Política
Jacinda Ardern, la líder neozelandesa que bebe los vientos por Sánchez
Si el presidente español es el héroe carismático, ella es la seductora que convence con virtudes corrientes
Sánchez ha vuelto a propiciar sueños subidos de tono y no pocos suspiros, esta vez en Nueva Zelanda. Su primera ministra, Jacinda Ardern publicó un tuit agradeciéndole la remesa de vacunas enviadas y todos los ojos se dispararon a sus hechuras. «¡Oh, dios mío! ¿Has visto al presidente español?», comentó el presentador Ryan Bridge. «Guau, Pidro, Sanchis…», tintineaba el plató sin que nadie acertase con un nombre que cualquier donjuán solventaría con un simple «gordi». «Peter», resuelve Ardern cada vez que le menciona.
Está mal «cosificar a la gente», concluyeron con sorna los colaboradores al cabo de varios minutos de hilarante tertulia. Pero ya era tarde, «Peter» se había convertido en el nuevo «sex symbol» de este pequeño país. Son cosas a las que se va acostumbrando y responde elevando las cejas mientras se ajusta el nudo de la corbata en un gesto que en seducción equivale a morderse el labio, pero de modo sutil.
Que Ardern bebe los vientos (políticos) por el presidente se sabe. Hace un año, nombró sin dudarlo a «Peter Sánchez» cuando le preguntaron en un debate televisado a qué político admiraba. En septiembre de 2019 coincidieron en Nueva York y conversaron sobre transición ecológica y feminismo. Allá donde pisa, la primera ministra también encuentra quien le haga ojitos. Sumando salseos, forman una pareja de infarto a cuyos pies caen mujeres y hombres flechados por el diminuto Eros. Si Sánchez es el héroe carismático y salvador, Ardern es la seductora que convence con virtudes corrientes.
Llegó al poder en 2017, con 37 años, y formó gobierno en coalición con el Partido Verde. Es todo un icono pop de la izquierda. Hija de un policía y una empleada de un comedor social, enseguida abandonó su fe mormona por su antagonismo con los derechos LGBTI. Con 17 años abdicó también de su vocación de payasa y se afilió al Partido Laboralista. En 2020 logró mayoría absoluta. Vive con el presentador de televisión Clark Gayford, padre de su hija Neve Te Aroha, de tres años. Juntos cocinan y ven «dramas criminales cursis» junto a su gato Paddles.
Destaca por su magnetismo y unas extraordinarias dotes para comunicar. Sabe qué necesita el ciudadano y reacciona rápido, aunque sea desde la intimidad de casa, en chándal y con el mantel de fondo o advirtiendo del resultado de alguna diablura de su hija sobre la alfombra. Su dominio natural de las redes sociales, con 1,7 millones de seguidores en Instagram, alejan su liderazgo de la vieja política. En 2018 «Time» la incluyó en su lista de las 100 personas más influyentes del planeta y «Forbes» entre las 30 mujeres más poderosas. «Vogue» tituló «la anti Trump» por ser «joven, progresista y liberal».
Jacindamanía
Los medios repiten la palabra jacindamanía, aludiendo al nuevo sueño neozelandés que podría desbancar a Finlandia con su fórmula de la felicidad. Hay dos episodios críticos en su encumbramiento. El primero, el atentado terrorista en dos mezquitas de Christchurch, en agosto de 2020, que acabó con la vida de 51 personas. Su gesto compasivo con las víctimas, cubierta con un hiyab y la mano en el corazón, dio la vuelta al mundo. En segundo lugar, su gestión de la pandemia, con decisiones valientes y confinamientos tempranos, a pesar de su lentitud en la vacunación. No todo es música para sus oídos. Aunque predica amabilidad y cuenta con una población entregada, sus adversarios ven en ella más estilo que sustancia. Hablan de documentos Covid-19 desechados y critican falta de transparencia. Su colega Amy Brooke sospecha soborno a los medios para elevarla a la santidad. La política como lucimiento despierta suspicacia y su pasteleo con Sánchez sería un capítulo más.