Barcelona
Para confirmarnos en la Fe
Sigo, en esta cita semanal con los lectores de LA RAZÓN, profundizando en la figura del Papa Benedicto XVI, que ya muy próximamente visitará España, en Santiago de Compostela y en Barcelona. La verdad es que deseamos que venga ya, de nuevo, para que confirme en la Fe a todo el pueblo español, cuyo vigor, vida y mejores logros de su historia han estado enraizados en la fe que trasmitió el Apóstol Santiago, y que, el Arquitecto, Siervo de Dios, Antonio Gaudí, ha expresado de manera inigualable en explosión y cima de belleza arquitectónica, y en canto y plegaria perenne de alabanza y adoración que reconoce la prioridad de Dios por encima de todo, en el templo expiatorio –pronto basílica– de la Sagrada Familia.
Es en esa fe en Dios donde se juega el presente y el futuro: el nuestro, el de los hombres, el de la humanidad entera. Así lo proclama y enseña incansablemente el Papa. Este Papa, que es y se muestra como transmisor de esta fe y que da testimonio de la verdad de ella, es un Papa para el presente y para un gran futuro. Él mismo ha dicho, «si vivimos bajo los ojos de Dios, y si Dios es la prioridad de nuestra vida, de nuestro pensamiento, y de nuestro testimonio, lo demás es sólo un corolario; es decir, de ello resulta el trabajo por la paz, por la criatura, la protección de los débiles, el trabajo por la justicia y el amor».
De un Papa así, de un Papa cuya prioridad en la vida es Dios y seguir su voluntad, darlo a conocer como Dios que es Amor, podrá venir, como él mismo dijo ante los jóvenes en Colonia refiriéndose a los santos, un gran cambio en la Iglesia y en el mundo; porque sólo de hombres así, enraizados en Dios, –como Santiago, hijo de Zebedeo, o Gaudí– proviene el cambio decisivo del mundo, su transfiguración. En una carta histórica de marzo de 2009, a propósito de la polémica levantada a raíz del levantamiento de la excomunión a seguidores de Mons. Lefevre, el Papa abrió su corazón y dijo a todos cuál es la prioridad de su pontificado, en fidelidad a lo que es la misión de Pedro y sus sucesores. «En nuestro tiempo, afirmó, en el que amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un Dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (Cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto. Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo». (Esto es lo que también se ve y se palpa en la obra del templo de la Sagrada Familia, de Barcelona).
Cuánto hay que agradecer que el Papa nos recuerde esto, –tan fundamental y primero–, a todos en la Iglesia. Esta es nuestra prioridad. No son otras estrategias ni otros proyectos. Sólo uno: dar a conocer a Dios, dar testimonio de Él, que es Amor, y el fundamento, raíz y meta de la gran esperanza, transmitir la fe en Dios: para que el mundo crea y le dé gloria. Cuando falta Dios, falta todo. Sin Él el mundo se destruye, el hombre muere y se apaga su futuro. Se comprende muy bien que el pontificado de Benedicto XVI esté siendo una permanente y apremiante llamada a que los hombres vuelvan a Dios, a la conversión, a la metanoia o cambio de mente, de manera de pensar, y de corazón conforme a Dios que nos ha creado y redimido. (La apelación a Dios Creador es constante en él). Ahí se juega todo. Eso es lo esencial. En tiempos como los nuestros, de grandes cambios y de complejidad tan enorme en todos los campos, no podemos perder el norte, no podemos quedar atrapados por la barahúnda de cosas, ni enredados en miles de asuntos que no llevan a ningún sitio; las ramas no pueden impedirnos ver el bosque. Es preciso, con Benedicto XVI, ir a lo esencial: es el Papa «de lo esencial». Es preciso que nos centremos en lo que es el centro de todo: la fe en Dios que se ha revelado plenamente en la existencia histórica de su Hijo único, venido en carne, nacido de la Virgen María. En Él hemos conocido a Dios, «que es Amor» (1 Jn 4,16) Es plenamente cierto y seguro: «El mundo necesita a Dios. Nosotros necesitamos a Dios. ¿A qué Dios necesitamos?». Al que vemos, palpamos y contemplamos en Jesús, que murió por nosotros en la cruz, el Hijo de Dios encarnado que aquí nos mira de manera tan penetrante, en quien está el amor hasta el extremo. Este es el Dios que necesitamos: el Dios que a la violencia opuso su sufrimiento; el Dios que ante el mal y su poder esgrime, para detenerlo y vencerlo, su misericordia. (Benedicto XVI). Este es el Dios que predicó y nos entregó Santiago. Este es el Dios, a quien alaba y muestra constantemente Antonio Gaudí, en su obra que se eleva tan alto de la tierra al cielo, y sólo se entiende desde esta fe y la verdad y grandeza que entraña. Éste es el Dios en cuya fe nos confirmará Benedicto XVI, en su viaje apostólico a España.
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