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Bradbury

La Razón
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Ray Bradbury es el autor, muy conocido, de la novela «Fahrenheit 451» y la recopilación de relatos «Crónicas marcianas». En ésta se habla de los errores que los hombres cometen cuando creen descubrir algo nuevo, y en la primera se describe una sociedad en la que el gobierno nos impide leer, porque leer conduce a la desdicha. Se suele decir que son obras maestras de la ciencia ficción, pero su autor siempre ha insistido en que lo que él escribe no es ciencia ficción, sino realidad imaginada, exploración de la vida que nos rodea. Para él la lectura es la clave de la civilización. Sin leer y sin escribir no podemos pensar. Si no escribimos, las ideas permanecerán dispersas. Tampoco podremos comprobar lo pánfilos que fuimos (siempre). Sin papel, sin rastro escrito, poco podemos progresar. Con estas ideas, no extrañará a nadie que Ray Bradbury, que acaba de cumplir 90 años, y al que se está homenajeando estos días en Los Ángeles, donde vive, sea lo que los norteamericanos llaman un conservador. Aquí, más descarnadamente, diríamos que es un hombre de derechas. De joven era un demócrata de su tiempo, de los que llevaban muy mal que se identificara el partido de sus amores con la izquierda, la subversión y el comunismo. Como es lógico, y como les ocurrió a tantos otros norteamericanos en los años siguientes, la desastrosa gestión de la guerra de Vietnam por Johnson le llevó a votar al Partido Republicano. Aunque se declara independiente, no ha dejado de hacerlo desde entonces. Lo que vino después, efectivamente, fue aún peor, y es que los demócratas, en contra de la tradición norteamericana, se proclamaron el partido oficial de la subversión… desde el gobierno: cada vez más impuestos, una administración monstruosa, intervencionismo, ideología y buena conciencia. Como era de esperar con este historial, a Bradbury le saca de quicio Obama y anda preconizando, a sus 90 años, una revolución. «Tenemos que recordar –dice– que el gobierno debería ser gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». La democracia, para el gran Bradbury, se opone a la subversión. De hecho, debería ser el instrumento para evitarla.