Nueva York

La modelo del momento es él

La modelo del momento es él
La modelo del momento es éllarazon

El chófer que le acercó el domingo desde el aeropuerto de El Prat al Hotel Arts estuvo todo el trayecto convencido de que llevaba a una «top model» de primera categoría en su coche. Nada más lejos de la realidad. La rubia oxigenada, con aire eslavo y mirada felina que llevaba en su asiento de atrás –una joven escultural de casi dos metros, vestida con minifalda, sin medias y botas negras–, en realidad era «él», el modelo Andrej Péjic. Un ex refugiado bosnio que se crió en Melbourne con su madre y que ahora vive sus locos años veinte en Nueva York, encumbrado como el nuevo icono de la ambigüedad de la moda. Péjic, fan confeso de Amanda Lear y Courtney Love, fue la estrella indiscutible de la Pasarela Gaudí Novias. Ayer, desfiló como una más en el «show» de Rosa Clará, marcado por la incursión de los tonos pastel en las bodas de la próxima primavera. Péjic, con moño, diadema y sin apenas maquillaje, abrió el desfile con una propuesta desenfadada, de corte «boho-gipsy» y en tirantes. «Ojalá pudiese ir vestido así todos los días», confesó a LA RAZÓN pocas horas antes del pase.

Jugar al despiste
Convertirse en el nuevo rostro de la androginia de la moda no le ha supuesto demasiado esfuerzo. Hace apenas dos años, Sarah Doukas, la agente que descubrió a Kate Moss, consiguió captar la atención de Carine Roitfield, ex editora jefe del «Vogue» francés y la primera en vestirle de mujer. Su carrera ya estaba lista para despegar. Desde entonces, se lo han rifado los más grandes de la moda. Desfiló para Galliano, Raf Simmons y Paul Smith. El año pasado se convirtió en el rostro de Marc by Marc Jacobs y Jean Paul Gaultier dio la estocada final al hacerle cerrar su desfile de primavera-verano de Alta Costura vestido de novia. Ya era oficial, Péjic se había alzado como el «it boy-girl» del momento. «En algunos aspectos se podría decir que rompí el hielo. He realizado cosas que otros no han hecho antes», cuenta mientras acaricia con gracia la gasa de su vestido de novia. «Soy el mejor modelo de la ciudad», dice medio en broma y entre risas. «Aporto algo nuevo, rompo límites y voy en contra de lo establecido».

A pesar de su juventud, Péjic sabe lo que se hace. Su talla 36 y su rostro angelical le permiten jugar a dos bandas y sacar provecho de los cachés que se pagan en la moda femenina. «La industria de la mujer es mucho más grande y ahí es donde está el dinero, por eso trabajo mucho más para firmas femeninas», confiesa. Quizá por eso no se cortó hace un par de semanas, cuando escribió en su twitter que «los modelos masculinos no importan mucho». Él aclara su postura: «El problema no es que los hombres lo hagan peor que las mujeres, sino que lo que está claro es que sólo las modelos se convierten en iconos, ellos no».

Mientras tanto, seguirá apostando por desprender ese halo de ambigüedad que tantos éxitos le reportan. Le gusta jugar al despiste y la confusión en torno a su sexualidad es su pan de cada día: «Me pasa todo el tiempo, la gente me mira y piensa que soy una mujer. No me supone ningún problema, ni les corrijo. Digamos que experimento una forma interesante de vivir la vida. No creo que el hombre y la mujer sean especies distintas, al final del día, todos somos seres humanos», sentencia.

 

Ni hablar de un cambio de sexo
Desde que Gaultier le vistió de novia, la Prensa sucumbió a los encantos de Péjic. El «New York Magazine» le dedicó una portada y un extenso reportaje bajo el título de «El modelo masculino del año», en el que confirmó que no se sometería a una operación de cambio de sexo, porque, probablemente, no le reportará tanto dinero como el que gana con su situación actual. Pero no todo han sido halagos en su trayectoria. La revista «FHM» fue obligada a retirar un artículo de su web en el que se referían a Péjic como «la cosa», incluso le nombraron en un especial como la 98 mujer más sexy del mundo.

 

Cómo ser un hombre rudo
Para Péjic no ha sido una tarea sencilla encajar en las medidas de las mujeres sobre la pasarela, donde las normas son muy estrictas. Por ejemplo, el tamaño de su pie (calza un 45), en ocasiones, le ha planteado dificultades para subirse a ciertos tacones. Aunque los diseñadores ni pestañean porque confían en él y es un reclamo indiscutible, tanto en su versión hombre como en la de mujer. Custo Dalmau le fichó para su desfile de septiembre en Nueva York (en la imagen) en una apuesta por buscar el desconcierto entre los presentes. «Cuando desfilo para hombre procuro ser más rudo y duro en la pasarela, marco más mis hombros; si voy de mujer, soy más dulce», cuenta.