Galicia
Mi casa es mi colegio
Entre 600 y 1.000 familias españolas quieren educar a sus hijos en casa frente a la incomprensión del resto de la población. Es una situación alegal, aceptada en EE UU.
Ketty Sánchez, de 43 años, y Michael Branson, de 45, están casados, viven en Irún (Guipúzcoa) y educan a sus cuatro hijos en casa. Ella es vasca y profesora de instituto; él, norteamericano, teólogo y tutor de inglés. Los menores, Ester, Iván, Raquel y Mike, de entre 9 y 15 años, hablan español, euskera, inglés y francés, tocan todos el piano (y cada uno un instrumento más), van a un taller de arte y son muy sociables, explica la madre. El problema es que aprender en el propio domicilio es una práctica no regulada en España. Ketty y Michael, como otras familias, acabaron ante un juez.
La Fiscalía archivó el caso en julio de 2008 y ellos, encantados, han seguido adelante con esta forma de enseñar «individualizada y efectiva» que encaja con su estilo de vida y «beneficia en todos los sentidos» a los pequeños, remarca Sánchez. Entre 600 y 1.000 familias españolas intentan optimizar el aprendizaje de sus hijos. Algunas lo consiguen; otras, no. La educación en España es obligatoria, pero ¿y si esta se garantiza en la residencia familiar? En EE UU, Gran Bretaña o Francia es aceptado. Casi dos millones de niños norteamericanos aprenden de la mano de sus padres o tutores.
En España, sin embargo, levanta suspicacias. Se relaciona con excentricidad o esnobismo. Y la ley ni castiga ni facilita. «No tiene sentido decir que está prohibido si nosotros somos una prueba de que sí se puede educar en casa», afirma Sánchez. «Es una situación alegal, que no está ni reconocida ni prohibida. La Administración o los servicios sociales a veces no saben qué hacer», añade. Por otro lado, muchas familias se muestran partidarias del sistema pero no dan el paso porque no cuentan con el tiempo, la preparación ni la holgura económica suficiente.
No ir como Hannah Montana
Los motivos para optar por esta práctica varían desde el deseo de proporcionar atención exclusiva a los menores hasta el de apartarles de teorías liberales sobre la evolución o la sexualidad, en los casos (pocos) de radicalismo religioso. En un blog sobre el asunto, en Florida, un anónimo, escribía: «Es ridículo que mi hija crea en las palabras de la Biblia de forma literal, pero al menos no vestirá como Hannah Montana».
Deidre Robinson, de Lincoln, Massachusetts, EE UU, lleva cinco años con la clase instalada en el salón. Entre ella y su marido enseñan a sus dos hijos, Ariana, de 14 años, y Max, de 13. «No sólo son buenos deportistas, también hablan idiomas, incluso chino mandarín, y han viajado por medio mundo con nosotros». La estadounidense sintetiza las ventajas del «Home Schooling» (educación en el hogar). «Mis hijos no se relacionan con un mismo conjunto de niños, del mismo barrio, escuela y clase social sino con un grupo mucho más extenso y variado. Nunca tendrán la obsesión de encajar ni sufrirán acoso», subraya.
A veces ocurre. Una experiencia dramática fue la causante de que Augustin Hanson, un niño norteamericano de cinco años, rogara a sus padres no ir a la escuela. Los progenitores, Mathew Hanson, de Wisconsin, y Sophie Peris, francesa y española, acudieron al psicólogo, que les ofreció tres opciones: llevarle a clase a riesgo de que fuera emocionalmente a peor; trasladarle a un centro privado con menos alumnos por aula o enseñarle ellos en casa. Eligieron la última. El pasado diciembre, Augustin, que ya cumplió ocho, pidió volver al cole. Y así fue. «La ansiedad había desaparecido, tiene amigos y está entre los cinco mejores de la clase», explica el padre, escritor y doctor en Educación por Harvard.
La cifra de «profesores de la familia» sigue subiendo. Lo mismo ocurre en Francia, donde los inspectores acuden a los domicilios para comprobar el progreso de los menores, o en Inglaterra, donde el Gobierno ayuda a las familias económicamente. Los expertos coinciden en que, cuando los pequeños deciden reincorporarse a las aulas, el nivel de conocimientos es igual o superior al resto de compañeros. Solo hay una sombra: los posibles problemas de socialización.
¿Hay ventajas o desventajas en este sistema? Los expertos no se ponen de acuerdo. El padre de Augustin no tiene duda. «Mi hijo ha desarrollado un conocimiento de sí mismo (self-concept) muy completo», reflexiona. Para el doctor, el motivo por el que no triunfa en otros países es la falta de interés político. Incluso va más allá. «Hay todo un «lobby» que se sustenta en la educación pública y reporta beneficios económicos», dice.
