Fuenlabrada
Sin brazos ni piernas de dónde saca las fuerzas
Hace menos de un año que una meningitis le arrebató a Sergio, de 27 años, sus cuatro extremidades. Sus ganas y el gran apoyo de su novia Yessi, le han puesto de nuevo en pie
«Te quiero mucho, pedorra». Con este mensaje Sergio enseña la precisión con la que controla su muñón del brazo derecho. «Gracias a esta puntita de piel que me han dejado –la enseña– ‘‘guasapeo'' sin problemas». La destinataria de su mensaje es su novia, que sonríe. A sus 22 años, Yessi es risueña y tiene los pies en la tierra. Ha caído una gran losa sobre su relación, pero no le asusta.
Su conexión es fuerte. Ella es los brazos sobre los que se apoya Sergio, cinco años mayor. Hace menos de doce meses, él se agachaba para darle un beso, una caricia... Ahora ella, con su 1,49 metros de estatura, es la que se inclina hacia él para mostrarle su cariño. El 5 de diciembre de 2011, Sergio dejó de medir un metro ochenta, una meningitis se llevó por delante sus cuatro extremidades. «O me las amputaban o no lo contaba».
El Hospital Virgen de la Poveda está a unos 70 kilómetros de Madrid. Cuesta llegar y más si jarrea en la capital. «¡Qué día más desapacible!». Nos recibe el gerente del centro. «Sergio es el rey del hospital», añade. «Es el niño mimado», comenta alguna enfermera. Es el primer amputado cuádruple que pasa por las instalaciones, donde la edad media no baja de 70.
Aparece sentado en una silla de ruedas que maneja a la perfección. Impresiona. No puedes alejar la mirada de sus cuatro muñones hasta que se dirige a ti. Su discurso emana sinceridad y empatía y reconduce tus ojos a los suyos. Nos enseña su habitación. Es impersonal, como cualquier cuarto de hospital, pero sus «inventos» le dan vida, sensación de cotidianidad. Ha creado una muñequera de velcro con la que pinta. «Es una de mis aficiones. No quiero perderla».
También la utiliza para comer. Cambia el rotulador por una cuchara torcida y listo. «Me ha costado 45 euros. Quién fuera mago para torcerla con la mirada y que me saliera gratis», bromea mientras se la coloca para mostrar como funciona.
Su silla de ruedas le da seguridad. Circula a toda velocidad por los pasillos del hospital. En el respaldo cuelgan «sus brazos» y una mochila. Lleva los colores de la bandera de España. «Yo soy muy español», bromea.
Junto al «joystick» con el que controla la velocidad y el movimiento, su móvil. Tiene 27 años, ¿cómo se va a despegar de él? Le acompaña Yessi, «mi mejor psicóloga». Se conocieron hace cinco años. A ella le enamoraron sus ganas de superarse, de intentar cumplir sus sueños. Él quedo prendado de su dulzura.
La joven vive en Fuenlabrada con sus padres, el mismo municipio del sur de Madrid que vio crecer a Sergio y donde planean fundar un hogar. Pero eso queda lejos, «sólo pensamos en el presente, por ahora», insiste ella. Hasta hace un año, Yessi trabajaba en la panadería de un familiar, «pero con la crisis la han tenido que cerrar y ahora estoy en el paro». Se resigna. Sergio acapara ahora todas sus energías. Acude en autobús en días alternos. Tarda más de noventa minutos en llegar, pero no le importa. «Ningún paciente tiene un apoyo tan fuerte y constante como Sergio», comenta Ángeles, una de las dos terapeutas con las que cada mañana se ejercita.
En mayo, sólo cinco meses después de salir de la UCI, comenzó a fortalecer los músculos de sus muñones. «Trabajaba con una especie de videoconsola. Era difícil, pero entretenido», explica mientras se toca los brazos. Dos horas diarias durante varios meses sólo para localizar el flexor y el extensor. Difíciles de identificar en un primer vistazo, pero la clave del éxito de sus dos prótesis superiores.
