Historia
Venganza gélida por Julián Redondo
Tengo una sobrina de 6 años que va a empezar con la «sincro» en el polideportivo Valdelasfuentes de Alcobendas. Superó la prueba de ingreso en el Canoe; pero tres tardes de entrenamiento por semana frenaron sus brazadas. Los padres han oído que el deporte de élite no es sano y no pretenden convertirla en la nueva Gemma Mengual; la natación sincronizada sólo será un complemento en su formación.
A la vista de este ejemplo, uno entre millones, no sé qué pensar de los padres de todas esas criaturas que quemaron su adolescencia en el Centro de Alto Rendimiento de San Cugat, tragando vómitos, carros, carretas y soportando la intransigencia de una entrenadora que les exigía entrega total y obediencia plena. Si se han enterado ahora de la vida que llevaban sus hijas, malo; si lo supieron entonces y no lo denunciaron, peor.
Sería injusto dudar de la veracidad de las denuncias expuestas a la luz pública por las 16 firmantes del manifiesto; aunque se dice que la mitad de ellas no pasaron por las manos de Anna Tarrés. Eso no es una mentira piadosa sino una crueldad intolerable, en consonancia con los supuestos modales de la seleccionadora a quien Mengual y Andrea Fuentes no crtitican sino que incluso defienden. El «método Tarrés» ha prevalecido durante tres lustros con unos resultados excepcionales. A la entrenadora se la tenían guardada, con o sin razón, y han servido una venganza gélida en un plato rebosante de pus y rencor. Desde que Luis Aragonés le dijo a Reyes lo «del negro de mierda», no se había montado una trifulca semejante en el deporte español. Alguien no tiene razón. Anna Tarrés calla. Quizá tendría que hablar.
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