El 23-M
Israel celebra las cuartas elecciones en dos años con Netanyahu a la cabeza por la exitosa vacunación
El “premier” israelí encabeza las encuestas que le otorgan 30 diputados pero necesitará de sus socios ultraortodoxos y al sionismo religioso para gobernar
Ni el virus que sacudió al mundo revirtió la enquistada rutina en Israel: la convocatoria en bucle de elecciones anticipadas. Este martes 23 se celebrará la cuarta cita electoral en dos años, en un ambiente de apatía, enfado y agotamiento. En los medios digitales hebreos, la pestaña de “elecciones” se tornó en un apartado fijo. Los estrategas políticos se estrujan el cerebro para reciclar aborrecidos eslóganes como “cambio”, “esperanza” o “unidad”, mientras el público está ansioso por reconstruir sus vidas pos pandémicas. Todo va de lo mismo: “Bibi (Netanyahu) sí, o Bibi no”.
A la entrada del pasado Sabbat, los transeúntes abarrotaban el popular mercado de Levinsky, al sur de Tel Aviv. Una joven cantante amenizaba la mañana soleada con potentes ritmos soul, y la gente andaba ya menos preocupada por colocarse adecuadamente la mascarilla o evitar agrupaciones. El sonoro retumbar de las raquetas de matkot (tenis playa) colmaba el litoral, en cuyas arenas no cabía un alfiler.
Israel lidera el índice de vacunación por cápita: de los elegibles para vacunarse, apenas falta inyectar a un millón de personas. De nueve millones de habitantes, la mitad ya recibió ambas dosis. Como resultado, en las últimas semanas se activó la gradual reapertura del país bajo el plan del “pase verde”, que permite a los inmunizados acceder a restaurantes, museos, gimnasios o eventos culturales. Esta vez, sin el pánico de volver a empeorar: el porcentaje de test positivos de ayer fue tan solo de un 1,9%, y la cifra de enfermos críticos sigue en descenso.
Likud: “Vuelta a la vida”
“Vuelta a la vida”, reza el eslogan de campaña del Likud con un sonriente retrato del premier Benjamín Netanyahu. La semana pasada, el CEO de Pfizer, Albert Bourla, reconoció estar “francamente impresionado con la obsesión de vuestro primer ministro”. Persuadió a la farmacéutica que Israel –territorio pequeño, con robusto sistema sanitario y eficaz acceso al historial de los pacientes-, era el campo de pruebas ideal para testear las vacunas. “Me llamó hasta en 30 ocasiones”, reconoció.
En su habitual mensaje semanal en redes, “Bibi” añadió otro ítem: “dicen que era obsesivo con las vacunas, y es cierto. Pero debo añadir que también soy obsesivo con nuestra economía. Lamentablemente, no pude ejecutar mis planes por el acuerdo de rotación”.
Fracaso del gobierno de unidad
El “gobierno de unidad” formado tras los terceros comicios (marzo de 2020) junto al ex jefe del ejército Benny Gantz, que fue nombrado “primer ministro alterno”, establecía que éste asumiera el cargo el próximo noviembre. Pero el funcionamiento del ejecutivo estuvo marcada por la bronca y la desconfianza. A fin de año se dinamitó la coalición, tras las reiteradas acusaciones de Netanyahu a sus socios de Azul y Blanco de no querer aprobar los presupuestos estatales.
La “coalición de los generales” de Gantz quedó hecha añicos. Sus diputados han huido en estampida, y sus electores –que le llegaron a impulsar a la victoria en la segunda vuelta-, no le perdonan la “traición” de su promesa esencial: las cuentas le cuadraban para formar un bloque alternativo, con el apoyo externo de la Lista Árabe Unificada. Ahora, el ex general, hundido en los sondeos, está sudando la gota gorda para intentar sobrepasar el porcentaje de voto mínimo.
Mientras se suceden elecciones, híper infladas coaliciones y ejecutivos de transición, sigue en marcha el proceso judicial que inculpa a Netanyahu en tres causas por soborno, fraude y abuso de confianza, con el runrún sobre la voluntad del premier de afianzarse en el poder para impulsar una ley que le otorgue inmunidad judicial. Sin olvidar el cataclismo económico: a finales de enero, la tasa de desempleo era de un 19,1% (más de 800.000 personas), cuando antes del coronavirus se mantenía estable en torno al 4%.
El “rey Bibi” en cabeza
En el amplio menú de candidatos que se alzan como garante para reemplazar al líder del Likud, ninguno logra aglutinar el empuje que tuvo Gantz. Frente a un Netanyahu que mantiene su habitual solidez en las encuestas –en torno a los 30 escaños en una Knesset de 120-, quien se le aproxima de lejos en segundo lugar (19) es el centrista Yair Lapid, líder de Yesh Atid. Pero el bloque de centroizquierda, con un reavivado Avodá (laborismo) de la mano de la nueva líder Merav Michaeli, sigue renqueante. La amalgama se amplía con otros dos aspirantes derechistas, Naftali Bennet (Yamina) y Gideon Sa’ar (Tikvá Jadashá), que con apenas diez escaños cada uno se autoproclaman aspirantes a premier.
Ideológicamente más a la derecha que el propio Netanyahu (Sa’ar se escindió del Likud tras perder las primarias internas, y Bennet fue estrecho colaborador y ministro de Netanyahu), conformar un bloque alternativo parece una quimera, ya que deberían aunar fuerzas hasta con la izquierda pacifista de Meretz, si logra entrar al parlamento.
Los socios de gobierno
Ahora, Netanyahu no tiene un rival directo a batir, a quien calumniar con acusaciones como “los iraníes espían su Smartphone”, o los gigantescos carteles que retrataban a Gantz junto al parlamentario árabe Ayman Odeh, acusándolo de querer gobernar con “quienes apoyan el terror”.
El bloque leal a Netanyahu, que no llegaría a la necesaria cifra de 61 asientos, incluye a las dos facciones ultraortodoxas y a la extrema derecha de “Sionismo Religioso”. En sus filas concurre el supremacista Itamar Ben Gvir, en cuyo hogar colgaba un retrato en honor a Baruch Goldstein, el extremista judío que mató a 29 palestinos en Hebrón (1994). Lapid, cuyo lema gira entorno a devolver la “cordura” al estado judío, acusó al premier de querer levantar “un gobierno religioso extremista, con gente que odia a las mujeres, homosexuales y minorías. Que arrasará el sistema judicial, empeorará los vínculos con EE UU e impulsará a nuestros hijos a huir de aquí”.
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