Gracias a ellas es capaz de saludar, de apretar la mano. Los fines de semana se instala en casa de sus suegros y allí practica. «Se me da fatal utilizar el cuchillo. Los filetes aún me los tiene que cortar ella», reconoce. Sus nuevos antebrazos cuestan unos 17.000 euros. Una cantidad que ni Sergio, ni su madre María del Mar, se pueden permitir
. «La Sanidad pública sólo me cubre la mitad del coste, el resto lo ha puesto la Obra Social La Caixa». Gracias a la acción de esta entidad, Sergio también puede contar con las dos prótesis de piernas que tendrá que cambiar en un año y que, con la pensión de 800 euros a la que tiene derecho por su invalidez –del 81 por ciento. «Sólo me darían la total si estuviera postrado en la cama»–tampoco se puede costear. «Sergio representa a las miles de personas a las que apoyamos en todos los rincones de España. Es un ejemplo de superación para todos», afirma Jaume Giró, director ejecutivo de La Caixa y director general adjunto de su Obra Social. Su ayuda se va a completar con un regalo: van a adaptar su casa a las necesidades especiales que requiere. A Yessi, que lleva su nombre grabado en una cadena que cuelga de sus cuello, se le ilumina la mirada cuando Sergio habla del ofrecimiento de La Caixa.
–«Nos llevaremos a mi gato», insiste ella.
–«No sé... Cuando intento acariciarla con el muñón no se deja. En cambio, no le tiene miedo a mi brazo de plástico», afirma Sergio.
Sabe que sus manos son un tema estético, «no me solucionan la vida», pero ver cómo a través de dos sensores puede actuar con normalidad sobrecoge a cualquiera. El último en admirar su capacidad de superación es otro amputado que acudió el pasado fin de semana a la reunión que Andade (Asociación Nacional de Amputados de España) organizó en Valladolid. «Sergio nos cautivó a todos y, en especial a un chico gallego que ha perdido la mano con una sierra mecánica hace sólo unos meses», explica el presidente de la institución, Carlos Ventoso. «Antes del accidente tocaba el saxofón, pero después de ver a Sergio me ha asegurado que iba a retomarlo con la mano eléctrica que le han colocado».
Carlos lleva más de 33 años sin sus dos extremidades inferiores y ha visto a más de 300 afectados, «pocos con la valentía de Sergio». Hace sólo tres años decidió crear la asociación desde la que intenta luchar por mejorar la vida de las más de 48.000 personas que viven en España con alguno de sus miembros amputados. «No todos lo aceptan tan bien como él, muchos prefieren vivir con sus muñones. Lo ven más práctico». Yolanda, una asociada, es uno de estos ejemplos. También le faltan las cuatro extremidades. Aún así, «friega los platos y cocina con sus muñones. Tiene una gran inventiva para crear utensilios que se ajusten a su situación». La gran lucha de esta asociación es lograr la subvención de «prótesis de calidad que nos evitarán futuras patologías como la artrosis. También sería un ahorro para el Estado», insiste el presidente.
–Sergio, ¿qué sentiste la primera vez que dejaste la silla de ruedas y conseguiste ponerte en pie, dar unos pasos?
–Inseguro, inestable.
Después de explicar paso a paso cómo se va colocando sus piernas y sus brazos, siempre con la ayuda de su novia y de Pilar, otra de sus terapuetas, se tambalea sobre las prótesis. Busca la estabilidad. «Desde que las llevo ya no sufro los síntomas de la enfermedad que padezco desde niño por la que siempre me desequilibraba». Sufre Charcot Marie Tooth, un mal por el que pierde fuerza muscular progresivamente.
Los médicos que se lo diagnosticaron le aseguraron que, cuando cumpliera los 30, dejaría de caminar. Este vaticinio no se cumplirá si, como afirman desde OrtoSur –el centro ortopédico que sigue su caso– Sergio sigue con la rehabilitación. El camino no es corto, «irá por etapas», comentan desde el centro. Pero, poco a poco lo conseguirá. «Después de sus primeros pasos, tendrá que utilizar un andador, después dos bastones que, con el tiempo se quedarán en uno. Por último, andará sólo», explica Celestino Vallez, portavoz de la empresa. Mientras «Ra», como le llaman sus amigos, va dando cada pasito, Yessi seguirá a su lado, dándole seguridad. La imagen es preciosa. Sergio quiere dar unos pasos hacia atrás y agarra a su novia. Juntos, bailan un vals.
A la conquista de los juegos de Río 2016
Dicen que las barreras nunca son físicas sino mentales. Éste sería el «leit motiv» de Sergio Ramírez. A sus 27 años ha sufrido más que muchos jóvenes de su edad y sin embargo, no desiste. Hace unos años le extirparon el bazo después de un accidente.
Los médicos reconocen que si lo hubiera tenido cuando la meningitis entró en su cuerpo, las consecuencias no habrían sido tan dramáticas. Pero Sergio no se rinde. «Nunca viene a rehabilitación con un mal gesto», comentan las terapeutas que la atienden. Sólo mira al futuro. Desde hace un año sus héroes han cambiado. Ya no admira a los mismos atletas, ahora se fija en los paralímpicos. «Me gustaría ser como ellos, practicar natación y poder competir en los próximos Juegos Olímpicos».