Cádiz
Barcelona monta una Expo de alta costura por Jesús MARIÑAS
La inauguración mañana del Museo Balenciaga coincide con una Expo barcelonesa sobre la alta costura.
La capital catalana fue centro inspirador de firmas hoy resucitadas en esta muestra exhumadora que debería ser permanente. Quizá hubiera sido mejor su ubicación en el céntrico Palacio de Virreina, corazón de las encanalladas Ramblas que Xavier Trías pretende regenerar. Al final del Paseo de Gracia esquina con Diagonal, en un edificio que fue el Palacio Muñoz y hoy oficinas oficiales, han montado esta muestra. Resulta abigarrada y un tanto desordenada, incluso los carteles descriptivos de cada prenda resultan difíciles de encajar con su correspondiente traje. Aun así, es muestrario amplio, cumplido y variopinto de lo que fue Barcelona en un sector donde siempre aventajó a un Madrid resignado a ser sucursal de las empresas barcelonesas.
Junto a varios trajes de Elisa, firma con la que Balenciaga vendía y producía en España, destacan piezas únicas como una casamentera de Pertegaz de 1950. Sorprende la valentía de un «palabra de honor» cuando eso no se estilaba en tal época como moda nupcial y que ahora abastece al mundo Rosa Clará o Pronovias.
Pedro Rodríguez dejó su impronta de costurero a la antigua usanza, como Balenciaga y Pertegaz, ideaba los modelos con la tela sobre la maniquí o clienta, aunque luego un dibujante dejaba constancia de su inspiración.
Evocan traje a traje, como en 1941 cuando montaron en la cúpula del Teatro Coliseum el I Salón de la Moda Española, germen de los que posteriormente cobijaría el Hotel Ritz en su jardín. Establecieron dos desfiles al año, que servían para comprobar lo diferente que era el recargado Rodríguez del esquemático y favorecedor Pertegaz. Dos estéticas hasta en la ubicación de sus salones: en el Paseo de Gracia el de don Pedro y a mitad de Diagonal el del aragonés, que mantiene lúcidas mente y capacidad creadora. Bien lo demostró en la Expo del 92 revistiendo irónicamente a Pat Cleveland como Dama del Paraguas, o cuando vistió a Letizia para su boda con el Príncipe. Un modelo casamentero que pasó a la historia como el Balenciaga de Fabiola de Mora al unirse a Balduino –presente en el museo vasco– o el de Carmen Martínez Bordiú al convertirse en duquesa de Cádiz, traje que intentaron restaurar sin resultado óptimo. Lo mismo ocurrió con la falda de volantes en piqué que los Herrera y Ollero crearon para la unión de Rocío Jurado y Pedro Carrasco, destrozado por el agua en el sótano de lo que fue su casa en La Moraleja. Muestra aconsejable para descubrir y confirmar lo que fue España en la alta costura. Conviene repasarla con detalle, y mantenerla.
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