País Vasco
Generación Miguel Ángel Blanco
Eran adolescentes sin relación con la política. El brutal asesinato del edil por ETA les hizo dar un paso adelante. Hoy son alcaldes
No hay nada como un verano con 16 años o con 18, sin mayor responsabilidad que aprobar todas las asignaturas y buscar un lugar donde pasar las largas vacaciones estudiantiles. Te sientes capaz de todo, de cambiar el mundo si hace falta. Fernando Priego tenía 16 años aquel verano de hace quince años en Cabra, Córdoba, su pueblo. Un adolescente, que aún se recuerda en una cafetería del pueblo mirando la pantalla sin poder creer que ETA lo había hecho: había matado a Miguel Ángel Blanco. «Algo hay que hacer», pensó Fernando. Con unos amigos escribió su protesta en una pancarta y se juntó a la manifestación de su localidad. Era verano, tenía 16 años, sólo 16 años, y le saltó un resorte.
«Ese momento en el que ves que hay cosas que no te gustan, en el que sientes la necesidad de hacer algo. Para mí ese momento tuvo nombre y apellidos. Para mí ese momento se llamó Miguel Ángel Blanco», escribe en su blog Alberto Tomé, director del área deportiva del Ayuntamiento de Alcorcón. Tenía 18 años y también le saltó un resorte.
Pocos días antes, Antonio González Terol había vuelto a Cartagena desde el Colegio Mayor en el que residía en Madrid. Aún tenía 18 años y le había quedado alguna asignatura en su carrera de Ingeniería. Era delegado de su clase, sería superdelegado de alumnos y formaría parte del claustral de la Junta de la Facultad. Era principios de julio en Cartagena, en su casa en la playa. Pero estuvo viendo la televisión, angustiado. «Miguel Ángel sólo era un chico que quería trabajar por su pueblo», pensó. Creía que ETA no sería capaz de matarlo. Pero lo hizo y él, que imaginaba su futuro ganándose la vida en la empresa privada, quince años después, ahora, cuando está a punto de cumplir 34 años, es el alcalde por el PP de Boadilla del Monte, una localidad cercana a Madrid: «Descubrí que había que luchar por la libertad de quien lo necesitase. Aquello nos revolvió, nos soliviantó. Encendió mi vocación», recuerda.
«Hay que involucrarse»
Esa vocación, el resorte, le saltó definitivamente a Fernando en la manifestación a la que fue con pancarta en Cabra. Allí conoció a miembros de Nuevas Generaciones del PP. Siempre creyó que se dedicaría a la política, «en algún momento, ya sabes, cuando te haces mayor».
Primero tenía que ser abogado. Ese día aceleró todo: «Para cambiar las cosa hay que involucrarse. Tras el asesinato de Miguel Ángel, unos se quedaron en la impotencia», dice. Él no: se afilió al Partido Popular. Pasados quince años, es alcalde de Cabra.
En Boadilla, mientras, Antonio y su corporación acaban de inaugurar el parque Víctimas del Terrorismo. «Mi padre era militar y aunque vivía en Cartagena, yo siempre tenía miedo de que le mandaran ir a Madrid, porque cuando era pequeño, en la capital, el «comando Madrid» cometía terribles atentados», asegura Antonio González.
Tras el verano en Cartagena volvió a Madrid y se apuntó a las Nuevas Generaciones del Partido Popular en el distrito de Moncloa. No era habitual ver a un afiliado del PP en la carrera de Ingeniería y a Antonio le encantaba discutir de política. Asistió a charlas, se fue involucrando más en las Nuevas Generaciones y en las siguientes elecciones vascas fue a ayudar al partido. «No es lo mismo ir y volver, como hacíamos nosotros, que vivir allí, como ellos. Unos héroes».
Entre el miedo
No tiene comparación, pero levemente sintió lo mismo que los ediles constitucionalistas en el País Vasco, el miedo que debió sentir Miguel Ángel cuando se le acercaron en la estación de Éibar. «Te señalaban con el dedo. Pero en cada pueblo, ahí estábamos con nuestro coche, dando una sensación de normalidad que no veías en los ojos de los otros, los que te miraban con odio». Estuvo con otro miembro del partido de allí que desde los 18 años iba acompañado de tres guardaespaldas. «Es un orgullo –dice Alberto– tener compañeros que viven entre el miedo». Ese verano tomaron conciencia, como explica Tomé: «Yo era sólo un chaval, pero me llamó sobremanera la atención que en nuestro país todavía hubiese gente que creía que podía recurrir a las armas para acallar la libertad. Incomprensible».
«PIENSAS QUE TE PUEDE PASAR LO QUE A ÉL»
Ángel Rodrigo tenía 22 años cuando decidió apuntarse a Nuevas Generaciones del PP en el País Vasco. El asesinato de Miguel Ángel fue decisivo: «Hay que rebelarse contra eso», pensó mientras estaba en Getxo e iba a Bilbao, dispuesto a entrar en un partido político. Lo hicieron muchos. De julio de 1997 a julio de 1998 los afiliados a las Nuevas Generaciones del PP en el País Vasco aumentaron en un 28, 8 por ciento. Eran jóvenes valientes. La madre de Ángel aún vive asustada. Y él, ahora concejal en Bilbao, tras pasar por algún pueblo como único representante del PP, alguna vez pensó: «Me puede pasar lo que a Miguel Ángel Blanco».