Londres
50 km marcha / El matahombres no puede con Kirdyapkin
Londres- «Únete a los que caminan con lágrimas en los ojos», sugiere Paulo Coelho. Seremos multitud en torno a Benjamín Sánchez, 27 años, atleta. Quincuagésimo en los 50 kilómetros marcha. Llegó 38 minutos y 41 segundos después que Sergey Kirdyapkin, campeón y récord olímpico, 3h35:59. Faltaban cinco kilómetros cuando las cámaras de la BBC empezaron a fijarse en Benjamín Sánchez. Presentían el drama. Apretaba el sol, el público abarrotaba el circuito, en el centro de Londres, un escenario maravilloso para cubrir de celofán la miseria humana; los huecos entre los marchadores eran kilométricos. Eslabones rotos entre los que apretaban o aflojaban el paso, unos, extasiados por el triunfo cercano, o reventados, deshidratados, enfermos, pero de pie, otros. El ruso Kirdyapkin entró primero, sonriente, aún enérgico, como si a los vencedores no les atacara la fatiga o no les subiera el ácido láctico. El australiano Tallent, segundo (3h36:53), celebraba la plata, y al chino Si (3h 37:16) aún le costaba alegrarse por el bronce. Estaba más cansado; pero, aparentemente, menos o mucho menos que la hilera de cadáveres andantes, caminantes o marchadores que llegaba por detrás.
Jesús Ángel García Bragado, madrileño, 42 años, sextos Juegos, décimo en Barcelona'92, abandono en Atlanta'96, quinto en Atenas'04, cuarto o quizá tercero en Pekín'08 y vigésimo en Londres'12, a 12:33 del ruso. Al comprobar que desde la partida un grupo impuso un ritmo que no estaba en sus coordenadas, pensó. Tenía que combatir los dolores de espalda, el menor de los problemas; la temperatura era elevada, en torno a 25 grados, y la velocidad de los más atrevidos haría una escabechina entre quienes no supieran controlarse. Jesús quería terminar, de acuerdo a sus biorritmos, a las señales que el cuerpo le enviaba, y adelantar rivales incautos por el camino.
García Bragado hizo su carrera; Mikel Odriozola, donostiarra, 35 años, 42º, a 26:49, la suya y como pudo. Utilizó su experiencia para no agotarse precipitadamente; él, que fue decimotercero en Pekín, tampoco se cebó, ni resistió el envite de los triunfadores. En cuanto a Benjamín Sánchez, murciano, 27 años, lo que le ocurrió fue ajeno a su voluntad. Durante los últimos kilómetros no marchaba, andaba y el público le jaleaba, le alentaba para con sus ánimos acercarle a la meta. Estaba desfondado, posiblemente enfermo, y el trayecto se le hacía aún más largo, porque en el circuito se encontraba con quienes ya estaban acabando. Un suplicio más, otro bloque de hormigón colgado del cuello.
Si el maratón es una heroicidad, los 50 kilómetros marcha son una burrada. Los atletas llegaban tan rendidos a la meta que se hubiesen abrazado a un cactus. No había voluntarios suficientes para recoger tanto despojo humano. Algunos celebraban que habían terminado, incluso a media hora del ruso volador. Mas, una vez que la alfombra amarilla se acababa y que el objetivo estaba cumplido, se balanceaban, caían agotados como guiñapos, empapados, deshidratados, acalambrados y con vómitos. Llegaban haciendo eses, incapaces de mantener la línea recta, o llorando, como Benjamín Sánchez, que anduvo, pies a rastras, cuando dejó de marchar.
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