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Oriini Kaipara, la impostura de la presentadora «maorí de pura cepa»
Un análisis de ADN demostró que sus genes son 100% maoríes, así que marcó su rostro con el característico «moko»
La presentadora neozelandesa Oriini Kaipara es un pura sangre. Hace cinco años, un análisis de ADN demostró que sus genes son 100% maoríes. «Soy maorí de pura cepa» ventiló a los cuatro vientos, como si se tratase de una raza humana superior a las demás y como si eso le diese cualidades diferentes al resto. Para singularizarse, utilizó la estética ancestral del tatuaje marcando sus labios y su barbilla con el característico «moko».
Tiene 38 años y el pasado 25 de diciembre vio cumplido su segundo gran sueño estrenándose en el informativo de las 18,00 h, el más visto de canal Three de Nueva Zelanda. Habitualmente presenta el boletín de noticias «Newshub Live», que se emite a las 16.30 h, pero ese día de Navidad le tocó pasar al «prime time». Acaba de perder a su madre y estaba especialmente emocionada. En 2019 fue la primera mujer en el mundo que informaba con un moko en su rostro. Salir ahora en horario de máxima audiencia ha sido para ella «una gran victoria para esta generación y las próximas diez», según escribió en su Instagram. Su imagen está dando la vuelta al mundo y revalida que el indigenismo está de moda. A ella el tatuaje le hace sentir grande y con poder: «Significa el maná de una maorí, la fuerza de una herencia y un tesoro ancestral motivo de orgullo». La escritora Ngahuia Te Awekotuku, que también luce uno en su mentón, lo describe como el signo de «quiénes somos y de quién venimos; hacia dónde vamos y cómo elegimos llegar allí». Realmente la marca que lleva Kaipara define a las personas según su raza, línea de consanguinidad o determinados rasgos físicos. «El indigenismo es una forma descarada de supremacismo, no lo tiñamos de romanticismo», advierte algún lector al pie de la noticia.
Las personas que recibían un tatuaje en el rostro eran poseedoras de un alto status social. Empezaba como un rito de paso basado en la sumisión y se iba ampliando, de manera que se podía leer en él todo su linaje, condición humana e idoneidad para el casamiento. El hombre cubría su cara por completo y la mujer lo lucía en el mentón y los labios, tal y como ha hecho la presentadora, simbolizando la unión con un guerrero. En el resto del cuerpo masculino los diseños resaltaban los hombros, muslos y nalgas casi siempre en espiral para destacar sus virtudes sexuales.
Para Kaipara es un modo de honrar a sus ancestros. También lo era en su cultura conservar las cabezas de los grandes guerreros una vez talladas, hervidas y ahumadas, pero en esta adhesión nostálgica y delirante al indigenismo nunca se mencionan las costumbres salvajes. Los maoríes son un pueblo originario de la Polinesia, que llegó a lo que hoy es Nueva Zelanda hace ya casi mil años. Era una organización aristocrática con grandes tribus independientes entre sí. Vivieron aislados durante años y crearon una cultura feroz en conexión con la naturaleza, a la que dieron carácter sagrado, y una extrema espiritualidad fundamentada en numerosas deidades. Esa cultura maorí, que reniega del mestizaje como riqueza social, sigue muy presente en la vida Nueva Zelanda.
Las corrientes indigenistas están ganando terreno especialmente en América Latina. Más allá del respeto a un pasado, se expone como un legado exótico, místico y sugestivo. Visualmente es muy impactante. Se hace apetecible y es muy bien recibido. Salen indigenistas de tres al cuarto y la izquierda se ha adscrito a este tipo de tendencia que funde indigenismo, feminismo y posmodernidad. La politóloga Gloria Álvarez Cross reprocha las trampas de su manipulación ideológica y sus discursos basados en sentimentalismos para apoyar movimientos sociales sin autocrítica y culpando al enemigo.
El indigenismo emerge como la nueva impostura y sirve de arma arrojadiza para algunos gobiernos de izquierdas. En su último viaje a EE UU, Díaz Ayuso los definió como «el nuevo comunismo» y criticó la revisión maniquea de la historia. «El indigenismo comparte ideas con los nazis», ha declarado por su parte el profesor argentino Marcelo Gullo Omodeo, cuyas opiniones le están costando abucheos, amenazas e insultos. Revalorizar la idea de indio bueno, blanco opresor, es tan absurdo como dividir a la gente entre buena o mala, pudiendo dejarlo, como hacía Oscar Wilde, en encantadora o tediosa.
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