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Valencia

Lo que queda del rock

Lo que queda del rock larazon

Por paradójico que resulte, el rock solo llegó a última hora, primero con Lenny Kravitz y después, en versión latina, con Maná. Rock in Rio en la madrileña Ciudad del Rock sí, pero durante horas el género del que toma su nombre parecía más bien un espejismo, escondido en los camerinos del enorme recinto de 200.000 metros cuadrados al borde de la carretera de Valencia, en donde no faltaban las que son sus principales señas de identidad: la noria, la tirolina atravesando el escenario Mundo, el goteo de público –hasta superar los 40.000 asistentes– y un auténtico supermercado de marcas de todo tipo.

La jornada comenzó con el pop de Maldita Nerea y El Pescao, cuya música se perdió en la inmensidad de la pradera artificial de este rincón de Arganda del Rey. Más blandito aún resultó lo de La Oreja de Van Gogh, con su lírica primaveral y la confirmación de que la voz de Leire Martínez resulta menos cargante que la de Amaia Montero. Algo es algo. Un descanso y turno para Macaco y su apostolado del buen rollito. La fórmula sigue siendo la misma, aunque en el reciente «El murmullo del fuego» haya perdido efectividad: mestizaje de principio a fin, tirando de rumba, ska y reggae, para acabar con una versión del «Monkey Man» de los Specials. Un entretenido aperitivo a la espera de los dos grandes cabezas de cartel de la jornada.

Exhibiendo músculo
Rondando las diez y media llegó el momento de Lenny Kravitz: tatuadísimo, exhibiendo músculo y con la pose rockera de siempre, pero sin el gancho de hace años. Abrió con «Come On Get It», sonó después «Always on the Run» y más tarde «American Woman», todavía sin arrancarse del todo. Solos de guitarra a diestro y siniestro, con apuntes soul y sobre todo de un funk que pretendía ser sudoroso y acabó por espesarse más de la cuenta en «Black and White America». Así las cosas, el concierto únicamente levantó el vuelo en el tramo final, encadenando «Fly Away», «Are You Gonna Go My Way?» y, ahora sí, una intensa «Let Love Rule». Solo entonces se quitó las gafas de sol, como queriendo demostrar que, pese a todo, su poderío se mantiene firme.

Y por fin, pasadas las doce, el rock latino de Maná, con el incombustible Fher Olivera al mando de las operaciones. 42.000 personas corearon al unísono «Oye mi amor», seguida de «Déjame entrar», otro de los clásicos del grupo mexicano, con esa tendencia suya a los asuntos del corazón. Hubo tiempo para temas del reciente «Drama y luz», un peldaño por debajo de su trayectoria, recuperando el pulso con «Mariposa traicionera», «Clavado en un bar», «El muelle de San Blas» y la romanticona «Corazón espinado». Sin alardes, también sin sorpresas, pero cumpliendo con su papel, que a fin de cuentas era el de salvar la cuota rockera en un festival donde el género del que toma su nombre ha quedado casi arrinconado.

 

El peso de la música electrónica
Durante buena parte de este primer día del macrofestival creado por el brasileño Roberto Medina lo más rockero fue encontrar a cientos de personas agitando de forma entusiasta sus guitarras de plástico, patrocinadas, faltaría más, por una conocida marca de cerveza. Porque Rock in Rio es música, pero sobre todo una una experiencia de ocio y entretenimiento, en donde la electrónica cada vez tiene más peso. Y no sólo por la jornada del próximo viernes, con David Guetta, Pitbull, Martin Solveig y Erick Morillo. Antes, ayer mismo, también se reservó un espacio destacado desde bien temprano en el que intervinieron Sarah Main, los trallazos de Japanese Popstars y el subidón continuo de 2Many DJ's, con las gogós en lo alto y el público bailando como en ningún otro rincón. Y del rock que se ocupen otros.