Londres
Mientras el Ejército sirio aguante
Durante la Guerra Fría, la doctrina de la «destrucción mutua asegurada» mantuvo los cohetes nucleares bien guardados en sus silos. Reagan, con su «guerra de las galaxias», el primer sueño de un escudo antimisiles, obligó a la URSS a empeñarse en una imposible, por costosísima, batalla tecnológica. El resultado fue la disolución del gigante comunista, pero podía haber salido mal. Ahora, la OTAN prepara otro «escudo», esta vez técnicamente posible. Al cabreo ruso, nuestra ministra de Exteriores lo ha descrito como «su reacción tradicional».
Siria se encamina inexorablemente hacia la guerra civil. No es un paisaje que nos resulte demasiado extraño: el 2 de octubre, unos encapuchados ametrallaban al joven Saria Hassoum cuando salía de la universidad. Era hijo de Ahmad Hassoum, uno de los líderes religiosos suníes más importantes y, sin embargo, firme partidario del presidente Asad. Una semana antes, el muerto fue un médico, Hassan Eid, acusado de actuar como chivato de la Policía. Le asesinaron en su casa. Pertenecía a la secta del presidente, la alauita. El viernes tocó del otro lado: un líder kurdo, Mashaal Tammo, viejo adversario del Gobierno. Dos encapuchados le ametrallaron en su oficina. Si trascendemos las omnipresentes informaciones del «Observatorio sirio de derechos humanos», un organismo con sede en Londres al que se vincula con los islamistas Hermanos Musulmanes, el maniqueo juego de oponer «manifestantes pacíficos» frente a la brutalidad policiaca empieza a hacer agua. Los «escuadrones de la muerte» militan en los dos bandos; amparado en la frontera turca se alista un ejército rebelde y en Irán se preparan «voluntarios» para apoyar a Asad. Pero el resultado final va a depender de lo que aguante la fidelidad del Ejército...
La envenenada herencia colonial de Francia
Si repasamos a vuela pluma la historia reciente de Siria, veremos la indeleble huella de la colonización francesa. Tras la Primera Guerra Mundial y la derrota del turco, a Francia le tocó la administración de Siria que dividió en tres zonas étnico-religiosas: Líbano, para los cristianos; Latakia, para los alauitas, y la Siria propiamente dicha, para los suníes y drusos. A los kurdos no se los tuvo mucho en cuenta. En realidad, el gentilicio «alauita» es, también, un invento francés. Ellos se llamaban «nasiriyas» y son seguidores de una religión compleja que cree en Mahoma, celebra la Navidad, utiliza el vino en su ceremonial, acepta la reencarnación y se reclama hija de Alí –como los chiíes– de quien esperan su próximo advenimiento. Con esa mixtura, es de comprender que los nasiriyas no fueran muy populares entre sus vecinos suníes, mayoritarios, que los consideraban herejes y actuaban en consecuencia: no podían poseer tierras y eran tratados como siervos. A los franceses, que tenían que vender el reparto étnico a la opinión pública, lo de «nasiriya» les sonaba poco musulmán y los rebautizaron como «alauitas», que parece más moro.
Pero anecdotario, además apócrifo, aparte, lo que nos importa es que durante la época colonial francesa los aluitas vieron en su incorporación al Ejército una manera de salir de su penoso estatus. Tras la independencia, en 1946, fueron incorporados a las Fuerzas Armadas nacionales y, aunque, al principio, los puestos del generalato estaban reservados a los suníes, el rosario de golpes de estado –todos encabezados por suníes– los llevó a lo más alto, propiciando el «gran golpe» del viejo Hafed el Asad. La misma técnica la utilizaron para integrarse en el movimiento socialista del Baaz y coparlo. Hoy, la minoría alauita, ecléctica y poco dada al integrismo, domina el poder en Siria, apoyada por los cristianos y por la burguesía suní enriquecida. Y el Ejército sigue siendo, por supuesto, de obediencia alauita
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Sin Sarah Palin aún puede haber espectáculo
Dado el éxito del primer mandato de Obama –paro, crisis económica, fiasco sanitario, fracaso en Afganistán–, los analistas norteamericanos predicen una campaña electoral demócrata basada más que en promesas, que nadie creerá, en el ataque ad hóminem o, dicho más claro, en el golpe bajo. Perdida Sarah Palin para la causa, el adversario preferido del equipo de la Casa Blanca parece ser Mitt Rommey, el ex gobernador de Massachusetts. No sólo se ha hecho millonario al frente de una firma encargada de trocear y revender empresas, sino que tiene una «rareza» a la que, siempre por lo bajines, se le puede sacar provecho: es un mormón que hizo sus primeras armas como misionero en Francia. Ser mormón no es sólo un anatema entre las confesiones protestantes más tradicionales –a los niños, en las escuelas dominicales, se los advierte contra la secta–, sino, también, motivo de fáciles juegos de palabras con la «poligamia» como centro. Y, además, está lo del racismo: hasta el 9 de julio de 1978, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días mantenía que «los negros son descendientes de Caín y llevan la maldición en su piel». Munición, desde luego, no les va a faltar.
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