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Mérida desentierra el rencor histórico con «Antígona»

Si Blanca Portillo quería lanzar una declaración de principios en su primer año como directora del Festival de Mérida, no ha podido hacerlo de manera más clara.

Un soldado nacional maltrata al personaje del miliciano Matías, interpretado por Esteban G. Ballesteros
Un soldado nacional maltrata al personaje del miliciano Matías, interpretado por Esteban G. Ballesteroslarazon

Desde luego, «Antígona de Mérida», el montaje con el que, tras el acto de inauguración del jueves, arrancó al día siguiente la programación del certamen extremeño, dedicado en teoría al teatro grecolatino, es el espectáculo más político visto en muchos años en el Teatro Romano. El texto, encargo del Festival al dramaturgo extremeño Miguel Murillo, jibariza la «Antígona» de Sófocles, de la que apenas bebe en unas cuantas líneas y a la que emplea como mera plataforma para establecer un ajuste de cuentas con el capítulo más doloroso de la historia española: la Guerra Civil.


Detenidos en el Teatro
Desde su arranque hasta el final, el público del estreno asistió a una revisión sin distancia alguna de los hechos que se vivieron en Mérida al comienzo de la contienda, cuando, en 1936, el mismo Teatro Romano en el que se representaba la función fue usado como campo de detención y represión. Hasta allí, entre las piedras milenarias, vemos llegar a los detenidos subidos a un carro, entre ellos civiles y combatientes, en esta metaficción dirigida por Helena Pimenta, futura directora, a partir de octubre, de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Y allí, con ráfagas de ejecución como banda sonora, los soldados nacionales, bravucones y abusando de su posición de dominio, los vejan, los insultan y se ríen de su desgracia. Allí, un flemático capitán de los regulares nacionales –interpretado con gran acierto por Helio Pedregal, que aporta su solidez habitual a un personaje menos interesante de lo que merece–, tras hacer una entrada espectacular en un corcel blanco, demuestra a lo largo de la obra ser un canalla, algo más educado y una pizca más dialogante que su tropa, pero inculto y cruel al cabo. Allí, inocentes actores que ensayan «Antígona» y figurantes ciegos que añoran tiempos de gloria con Margarita Xirgu y Cipriano Rivas Cherif, cuando Azaña fue espectador de lujo en ese mismo escenario unos años antes, cultivan la nostalgia. Allí, maestros locales retirados de altos ideales sufrirán la brutalidad de los vencedores. De «Antígona» apenas se escuchan trazos, restos troceados que justifican la presencia en el certamen de un montaje que se vendía como un canto «a la esperanza del ser humano», pero que parece querer reabrir o mantener abiertas viejas heridas y rencores.

La Antígona de este viaje al pasado típica del «octenio» –si llega– de Zapatero, lleva el rostro de la cantante Bebe. Quiere, como la heroína de las libertades civiles griega, enterrar dignamente a su hermano caído, un miliciano en este caso. La directora del certamen lo explicó en su presentación en Madrid: «La gente que está preocupadísima con recuperar los cuerpos de sus familiares no lo hace como una cuestión política», aseguró. «Antígona no pretende vengarse, tan sólo recoger el cuerpo de sus familiares y darles sepultura», prosiguió la actriz y directora. En cualquier caso, Portillo fue clara: «Que exista una Ley de Memoria Histórica es necesario, no me cabe duda». Y subrayó: «Estoy de acuerdo con la Memoria Histórica: lo digo como Blanca Portillo, ciudadana».


Lecciones de Sófocles
Pero Murillo parece olvidar que, en Sófocles, los hermanos son dos, Etéocles y Polinices, y que, pese a que el segundo –al que prohiben enterrar– se había levantado contra su ciudad, ambos se han dado muerte entre sí en un delirio fraticida que culminaba la maldición de la casa de los Labdácidas. La decidida sobrina del rey Creonte desafía su prohibición de dar entierro al traidor, pero guarda igual respeto a ambos hermanos: los dos merecen un funeral según los ritos para poder descansar en la otra vida. Sófocles no hace política, ni se dedica a cuestionar a unos u otros, sino que expresa la más elevada cuestión, cuyo eco llega a nuestros días sin resolverse: la contraposición entre la obediencia a una ley humana y el respeto a leyes no escritas superiores, divinas en el caso de Antígona, pero que podrían ser éticas o humanitarias en otros contextos. Cuestiones ausentes casi por completo en esta producción.

Eso sí, se trata de un cuidado montaje. Helena Pimenta interpreta con acierto el papel de timonel de la máquina del tiempo, llevando al respetable a los años 40, al dolor y a la suciedad, a los carromatos, los fusiles y los uniformes, y sabe hacer trabajar a su reparto con fluidez y acierto. El problema es previo: Sófocles queda sepultado por un alud de lugares comunes que explotan ante los ojos sin dejar que el espectador busque por sí solo los paralelismos y lecciones que se podrían extraer del texto. Aquí está todo mascado, pensado de antemano para que no haga falta esforzarse: entre banderas tricolor y silbidos de la «Internacional», los milicianos y ciudadanos inocentes detenidos son el teatro, la cultura, la inquietud; el falangista y el capitán son el pasodoble, el embrutecimiento y la mezquindad. «Yo prefiero espectaculos... coño, con más acción: los toros, el boxeo, la lucha libre», brama el militarote.

No es de extrañar, ante este panorama de exaltación republicana, que no se dejaran ver en el estreno las autoridades del PP que acudieron el viernes a la capital extremeña para la toma de posesión del nuevo presidente autonómico, el popular José Antonio Monago, pocas horas antes y a dos pasos del Teatro Romano, en el Museo Nacional de Arte Romano. Ni el presidente y candidato popular, Mariano Rajoy, ni la presidenta de la Junta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, presentes en el acto de las 18:00, se dejaron ver por la noche.

El flamante alcalde emeritense, Pedro Acedo, reelegido después de un paréntesis socialista de cuatro años en el consistorio, aplaudía con desgana –la educación obliga–, y aunque a la caída del telón, metafórico en Mérida, el público se puso en pie, incluidas autoridades como el director del Inaem, Félix Palomero, los representantes populares optaron por aplaudir desde el asiento. LA RAZÓN pudo hablar con el alcalde, quien, de forma discreta, con ánimo de no perjudicar al certamen (que depende del Ministerio de Cultura, pero también de la Junta, la Diputación y el Ayuntamiento), prefirió no hacer declaraciones, más allá de señalar que «los actores habían estado muy bien» y plantear una reflexión: «¿Se podrían hacer también otro tipo de obras, no?». Una buena pregunta para la dirección de la cita estival. Cabe esperar a ver qué caminos sigue en el futuro.


Bebe, madera de heroína
Entre tantas cruces, la noche tuvo algunas que otras caras. Muy llamativo fue el trabajo entregado y vital de la cantante Bebe, cada vez más actriz. Su Antígona, elegida en parte por sus raíces extremeñas, no fue una mala elección y promete una buena carrera en la interpretación. Junto a ella, y dentro de un reparto en líneas generales acertado, destacaron ese cómico estupendo llamado Pepe Viyuela, como el figurante ciego Prudencio, y una acertada Ismene, a cargo de Pepa Gracia.