Teatro
Miguel del Arco el director de moda se pone cómico
Lleva al Centro Dramático Nacional su fórmula de reescritura de autores clásicos. Esta vez atacará sin miramientos la corrupción política actual gracias a su montaje de la obra «El inspector», del ruso GógolCuándo: Hasta el día 16 de junio. Dónde: Teatro Valle-Inclán. Plaza de Lavapiés. Madrid. Cuánto: de 7,5 a 18 euros.
De estrenar en el hall del Teatro Lara a ser uno de los directores más requeridos por los teatros públicos. Primero el Español, después La Abadía y ahora el Centro Dramático Nacional. Si no fuera por que Miguel del Arco lleva 25 años viviendo –o intentando vivir del teatro, porque también le tocó poner copas por el camino– los últimos tres años de carrera de este director darían para una película de triunfadores al más puro estilo «American way of life», pero aseguran los que le conocen, y él mismo, que, más allá de su talento, su principal mérito es que estamos ante «un currante».
Con «La función por hacer» (una reconstrucción contemporánea de «Seis personajes en busca de autor»), inventó sin saberlo, una fórmula que ha atraído al público casi tanto como a la Prensa: reescribir a los clásicos desde hoy, sin traicionar apenas su espíritu, pero respetando pocas comas y párrafos del texto original, y presentarlo en una envoltura actoral tejida de verdad.
Precursor de Berlanga
La hazaña volvió a repetirse con Gorki y sus «Veraneantes», ya coproducida por La Abadía, que acaba de recibir cinco premios Max, entre ellos el de mejor espectáculo teatral del año. Nuria Espert se puso en sus manos posteriormente y de aquello salió la deliciosa «Violación de Lucrecia». En estas mismas semanas llena en el Español con «De ratones y hombres», de John Steinbeck. Gerardo Vera le dio carta blanca para que cierre su última temporada como director del Centro Dramático Nacional, y él optó por aplicar su fórmula a Gógol, aunque con dos innovaciones: no cuenta con su compañía habitual y el texto elegido es una comedia.
Barbaridades políticas
La elección, por supuesto, no es casual; Gógol se ensañaba entonces desde la risa con el sistema profundamente corrupto del XIX. Del Arco le ha añadido un prólogo y un epílogo y ha limpiado de referencias rusas los diálogos: «¿Para qué quería situarla allí cuando en España hay tanta corrupción? Los españoles y los rusos somos muy parecidos, la única diferencia es que ellos se emborrachan hacia dentro y nosotros hacia fuera». Tal es el paralelismo, que el director considera el texto como heredero de «El retablo de las maravilllas» y una precursora de «Bienvenido Mr. Marshall».
El tono de farsa potencia la reflexión amarga sobre el despegue de la clase política de la realidad, por eso el director invita a los políticos a acudir a la función, «y cómo la gente se ríe de las barbaridades que nos obligan a asumir como algo natural, cuando en realidad resultan vergonzosas». El género exige, a su vez una mayor tensión dramática para el equipo artístico, «a pesar de que como dicen muchos actores está más valorado el drama y casi nunca se le otorgan Oscar o Goya, tiene más dificultad. Como en el vodevil, la tarima está repleta de puertas, que van formando nuevos espacios escénicos. Se nota la mano del director también en los números musicales en los que ha convertido algunos de los más largos soliloquios; para ello integra a tres músicos en el escenario, que se mezclan con el extenso reparto, encabezado por Gonzalo de Castro, Pilar Castro, Juan Antonio Lumbreras y Ángel Ruiz.
En la presentación del espectáculo, el director volvió a mostrarse muy crítico con el maltrato institucional a la escena en tiempos de crisis: «Los teatros están llenos, pero nos morimos de hambre». Confía en que su compañía pueda cobrar después del plan del Gobierno para aliviar a los proveedores de los ayuntamientos, pero recuerda que han tenido que luchar mucho para ser incluidos en la lista: «Si esto me ocurre a mí, que dicen que soy el director de moda, no quiero pensar cómo estarán las pequeñas compañías y la escena alternativa».
Un vaso de agua fresca
¿Pero cuál es la fórmula del director?, preguntamos a los actores que acaban de descubrirle en esta obra: «Ha venido a renovar la escena, es un vaso de agua fresca para los actores. Posee talento, inquietud y mucha humildad», señala Gonzalo de Castro. «No para de crear, siempre está dándoles vueltas; además, sabe muy bien lo que quiere y, sobre todo, cómo transmitirlo. Te da mucha seguridad y a la vez es muy exigente», aporta Pilar Castro. Aquí interviene el director para asegurar que le ha costado imponer disciplina porque el elenco resultaba demasiado «chisposo».
El humor de la tragedia
La mejor tragedia viene envuelta en diálogos de comedia. Nada más cruel que «El apartamento». Algunos hasta la perciben como una película romántica. Billy Wilder era un pesimista/realista. Tan trágico, que sólo le quedó el camino del humor para sobrevivir y mostrar las angustias modernas. «Primera Plana» denunciaba la pena capital a través de una farsa periodística que retrata este oficio con todas sus penas (son escasas las glorias que tienen...). La conversación veloz, la situación ridícula y contradictoria, las paradojas que hacen sonreír son recursos fundamentales para contar qué está sucediendo en el mundo y sacarnos un autorretrato fidedigno. Wilder era capaz de hacerlo. Y, además, sin herir. El humor blanco es sólo de unos pocos.