando el jurado zanjó su cita con la historia, Chauvin, vestido con un traje y protegido detrás de una máscara, supo que no había vuelta atrás. Lo han condenado por asesinar a un hombre desarmado, al que a pesar de todas las súplicas de auxilio y los evidentes síntomas de asfixia sometió con su rodilla en la garganta de la víctima durante diez minutos. Diez minutos eternos, combustible ya de la conversación nacional, que estremecieron los fusibles nacionales.
Del veredicto del jurado también dependía el curso político de los próximos días. La Casa Blanca había informado que el presidente, Joe Biden, tenía previsto hablar a la nación, previa llamada a la familia, a la que en las horas previas ya había telefoneado. En declaraciones a la NBC un hermano de George, Philonise, explicó que Biden «solo estaba llamando» y que «sabe lo que es perder a un miembro de la familia y conoce el proceso por el que estamos pasando. Así que sólo nos estaba haciendo saber que estaba rezando por nosotros y que espera que todo saliera bien». Un mensaje humanitario. Unas palabras compasivas. Del tipo que no obligan a grandes contorsiones. Aunque seguramente tampoco satisfagan a los aliados demócratas del sector de la justicia social, empeñados en reclamar cambios estructurales en la Policía, que tachan de racista.
Biden ha vivido estas semanas bajo la atenta presión de quienes reclamaban una toma de postura que fácilmente podría tomarse como una injerencia en el trabajo del poder judicial. Horas antes de conocer la sentencia indicó que rezaba «para que el veredicto sea el correcto. En mi opinión, es abrumador». Zorro viejo, no aclaró si se refería a las pruebas contra Chauvin o al caso en sí.
El gran temor, de nuevo, tenía que ver con la tensión racial. Había una multitud congregada a las puertas del tribunal. Todos sabían saben que una hipotética absolución metería yesca a las calles. La portavoz del Gobierno siempre ha insistido en que la Casa Blanca «dejará que el jurado delibere y esperaremos a que salga el veredicto antes de decir más». No ayudaban poco mensajes como el de la presidente del Senado, Nancy Pelosi, que el lunes escribía que «hoy es un día solemne en el que se presentan los argumentos finales en el juicio por asesinato de George Floyd. Felicito a la familia Floyd por sus dignos llamamientos a la justicia, que se escucharon en todo el mundo. Recemos para que la verdad prevalezca y honre la memoria de Floyd».
Por su parte, el Pentágono había aprobado enviar la Guardia Nacional a varias ciudades, incluida Washington, por si fuera necesario para apoyar a los antidisturbios locales. La revista «Barras y Estrellas», por ejemplo, citó las declaraciones de Chelsi Johnson, portavoz de la Guardia Nacional de DC, que explicó que la capital verá numerosos «cierres de calles en múltiples intersecciones para brindar seguridad en y alrededor de las áreas peatonales». Mientras tanto el portavoz del Pentágono, John Kirby, confirmó el lunes que todo estaba preparado en previsión de disturbios. De unos incidentes que finalmente no llegaron.
Pero cómo olvidar lo sucedido tras la muerte de Floyd, que propició una catarata de protestas en todo el país. Acaso sean los mayores, los más multitudinarios, desde 1968, desde el asesinato del reverendo Martin Luther King Jr. Algunos ciudadanos, entrevistada por los reporteros en el perímetro del tribunal, habían apostado por una condena sin paliativos, no como medicina simbólica sino porque entendían que las pruebas favorables a una condena resultaban abrumadoras. Acertaron los que hablaban de un veredicto inapelable. En esta ocasión el trabajo de la fiscalía fue inapelable. Una labor de demolición que redujo a cenizas las alegaciones de la defensa.
En los oídos de América resuenan las palabras del fiscal, Steve Schleicher, que en sus argumentos finales, este lunes, sostuvo que «George Floyd murió boca abajo en la acera de la calle 38 y Chicago en Minneapolis. Nueve minutos y 29 segundos, nueve minutos y 29 segundos. Durante este tiempo, George Floyd luchó. Desesperado por respirar (...) Pero la fuerza fue demasiada. Estaba atrapado. Atrapado con el pavimento inflexible debajo de él, tan inflexible como los hombres que lo sujetaron».
Como explicaba el «New York Times», las acusaciones contra la Policía, cuestionada por sus usos violentos, crecen sin pausa. Desde que arrancó el juicio, el 29 de marzo, son ya 64 los estadounidenses muertos a manos de la Policía.
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