Barcelona
Las ausencias se repiten en el funeral de Sabino por Jesús MARIÑAS
Atardecer cálido además de caluroso. Funeral a un paso del domicilio conyugal de los condes de Latores, en la iglesia de Santa Bárbara. «La gratitud es un don», rezaba de forma oportuna un cartel de Cáritas situado en una de las puertas del templo. Podría servir de reconocimiento a la concurrencia, pues la iglesia rebosó de amistades. Entre ellos, destacaron Pepe Chelala y Marily Coll, su vecina en el Centro Colón. Ausencia de los herederos, salvo Miguel, que leyó un texto recordatorio. Queca Campillo refrendaba su cariño a María Teresa Álvarez, viuda de Sabino Fernández Campo. Comentaban el «otro funeral» reciente con esquela donde no figuró Álvarez, señora donde las haya. No dejó de concurrir pese a la innecesaria omisión. ¿A qué vino olvidarla?
«Siempre estaré cuando se trate de recordar a Sabino, él me sigue orientando como en los últimos 30 años», quizá pensó en voz alta. Eran muchos y notables los afectos presentes. También los ausentes. Rodolfo Martín Villa habló un largo rato con Isabel Tocino, que está a punto de tener el noveno nieto. Se mantiene vivaz y esplendorosa. Fernando de Almansa recordaba con Casinello tiempos mejores, cuando los Reyes y su familia no recibían los zarpazos actuales. La serie sobre los Príncipes es un desatino desinformando y qué decir sobre la biografía de la condesa de Barcelona, «tan llena de errores», aunque según Anson «no hubiese disgustado a Don Juan de Borbón». A saber. Peñafiel, que apareció tardísimo en el funeral, la apoya. María de Calderón informó que en la exposición conmemorativa del primer siglo del Ritz «ya hay fotos de la apertura con la Infanta Elena, estuvo encantadora».
María Teresa, que ahora pasa en Oviedo una semana al mes –«mamá lo agradece»–, miró sin pasar revista. No había sorpresas, aunque sí reencuentros. Fue mucha la devoción a Fernández Campo, un recuerdo que no se diluye. Lo opinó Javier de Ibarra ante Cristina Alberdi, vecina de la zona.
Fernández Campo, un hombre que ya es historia en carne viva por el bien que prodigó en su vida. Cosechó devociones sin esfuerzo alguno y trabajó para Zarzuela con tino, cautela, discreción y eficacia. Marcó escuela. No tenía un no, pero sí un «acaso» para contrapuntear posibles deslices, excesos o torpezas de otros. Ser leal le costó el puesto. Salí del templo dándole vueltas a la idea de que «la gratitud es un don». Por eso recordamos a don Sabino.
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