El profesor de Economía de la Universidad de Nueva York, Clive Belfield, critica que «cada vez es más cara la educación privada». El autor del estudio «Home Schooling» en Estados Unidos señala que casi un 2% de los niños americanos reciben educación en sus hogares. «El número crece cada año porque es flexible: se puede hacer un semestre, un año, una sola asignatura». Belfield considera que «el colegio no es ideal para todos los niños» pero no dispone de «pruebas definitivas sobre los beneficios educacionales que reporta». Lamenta, además, la «posible exclusión social de las familias de una de las pocas instituciones sociales universales: la escuela».
El Constitucional, en contra
La Asociación para la Libre Educación (ALE) congrega a más de 250 socios en España. También destaca la Coordinadora Catalana. Ketty Sánchez cuenta que muchos fines de semana salen en grupo las familias «homeschooling». «Vienen de Burgos, San Sebastián... el próximo día vamos todos a ver cómo se hace un periódico al "Diario Vasco"». Tampoco son radicales. La hija mayor de Ketty pidió a sus padres este año que la llevaran al colegio. Accedieron. Era 4º de la ESO. «Al mes y medio, suplicó que la sacáramos. No le gustó», sostiene la madre.
Pero la dificultad de la educación libre en nuestro país es evidente. Bien la conocen dos matrimonios residentes en Coín (Málaga). Tras siete años de lucha burocrática, el Constitucional dio la razón al juzgado que las obligó a escolarizar a sus hijos. Se trata así de evitar posibles abusos (padres que hacen trabajar a sus hijos, por ejemplo, en vez de llevarlos a la escuela) o la vulneración del derecho fundamental a la Educación.
Las dos parejas habían probado el estilo americano porque la escuela del pueblo no les satisfacía. Pero para el TC «la exclusión del sistema oficial puede generar a los menores serios problemas en su desarrollo futuro, tanto en el ámbito académico –sirva de ejemplo las dificultades para el acceso a la Universidad–, como social y de integración con otros niños de su edad». Los afectados se rebelan.
Aseguran que la enseñanza del colegio público era «realmente horrible». Aún así, tuvieron que matricular a sus dos hijos, ahora de 17 y 20 años. «Aquí la escuela está para ocupar no para educar», reprochan. La tendencia, sin embargo, ha ido cambiando. Desde el rechazo de Coín, la Fiscalía ha archivado cuatro casos, dos en País Vasco, uno en Navarra, y el último, esta semana, en Galicia.
Peor lo tuvo el matrimonio Dudek, de Hessen, Alemania, país en el que la práctica está prohibida por ley desde el nazismo. El juez los condenó a tres meses de cárcel y una multa de 1.000 euros por insistir en enseñar a los hijos en el domicilio. Ellos querían garantizar el éxito de sus creencias. En Alemania, entre 800 y 1.000 menores no acuden a la escuela.
El año pasado, la prensa europea dedicó decenas de páginas al caso Romeike, un matrimonio alemán que recibió asilo por parte de Estados Unidos. Otros intentos de burlar la ley consisten en fingir que se vive en el extranjero y la más radical: esconder a los hijos. María Eugenia Gómez, profesora de la facultad de Educación de la Complutense, insiste en los problemas relacionales: «Los alumnos alcanzan parte de su identidad y autonomía gracias al enfrentamiento (en el sentido positivo) con compañeros de su edad. El mundo de los adultos, a veces, les resulta ajeno a cuestiones que ellos viven». En cualquier caso, las asociaciones exigen el derecho a elegir.
Así son los «home schooling»
Carlos Cavo, catedrático de instituto y profesor de la Universidad de Oviedo, trabaja en una tesis doctoral sobre «Home Schooling» en España. «Los niños reciben una enseñanza adaptada a sus necesidades. Aprenden cuando tienen motivación y se ajustan los horarios a ellos, no al revés». Entre 2008 y 2009, entrevistó a 114 familias españolas (o extranjeras residentes) e hizo un perfil del educador en casa. Más del 50% son licenciados universitarios y el 45% se declara de centro.
El 76% no practica ninguna religión, seguido por un 23% de católicos. Los motivos son pedagógicos (58%), personales (18, 6%), socio-relacionales (12, 7%), políticos (8,3%) y religiosos (1,9%). En España hay entre 600 y 1.000 menores que aprenden en casa y no cree que cambie la ley: «El Estado quiere controlarnos más. Además, hay un recelo comprensible a que algunas minorías, grupos de inmigrantes por ejemplo, se aprovechen y decidan no escolarizar a los menores».
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