THE ECONOMIST

El mundo no debe aceptar el encarcelamiento de Alexei Navalni

Se necesita valor para exponer la corrupción del régimen de Vladimir Putin

El opositor ruso Alexéi Navalni esposado en una comisaría en las afueras de Moscú
El opositor ruso Alexéi Navalni esposado en una comisaría en las afueras de MoscúSERGEI ILNITSKYAgencia EFE

En una democracia, la batalla por el poder implica elecciones, peleas mediáticas y alguna que otra puñalada metafórica por la espalda. En Rusia es literalmente una cuestión de vida o muerte. Oponerse al presidente Vladimir Putin requiere no solo carisma y una visión clara, sino también resistencia física y coraje. Alexei Navalni posee estas cualidades en abundancia.

El Kremlin se ha esforzado por neutralizarlo. Los fiscales han presentado una serie de cargos criminales inventados en su contra. Los propagandistas estatales los han amplificado y han agregado calumnias imaginarias a la mezcla. El año pasado, los servicios de seguridad de Rusia le colocaron un agente nervioso en un intento fallido de asesinarlo. Sin duda, Putin esperaba que, después de todo esto, Navalni tuviera miedo y optara por el exilio permanente. En cambio, el 17 de enero, cinco meses después de caer en coma y ser evacuado a Alemania en camilla, Navalni embarcó en una aerolínea de bajo coste llamada Pobeda (Victoria) y voló de regreso a Moscú.

Lo detuvieron en la frontera, lo llevaron a una comisaría y lo juzgaron allí sobre la marcha. El cargo fue violación de la libertad condicional: mientras se encontraba en un hospital alemán, no pudo presentarse en una comisaría en Rusia. Fue declarado culpable, por supuesto, y condenado a 30 días de prisión. Espera un segundo juicio programado para el 2 de febrero que podría suponer cárcel durante tres años y medio y posiblemente mucho más.

Sin embargo, todavía atormenta a su verdugo. El 19 de enero lanzó una película de dos horas sobre el palacio secreto de mil millones de dólares de Putin en el Mar Negro, ubicado en una finca 39 veces más grande que Mónaco, con una pista de hockey subterránea, un casino y una sala de narguile y barra de baile de terciopelo rojo. Esto se compró con “el mayor soborno de la historia”, afirmó el equipo de Navalni. (El Kremlin niega que el palacio pertenezca a Putin). En menos de un día, el video había acumulado 20 millones de visitas en YouTube.

La condena de Navalni ha hundido a Rusia en una nueva anarquía. En la sala donde fue juzgado, incluso había una foto en la pared del jefe de la policía secreta de Stalin. La violencia desatada por el Kremlin sobre sus oponentes es una amenaza no solo para Navalni, sino también para los todos los rusos. Una cleptocracia y un régimen represivo no pueden dar marcha atrás y necesitan más leña para mantenerse en el poder. Lo que suceda a continuación depende en gran medida de cómo respondan la población y la élite. Una protesta nacional convocada por el Navalni el 23 de enero, antes de su nuevo juicio, será un examen crucial.

Una Rusia sin ley también es una amenaza para el mundo exterior. La represión interna suele ir acompañada de agresión en el extranjero, como Putin ha demostrado repetidamente. Su arresto de Navalni, quien fue tratado como invitado personal de Angela Merkel mientras estaba en Alemania, es una bofetada para la canciller alemán y para Occidente. También presenta un desafío para la administración entrante del presidente Joe Biden, quien, a diferencia de su predecesor, ve a la Rusia de Putin como una de las mayores amenazas para la seguridad estadounidense. El asesor entrante de seguridad nacional de Biden, Jake Sullivan, estableció el tono correcto al emitir por escrito una mordaz demanda de la liberación de Navalni pocas horas después de su arresto. Pero las palabras no bastan. Biden debería liderar una coalición para lidiar con la corrupción de Rusia y quienes lo consienten en Occidente. Debería imponer sanciones personales no solo a los cómplices de Putin y a los responsables del envenenamiento y encarcelamiento de Navalni, sino también al número mucho mayor de funcionarios y políticos corruptos que han lavado o gastado su riqueza ilícita en Occidente en las últimas dos décadas de gobierno de Putin. Navalni está arriesgando su libertad y su vida para hacer frente a un régimen brutal y corrupto. Puede que Putin controle un ejército, los servicios de seguridad y un arsenal nuclear. Pero todavía le teme a la verdad. El coraje de Navalni ha captado la atención del mundo y ha puesto al Kremlin a la defensiva. Se merece apoyo. Lo que suceda con él no solo le importa a Rusia, un país vasto y talentoso secuestrado por codiciosos ex espías, sino al mundo.

© 2021 The Economist Newspaper Limited. Todos los derechos están reservados. Desde The Economist, traducido por France Philippart de Foy bajo licencia. El artículo original en inglés puede encontrarse en www.economist.com