Cataluña
Teresa Gimpera: «Me deprimía desnudarme por eso dejé el cine»
La actriz y modelo recuerda su carrera en la gran pantalla con el sabor agridulce de la época del destape, por el que nunca se dejó seducir
En «La guerra de papá», la película que LA RAZÓN regala el próximo viernes, Mercero, el director, pretendía casi un imposible: que Gimpera, esposa sumisa de un militar déspota, ofreciera una imagen de mujer dejada físicamente; le pusieron pelucas, vestidos horrorosos, pero no hubo forma: «No daba de mujer dejada ni queriendo», recuerda Teresa. Afear, reducir a la casi invisibilidad el chic o el sexy de la Gimpera mediante el desaliño era tan difícil como hundir un corcho en el agua: al final, en cada plano, siempre salía a flote la sensualidad de la actriz, el esqueleto victorioso de la modelo, la carne gloriosa. –También recuerdo que rodar con un niño (Lolo García, que entonces debía tener cuatro o cinco años) era un problema, porque en cuanto estaba bien en una escena, la toma valía, aunque tú estuvieras fatal.–Ya no quedan, parece, esposas como la que usted interpreta, la clásica mujer resignada que lo aguanta todo...–Todavía quedan algunas de mi época. Pero se quedan viudas y renacen, viajan, disfrutan, se dedican a ligar como locas: lo que no habían hecho nunca. El hombre se vuelve a casar en seguida; la mujer sabe vivir mejor en soledad.–La película, basada en la novela de Miguel Delibes «El príncipe destronado», se estrenó en el 77, en plena Transición...–Recuerdo las primeras elecciones. Poder votar, qué emoción. Yo lo hice por Pujol: empujaba la familia. Luego he votado siempre socialista. Ahora estoy un poco decepcionada, pero hay que seguir votando.–Y ese año se suprime la censura cinematográfica...–Y ahí dejé de hacer cine. Guión que me ofrecían, guión en el que tenía que aparecer desnuda y haciendo el amor. El despelote era continuo: «No te preocupes, decían, que luego cortamos». Pero qué iban a cortar. Me deprimía desnudarme sin ton ni son en películas casposas. No era por pudor. Era por la mierda de cine que era. No me apetecía enseñar el culo todo el tiempo en aquel cine. (Casada con el actor norteamericano Graig Hill, viven seis meses al año en Cataluña y seis en California. A la perrita, Yorka, que cruza el charco en el bolso de Teresa, le hablan en inglés y en español. La actriz, que ya tiene nietos y biznietos, se cabrea por lo rápido que pasa el tiempo cuando se llega a su edad: «Un año no dura nada». Está tratando de dejar el tabaco, pero de momento sigue fumando. Bebe menos. Su médico quiso que probara la viagra femenina, pero Teresa leyó el prospecto y no se atrevió por si le salía pelo en la cara: era uno de los posibles efectos adversos).–Volvió al cine cuando pasó el sarampión del destape.–Sí, cuando me volvieron a ofrecer otras cosas. He hecho unas 120 películas. De muchas no me quiero ni acordar. Al principio no me creía actriz, pensaba que era una modelo a la que llamaban para hacer cine. Estaba un poco acomplejada, porque nunca me había preparado para actuar. Luego me fui haciendo intérprete, por intuición, porque soy lista.–Creo que la llamó hasta Alfred Hitchcock...–Hice un «casting» para una película suya, me había visto en la televisión norteamericana y quería que hiciera de portorriqueña, pero sucedió que yo seguía teniendo facciones de rubia hasta con una peluca negra. No pudo ser.–Eso sí: trabajó con Vittorio de Sica...–Sí, fue una película con Florinda Bolkan. La Bolkan estaba allí con toda su corte de amiguitas y cuando yo llegaba al rodaje, Vittorio me decía: «Por favor, dame tú un beso, que mira lo que me rodea...».–Y luego abrió una escuela de modelos...–Sí. No me cansaba de decirles a las alumnas que si eran tontas, por muy guapas que fueran nunca serían nada. Todo el mundo quiere ser modelo. Antes nos consideraban casi prostitutas; ahora es lo más: los padres quieren que sus niñas sean modelos como sea. Me cansé. Ya sólo tengo la agencia.–¿Y qué tal vive?–Vivo de puta madre. Hago lo que me da la gana. Casi nunca me maquillo, porque me da pereza. Cocino muy bien. Ando mucho. Nado. Y de vez en cuando nos reunimos las «maripilis»: Colita, Ana María Moix, la mujer de Pascual Maragall... Comemos y nos reímos mucho.(Es poco nostálgica. Ha sido traductora, modelo, maestra de modelos, actriz, restauradora... Le gusta ser polifacética, estar atenta a todo, no perderse nada, descubrir. Me dice que su éxito fue por el físico: «Tenía un cuerpo que entonces no existía en España, con aquel aire de nórdica; era guapa y estaba llena de complejos; dice Colita que cuando entraba en un restaurante crujían las vértebras de todos los hombres». Para ella, el franquismo fue un tiempo gris, «en casa no se hablaba nunca del tema». Un tiempo gris lleno de silencios a la hora de la sopa).–No sé si la siguen llamando del cine...–Sí, hice la última película hace tres años. Interpreté a una abuela. La verdad es que no tengo muchas ganas de trabajar. Ya he hecho bastante.–¿Se ve más sabia, más...?–Más segura de mí misma. Y más sabia, claro.–Dicen que ahora vivimos la «culocracia»...–Cierto. Eso ha cambiado. Antes una maniquí no podía tener culo. Pertegaz me decía: «Señorita Gimpera, esconda el sexy».(Se ha pasado la vida entre los que querían que lo escondiera y los que se empeñaban en que lo enseñara. Luce un vestido ibicenco azul sin mangas, el pelo recogido. Desde su ventana se ve el Tibidabo).
Una guerra inolvidable«La guerra de papá» fue la adaptación que Antonio Mercero realizó en 1977 de la novela de Miguel Delibes «El príncipe destronado». Héctor Alterio interpreta a un padre de familia numerosa que sigue contando batallitas de la Guerra Civil, una contienda que, para sus hijos, es tan sólo «la guerra de papá». Mientras, su hijo Quico, encarnado por Lolo García, está preocupado por otros menesteres: hacer toda clase de travesuras para no perder la atención de sus padres tras haber llegado a casa una nueva hermanita. La historia de esta familia, vista a través de los ojos del pequeño e inquieto Quico, se mueve entre los problemas cotidianos de una madre atareada, un padre autoritario que no puede olvidar la guerra en la que participó, tres hermanos mayores que comienzan a descubrir la vida adulta, una criada agobiada por los problemas económicos y, así, un gran número de personajes con sus circunstancias particulares. Las situaciones de conflicto y las contradicciones que viven los personajes sirven para trazar un retrato de la sociedad española de los años sesenta. Como esta familia, España deberá enfrentarse a los cambios que devendrán con la transición a la democracia. En el elencio de actores, a Alterio y García los acompañan Teresa Gimpera, Rosario García Ortega, Queta Claver, María Isbert, Verónica Forqué y Vicente Parra, entre otros.
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