País Vasco

ETA vuelve al cine

El novel Gorka Merchán presentó ayer «La casa de mi padre», una película sobre el terrorismo, la kale borroka y la difícil convivencia en el País Vasco que, además, dice el director, supone «un alegato contra la violencia».

Juan José Ballesta, en la imagen, encabeza el casting junto a Carmelo Gómez, Emma Suárez, Verónica Echegui y Álex Angulo
Juan José Ballesta, en la imagen, encabeza el casting junto a Carmelo Gómez, Emma Suárez, Verónica Echegui y Álex Angulolarazon

Cada vez que el cine español se ha asomado al terrorismo la polémica ha acabado apareciendo es escena. Así ocurrió la última vez con «Tiro en la cabeza», la cinta de Jaime Rosales sobre el atentado de Capbreton. A la sombra de aquel filme, se proyectó durante el pasado Festival de San Sebastián, en la sección dedicada al cine vasco, otra película con una perspectiva bastante diferente: «La casa de mi padre». Esta metáfora de la espinosa situación del País Vasco esbozada por el debutante Gorka Merchán –que creció como cineasta en las colas del certamen donostiarra– llega el viernes a las salas con una filosofía que resume su «slogan» promocional: «La mejor forma de defender "la casa del padre"es permitir que sea la de todos, sin que nadie tenga derechos por encima de los demás». Merchán ha querido dar voz en su guión a todos: desde el político amenazado y exiliado en Argentina que vuelve a su tierra (interpretado por Carmelo Gómez, que ya protagonizó «Días contados», la aproximación al tema de ETA que hizo Imanol Uribe en 1994) al joven militante de la «kale borroka» (que encarna Juan José Ballesta). La habilidad del guión es hacerles coincidir a ambos en la misma familia, junto a otros personajes que ocupan el centro del espectro sociológico, desde aquellos que intentan allanar la convivencia a los que prefieren guardar silencio mirando hacia otro lado, interpretados por Verónica Echegui, Emma Suárez y Álex Angulo, entre otros. Un reparto de lujo para una primera experiencia que el realizador valora como un signo de compromiso por parte de estos intérpretes: «No es lo mismo protagonizar esta película que una comedia sin trascendencia, es necesario tomar posición. He tratado que los actores estuvieran de acuerdo con la perspectiva que defendemos para que la interpretación fuera más real». La mirada del otroEsta postura supone acabar con la intransigencia y ser capaz de escucharse: «Gran parte de este conflicto consiste en no verse reflejado en el otro», explica el director. Eso sí, las buenas intenciones se estampan en la cinta, como sucede también en la realidad, contra el cañón de una pistola: «El filme es un alegato contra la violencia. Después de treinta años, ése es un camino que no ha llevado a ningún sitio», explica Merchán. Por eso mismo su cámara evita cualquier plano de agresión explícita: «Lo hicimos por respeto a todas las víctimas. Desgraciadamente, este guión es el presente de mucha gente amenazada que vive con escolta».Romper el silencioDurante el largo proceso de preproducción, el realizador percibió en los ciudadanos del País Vasco ansias de ver reflejado el tema en la pantalla y cierto agradecimiento por ocuparse de esta trágica situación que ha estado ausente de nuestras salas durante tiempo o ha tenido ejemplos que pecaban de ambigüedad: «Estuve cinco años hablando con políticos, con personas afectadas y en general con gente que me pudiera hablar en primera persona del problema», prosigue Merchán. Durante este tiempo, y con toda su experiencia vital al haber nacido allí, ha percibido que «es la sociedad quien debe dar el paso, ya que los políticos han enfocado mal el problema hasta ahora». Está a la expectativa, aunque considera que aún es prematuro saber si el rumbo político de la cuestión cambiará con el vuelco electoral del pasado mes de marzo que ha posibilitado la alianza de Gobierno entre el PSOE y el PP en la región. Cinéfilo voraz, el joven realizador asegura que ve más de una película al día y que ha revisado toda la filmografía sobre el País Vasco. Menciona «Todos estamos invitados», una de las últimas experiencias, realizada por Gutiérrez Aragón, y también valora positivamente «Ander y Yul» (1988), Goya a la mejor dirección novel a Ana Díez.