Bruselas

El largo invierno

La Razón
La RazónLa Razón

Apenas si hemos iniciado el otoño, que, a lo que parece, climatológicamente no diferirá de lo habitual en esta época del año, pero se anuncia ya el largo invierno en sentido metafórico. ¿Qué sería de los escritores sin las metáforas y los símbolos? ¿Y de los políticos sin las oportunas ambigüedades? Forman parte del oficio. En Mariano Rajoy una cierta aura, una transformación en el rostro, incluso su venerable barba, anuncian la próxima asunción de poder. No sabemos muy bien si su gobierno se inclinará hacia lo que dice y desdice Esperanza Aguirre o a los expresivos silencios de Ruiz- Gallardón. Una cierta opacidad en la actitud de Rajoy, mal calificada de gallega, le ha sentado bien al PP, que conoce o dice saber lo que le espera. No es tan sólo la herencia de Rodríguez Zapatero. Es algo mucho más serio y profundo que alcanza la globalidad. Los aciertos (que los ha habido) y los errores (que también) de la etapa socialista podrían salvarse con relativa facilidad si el resto del mundo no se hubiera convertido en un gran interrogante. EEUU y el presidente Obama ejemplifican y constituyen, a la vez, solución y problema. «Nosotros podemos», les dijo el presidente a sus electores. Y, tras destronar nada menos que a Hillary Clinton, el mundo se mostró expectante ante un programa excesivo tal vez o irrealizable. La herencia de Bush ha sido demasiado para el primer presidente de color de la potencia dominante. Dos guerras, Guantánamo, el terrorismo rampante, Ben Laden, Palestina sin solución a la vista, la reforma sanitaria, el paro inclemente y la gran crisis financiera constituyen demasiados frentes.

El nacimiento del Tea Party y la decantación de los republicanos moderados hacia la no colaboración, tras conseguir la mayoría en el Congreso, permiten trazar las líneas maestras del fracaso de las democracias occidentales en el poder. Ni siquiera la Sra. Merkel logra sortear la impopularidad y el desgaste de su formación. Parece como si mayorías hasta hoy inclinadas a la derecha pretendieran otra alternativa. Pero los problemas se contagian con rapidez. No es de extrañar el giro soberanista de algunos nacionalismos propios cuando observamos la filigrana belga, el pacto en Québec o las proclamas del tejano Rick Perry, que, de vez en cuando, lanza hacia el Capitolio su amenaza de separar su estado de la Unión, como si fuera posible descomponer el puzzle histórico de la joven nación estadounidense. No hay día sin mala noticia. Cuando no es Grecia, empeñada en salvarse en el seno de Unión Europea, y con ella algunos bancos alemanes y franceses que la favorecieron defendiendo su deuda en el pasado pese a conocer las condiciones en las que allí se vivía, es el FMI, habitualmente pesimista, aunque decisorio. Su anuncio de que a la economía europea sólo comenzará a vérsele las orejas en el 2016 debe tomarse con precaución.

Nos esperan, de considerar acertadas sus previsiones, más recortes sociales, porque exige a los gobernantes españoles –los que sean– reducir el déficit hasta el 3% en 2013. Los centenares de cerebros económicos que subvencionamos para que confeccionen tan simples diagnósticos y ordenen el caos en el que nos hemos encerrado por nuestra mala cabeza o por otras ajenas, disponen de datos y argumentos que permiten profetizar desalentadoras perspectivas. El ingenuo votante se preguntará con razón qué más da votar a unos o a otros si debemos seguir las reglas que nos trazan los delineantes de nuestro futuro. El primer desafío sigue siendo el paro. Y no habrá creación de empleo sin crecimiento económico sólido, superior –se dice–, al 2% anual. Rajoy y Rubalcaba coinciden en un optimismo hacia el país del que hace también gala el anterior presidente del gobierno, ya en funciones. Pero tal optimismo derivará, cabe suponer, de la capacidad de ir reduciendo gastos y bajar salarios. La capacidad de maniobra de nuestros políticos se nos antoja escasa. Lo que no se dicta en Berlín o en Bruselas se hace en Washington o en Pekín. Tampoco observamos un Obama muy seguro de alcanzar un segundo mandato y los máximos dirigentes actuales de la Unión Europea se encaminan al fracaso electoral. El gran estímulo de la democracia parlamentaria reside en que cada cuatro años más o menos, podemos decidir que sean otros los que aparenten decidir unas pocas cuestiones menores que nos afectan, porque tras las bambalinas están al acecho los mercados financieros. No existe solución mágica. Nunca la tuvo Obama, que descubrió un excelente eslogan. La población española también prefiere cambios, aunque los inviernos se prolongarán. Cualquier entusiasmo será sustituido por el desencanto que ya impera y nos desborda.