Golpe de Estado
El pueblo birmano desafía a la Junta Militar y a la ley marcial
La ONU tacha de “inaceptable” la actuación de la Policía contra manifestantes tras las informaciones de “numerosos” heridos
Desde el golpe de Estado que la semana pasada perpetró el Ejército en Birmania, la tensión acumulada en las calles de esta nación asiática ya ha mostrado sus consecuencias. Este martes al menos seis manifestantes resultaron heridos en un tiroteo policial en la capital del país, con dos de ellos en estado crítico. Unos hechos que sucedieron después de que los antigolpistas salieran a protestar desafiando a la Junta Militar, que había advertido que utilizaría la fuerza si no se cumplía con sus recomendaciones.
Los disparos de hoy, en los que al parecer se empleó munición real, pusieron de manifiesto que por fin ha llegado la sangre al río y pintaron un escenario con un futuro incierto. Por un lado, se encuentra un Ejército que durante cincuenta años reprimió a su pueblo con dureza. Por otro, unos ciudadanos que no parecen querer dar su brazo a torcer tras haber saboreado las mieles del camino hacia la democracia.
Y en medio de todo esto una mujer herida en la cabeza debatiéndose entre la vida y la muerte. “Está en la unidad de emergencia, pero es cien por cien seguro que la lesión es mortal ... Según los rayos X, es una bala real”, declaró un médico que prefirió mantener el anonimato a la agencia Reuters. Según apuntan los analistas, su desenlace podría ser la llama final que prenda la mecha del conflicto entre la sociedad civil y los militares.
Hoy por cuarta jornada consecutiva, miles de ciudadanos desafiaron la ley marcial impuesta por los militares el día anterior en algunas localidades y se manifestaron por todo Birmania. Unas protestas en las que los disparos al aire, las pelotas de goma, los gases lacrimógenos y los cañones de agua conformaron una estampa que quedó plasmada en unas redes sociales semibloquedas por los uniformados.
Las imágenes del día mostraban los disturbios más graves vividos en la nación asiática desde que comenzara su andadura democrática en el año 2011. Al grito de “No queremos una dictadura” y exigiendo la liberación de la líder de facto, Aung San Suu Kyi, detenida tras la asonada, los ciudadanos recorrieron las calles portando pancartas y levantando el brazo mostrando tres dedos que pedían el regreso a la senda democrática. El gesto, que se inspira del filme “Los Juegos del Hambre”, se ha convertido en un símbolo de protesta con el que mostrar su rechazo a los militares.
Si en Mandalay fueron detenidos 27 manifestantes, entre los que se encontraba un periodista, y al menos dos manifestantes resultaron heridos, en la ciudad central de Bago la multitud esquivaba los cañones de agua disparados por la policía. El canal de televisión militar Myawaddy informó de que cuatro policías resultaron heridos y algunos vehículos policiales dañados en dicha ciudad debido a los “ataques violentos de manifestantes destructivos”, pero de lo acontecido en la capital ni una palabra. Mientras, en Rangún, donde se habían impuesto restricciones a las reuniones de más de cinco personas, el gobierno desplegó tropas camufladas por unas calles que se inundaron de manifestantes.
“Hago un llamamiento a las Fuerzas de Seguridad para que respeten los derechos humanos y las libertades fundamentales, incluido el derecho de reunión pacífica y la libertad de expresión”, dijo Ola Almgren, coordinador humanitario de Naciones Unidas en Myanmar. “El uso de fuerza desproporcionada contra los manifestantes es inaceptable”, agregó tras indicar que numerosos manifestantes habían resultado heridos a manos de las fuerzas de seguridad a lo largo del martes.
El lunes de la semana pasada el Ejército justificó su asonada al tachar de fraudulentas las elecciones de noviembre en las que el partido de Suu Kyi, la Liga Nacional por la Democracia (LND), venció con una arrolladora mayoría del 83%. Aquel mismo día detuvieron a cientos de políticos y activistas aliados de la premio Nobel y, días más tarde, cortaban internet y bloqueaban algunas redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram.
Con este escenario el futuro no pinta muy halagüeño para los manifestantes. La última vez que el ejército de Myanmar desestimó los resultados de una elección fue en 1990, lo que aisló al país durante 25 años. Ahora “su acción les obliga a elegir entre un aislamiento renovado o el respeto de la voluntad democrática del pueblo de Myanmar”, apunta Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch.
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