Música
Raphael un artista inagotable
Raphael. Gira «Te llevo en el corazón». 30-XI-2011. Teatro Compac Gran Vía, Madrid. Entradas agotadas.
Lo decía en una entrevista publicada el pasado viernes en LA RAZÓN: «Estoy en mi mejor momento». Y aunque pueda parecer un tópico antes de afrontar su esperada cita con el público madrileño –quince noches casi consecutivas en uno de los principales teatros de la Gran Vía–, lo cierto es que Raphael está, al menos, como siempre, lo que en su caso ya es mucho decir. Él mismo lo subraya, a modo de presentación, en «Ahora», el tema que abrió su actuación: «Sigo en forma, no estoy cansado y tengo decidido retrasar el final». Luego se encargó de repetirlo, por si alguien tenía alguna duda de que le queda cuerda para rato: «Es un placer estar en casa y, visto lo visto en esta gira, nos vamos a seguir viendo muchos años más». Poco más hacía falta para desatar la primera de las muchas ovaciones que jalonaron sus dos horas y media de actuación, con una audiencia entregada –y de todas las edades, contradiciendo a quienes piensan que sólo arrastra a «veteranos»– que se deshacía en loas al intérprete jienense, con un grito que bien resume todos los demás: «¡Raphael, eres único!».
Generoso repertorio
Como hace un año por estas fechas, su generoso repertorio, con casi cuarenta canciones, se estructuró en diversos bloques, intercalando los clásicos más conocidos de su trayectoria, que ya supera el medio siglo, con tangos, boleros (muy intensa la interpretación de «Adoro») y rancheras, rubricando su romance con América. Fue en el primero de estos capítulos, con sombrero y acento porteño en su diálogo con el bandoneón, cuando estuvo más brillante, especialmente en «Cuesta abajo» y «Nostalgias», en este caso en una suerte de dueto virtual con Carlos Gardel.
Pero es en las que denominó como las joyas de su corona, en su mayoría con firma de Manuel Alejandro, donde Raphael se mostró en todo su esplendor, respondiendo con solvencia a la exigencia de un cancionero sin respiro; sólo en «La cumparsita» pareció atascarse y su voz no sonó tan limpia como acostumbra, sensación que pronto se quedó en espejismo, hasta diluirse definitivamente con un «Para volver a volver» que acabó atacando sin micrófono, pletórico de fuerza y con el público puesto en pie. Antes, ya había estado sobresaliente en «Hablemos del amor» y «Estuve enamorado», aquí en clave de rock.
A partir de ahí, desplegó lo mejor de sí, camino de un nuevo triunfo en Madrid, su plaza más querida. Soberbio «entertainer» en «Maravilloso corazón», el truhán de siempre en «Escándalo» y, sobre todo, un comediante pícaro que se las sabe todas: habló de su paso por hoteles de uno y otro rincón, y en todos ellos, relató, le dicen que conocen al dedillo todas sus canciones. «Es mentira», señaló con media sonrisa, y retó a su público a cantar con él. Por supuesto, ganó la partida, porque sólo una minoría, según había pronosticado, se sabía de principio a fin la letra de «Estar enamorado». Poco importa en realidad, porque sus interpretaciones hace tiempo que se han ganado de sobra el título de clásicas, con estribillos aclamados con fervor, paseos de lado a lado del escenario y un catálogo de gestos que ya forman parte del imaginario colectivo, de «Yo sigo siendo aquel» a «Qué sabe nadie», ya en el tramo final de un concierto que acabó como empezó: con el teatro rendido una vez más ante el empuje de un artista inagotable.
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